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Falsificar la historia

viernes, 10 mayo 2019 - 01:38
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    Con las excusas del Ministerio de Educación y de una editorial que publicó, –sin  una revisión final–, textos de bachillerato con apología al correísmo se quiere asegurar  que el intento de fraude a la historia ecuatoriana ha sido controlado.
     
    Como esa cartera de Estado admitió que el  correísmo quiso adoctrinar a los jóvenes estudiantes del sistema educativo, las reflexiones políticas y las investigaciones judiciales por semejante abuso de poder no pueden quedar de lado.
     
    La construcción de la historia debiera ser un  ejercicio colectivo, pero este privilegio siempre  ha estado en manos de los poderosos y autoritarios. Un proyecto encaminado a durar 300  años no solo requería de una Constitución hipercontroladora, un sistema judicial sometido  al gobierno y leyes electorales que multiplicaran los votos para tener más escaños. Lo urgente era contar con una ciudadanía funcional,  a la que desde su corta edad se le inculque la  adhesión a una corriente política tan buena o  tan perversa como las tantas que gobernaron el  Ecuador desde sus inicios.
     
    El fenómeno de la posverdad inquieta al  mundo por la capacidad de las redes sociales de  soslayar los argumentos y los datos duros, dando rienda suelta a los pensamientos que surgen de lo emotivo y muchas veces del estómago. Pero  en este país se pretendió echar raíces profundas  desde el terreno educativo. “Es la corrupción de  la integridad intelectual”, diría el británico A. C.  Grayling a la hora de construir toda esta teoría  que envuelve el discurso de lo público.
     
    Por eso es que como ecuatorianos nos indignamos porque a un evento académico sobre  los 40 años de democracia hayan invitado a los  expresidentes de la ‘larga noche neoliberal’ y no  porque el correísmo posicionara su relato en  la gente más joven, donde el estatismo como  modelo económico y sus gestores latinoamericanos como Chávez y Castro (grandes fracasos  de la historia) cuentan más que la Doctrina Roldós, los extensos planes de alfabetización de los  años 80 o el consenso nacional para conducir  una guerra y construir la paz. Si de saqueo,  atropello a las libertades, sobre endeudamiento  y fracasos económicos quiere hablar el correísmo para desmerecer el pasado, cabe esperar a  que la justicia, endeble todavía, le exija cuentas  por el festín de la década ganada. 
     
    En la posverdad, asegura Grayling, el tejido de la democracia está expuesto a un daño  profundo. El desorden en los conceptos, el  fanatismo con el que se discuten las ideas y se  defienden caudillos le permiten sostener que  el mundo respira un aire tan enrarecido como  el que antecedió a la Segunda Guerra Mundial.
     
    La polarización no ha perdido ímpetu en  el Ecuador. Y si la falta de consensos le impide  reconstruir la justicia y el Estado pleno de Derecho, difícilmente emprenderá una reedición  más objetiva de su historia reciente. Así, el país  seguirá cuestionando la charla vía Skype de  Mahuad, pero inadvirtiendo el grave atropello  que significa falsificar la historia a través de  textos escolares.

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