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La prole musical de “Manicho” Cachimuel

domingo, 15 mayo 2016 - 11:08
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Lo que empezó como un grupo de niños tocando melodías andinas en plazas, calles y festivales se convirtió en un referente que seduce audiencias fuera del país. Una fusión con la Sinfónica Nacional es la última apuesta de Yarina para conquistar nuevos escenarios.

A los seis años de edad, Anita, la cuarta hija de los hermanos Cachimuel - Amaguaña, se integró al grupo que su padre conformó en el año 1984. “Muchas veces la gente ni siquiera me podía ver porque el bombo era más grande que yo”, recuerda. Los fines de semana se trasladaban desde Otavalo hacia la Capital para presentar su música en la Plaza Grande y Plaza del Teatro, en el Centro Histórico de Quito.

Subsistían de las monedas que su audiencia callejera dejaba en los sombreros y de la venta de casetes de su producción musical. Entonces todavía no eran comunes los discos compactos o Cd’s.


  Yarina con la Orquesta Sinfónica Nacional. La obra
fue estrenada a fines de marzo y llegará a otras
latitudes en los próximos meses.

Eran un quinteto conformado por Manuel Cachimuel y sus cuatro primeros hijos, denominado Yawar Wawky, que significa Hermanos de Sangre. Durante esos años, se presentaron en festivales y concursos, en los que sorprendía el talento de esta juvenil agrupación.

Don Manuel, más conocido como “Manicho” Cachimuel, era uno de los dirigentes de la Federación de Indígenas Campesinos de Imbabura (FICI), y tenía el sueño de llevar el mensaje político a través de la música y la danza, para reivindicar la lucha histórica de su pueblo y su cultura. Con su esposa, Elena Amaguaña, tuvieron 11 hijos, quienes desde temprana edad, se sumaron a la banda, posteriormente rebautizada como Yarina.

“Hemos llegado a la conclusión de que mi padre quería tener una familia numerosa y unida  porque él fue hijo único”, dice Roberto, tercero de los hermanos, y quien actualmente es el director musical de Yarina.

A principios de 1990, Roberto y sus dos hermanos mayores fueron a probar suerte en Italia, siguiendo los pasos de otros músicos andinos. Un año después, Don Manuel envió a Roberto a Boston, Massachusetts, en Estados Unidos, a conquistar nuevas audiencias. “Yo tenía 16 años y pensaba pasar solo la temporada. Pero luego llegaron mis hermanos y empezamos a abrir mercados en los festivales, museos, colegios, universidades”.

Años más tarde toda la familia se instaló en Boston y recorrieron los Estados Unidos de punta a punta. “Trabajamos con el pénsum académico de los centros educativos porque querían estudiar la cultura de Latinoamérica y nosotros encajábamos perfecto”, señala Anita. En cada escuela se instalaban por cinco días a compartir con los estudiantes norteamericanos, y el último día organizaban un concierto abierto al público.

Yarina brilló en prestigiosos teatros como Broadway, Lincoln Center (Nueva York), Kennedy Center (Washington), entre otros. En 2005 ganaron el Premio Namy, que equivale al Grammy de la música nativa. Como embajadores artísticos ecuatorianos fueron la primera banda sudamericana en alzarse con este reconocimiento.

Eso les llena de orgullo porque así demuestran que la identidad Kichwa-Otavalo “no es invisible, ahora saben que la cultura del Sur también existe”, dice Anita Cachimuel, actual coordinadora de Yarina.

YARINA SINFÓNICO

En Estados Unidos, Roberto tuvo la oportunidad de terminar el colegio y estudiar composición musical en el Berklee College of Music de Boston, perfeccionando su destreza en el violín. Lo que aprendió en esta universidad amplió su perspectiva.

“Nuestra música es muy rica pero tiende a ser redundante, y yo quise romper con eso”, dice Roberto. Así empezó a innovar para dotar a los ritmos andinos “más colores y un poco más de salsa o sazón”.


Propuesta . Yarina Sinfónico: seis meses
de preparación y arreglos musicales.

Durante años, Yarina ha compartido con artistas de todo el mundo y de diferentes géneros, sobre todo de jazz blues.

En su útimo proyecto, Yarina apostó por hacer un proyecto junto a la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador (OSNE). Los arreglos musicales fueron trabajados desde hace seis meses y el show se realizó a finales de marzo en la Casa de la Música en Quito.

El libro de arreglos musicales que hizo la OSNE podrá ser llevado a cualquier rincón del mundo para que otras orquestas las interpreten junto a Yarina. Para ello, la agrupación ya está planificando su gira por Latinoamérica y Europa.

“La idea es poner a la música tradicional ecuatoriana en una dimensión diferente. Es algo que no se ha explorado aún”, refiere Nazim Flores, productor de la banda.


En 2005 ganaron el Premio Namy, que equivale al Grammy
de la música tradicional. Varios de los integrantes de la
agrupación se formaron musicalmente en Italia y EE.UU.

Resalta, además, que las canciones de este repertorio, que se denomina Yaku Mama (Madre Agua), llevan un mensaje para que el mundo vuelva los ojos hacia la naturaleza. “Queremos que la gente se detenga a reflexionar: los ríos nos cantan, la lluvia nos canta. Somos parte de ella. La música es una herramienta para humanizarnos”.

Es la primera banda de música andina que comparte escenario con la Sinfónica Nacional. “Es un proyecto pionero y espero sirva para que surjan y salgan adelante otros grupos en la integración de los dos mundos: el tradicional indígena y el mundo de la música clásica”, dice Gustavo Lovato, quien dirigió a la Orquesta en el concierto Yaku Mama.

“Los integrantes de la Sinfónica Nacional estaban acostumbrados a leer la música. Ahora se dieron cuenta que si no se la siente, es difícil tocarla. Si no se siente la música andina, simplemente no suena”, sentencia Lovato.

Con el proyecto de Yarina Sinfónico, la familia Cachimuel-Amaguaña desea iniciar una nueva etapa y reencontrarse con su raíz. Añoran la tierra que los vio nacer y en donde pasaron su infancia. La mitad de los hermanos ya regresó al país y la otra mitad continúa en Boston. “La idea es hacer base en Ecuador y de aquí salir todos a dar conciertos en otros países”, dice Roberto.

A Anita le preocupa que su idioma e identidad se conserven. “Nuestros abuelos y padres hablaban perfectamente el kichwa y nos lo enseñaron. Ahora nosotros les hablamos a nuestros hijos; ellos entienden pero ya no responden en kichwa”. Todas las canciones de Yarina están en ese idioma. La agrupación confía en ser un medio para revitalizar las tradiciones de su pueblo.

TRADICIÓN QUE SE ADAPTA

Hace 47 años nació el primer hijo de “Manicho” Cachimuel, y el último de ellos llegó hace 18 (nueve varones y dos mujeres). Es una familia en expansión que ya cuenta con 12 nietos y tres bisnietos, todos encaminados en el mundo musical.


De generación a generación. Once hijos (9 varones y 2 mujeres),
12 nietos, tres bisnietos y la cuenta crece. La nueva generación
de músicos explora alternativas en el rock andino y en el
hip hop, pero no pierde de vista sus raíces.

“Hay nietos que están muy aficionados a este mismo proyecto, pero también tienen interés de interpretar más composiciones en hip-hop y rock andino”, comenta Don Manuel. Pero, ¿esta nueva fusión de géneros le hace bien o mal a la música tradicional? Para él, el propósito siempre fue buscar nuevos ritmos y adaptarse a los cambios, pero sin perder su identidad y raíces. “Siempre estamos viviendo el presente, con una mentalidad progresista”, dice el padre que convirtió a sus 11 hijos en músicos profesionales de talla global.

DISTINTOS, PERO EN UN MISMO CAMINO

En principio Yarina se integró con los 11 hermanos, pero en el camino se sumó Nazim Flores, un mestizo que se robó el corazón de Anita y ahora es el productor de la agrupación.

Por la militancia de su padre, Nazim había asistido a las reuniones de las organizaciones indígenas y estaba identificado con ese proceso político y cultural. Un día vio a una chica en el gimnasio. “Al principio no reconocí que era la misma chica que cantaba en ese grupo, pero me sentí atraído”. Ella le pidió que le ayudara a organizar un concierto y esa fue la excusa para conquistarla.


Proyecto cultural. La familia se ha propuesto como meta
difundir la riqueza de la cultura kichwa a través de cursos,
que también abarcan canto y danzas andinas. El centro
de operaciones está en Imbabura.

Al principio, su relación fue difícil por la diferencia de costumbres entre la comunidad indígena y la familia de Nazim. “Nos sentíamos como dos extranjeros”, dice Anita. Pero el amor pudo más y ahora tienen dos hijos.

Hace dos años, la pareja regresó de Boston y se asentó nuevamente en Otavalo porque quieren criar a sus hijos cerca de la cultura kichwa. En este período se han empeñado en recuperar la antigua Fábrica San Pedro (donde se hacían cobijas) para establecer un centro intercultural comunitario. Allí dan clases de kichwa, canto y danza, además de ser sede de eventos artísticos. Es un proyecto que está vinculado con Yarina y una apuesta por introducirse en la industria cultural para ampliar el conocimiento a través del arte, aclara Nazim.

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