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Un Estado paria

jueves, 3 septiembre 2020 - 03:09
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    POR CARLOS ROJAS ARAUJO
     
    Que haya políticos empeñados en  ser candidatos para sortear sus  líos judiciales es la muestra de la  degradación a la que el Estado ecuatoriano ha llegado como elemento esencial de  la convivencia. Carondelet y la Asamblea  no son los espacios para gobernar los  graves problemas de la gente. Estas candidaturas pretenden ser el pasaporte a  la impunidad, a la posibilidad de volverse más poderosos y autoritarios.
     
    La revolución ciudadana, sobre la base del desgaste de Lenín Moreno, pretende untar con mermelada la forzada  postulación de Rafael Correa a la Vicepresidencia. El argumento es que su liderazgo resulta fundamental para salvar  la patria, más allá de que la gente dijo no  a la reelección indefinida en los referéndums de 2008 y 2018 y así evitar que los  caudillos se eternicen en el poder.
     
    Es verdad que Correa tiene una dimensión política y que el debate sobre  su retorno electoral y la supuesta persecución judicial que sufre permiten que  la gente muerda el anzuelo de la victimización. Pero que en sus listas legislativas figure Pablo Romero, zar oscuro  de la inteligencia política de su gobierno, sentenciado por secuestro (un delito contra los derechos humanos)  es darle una bofetada al país y decirle que su Estado solo sirve para  el encubrir a las castas.
     
    Frente a las narices de ese Estado se han inscrito organizaciones  políticas vinculadas a la corrupción, devenidas en partidos de alquiler. En ellas se patrocinan personajes de pésima reputación, con  apellidos influyentes y con una hoja de vida donde lo único que sobresale es su capacidad para hacer  show, vanagloriándose -con altas  dosis de cinismo- porque la Justicia no pudo condenar sus delitos…
     
    Ni siquiera esa Justicia (o quien  se encargue de vigilar los grilletes)  ha evitado la fuga de quienes han  sido condenados por abusar del  Estado y hacer mucho dinero a su  costa en estos casi 14 años.
     
    El Estado, que no puede pagar  los sueldos de los médicos, hoy  tendrá que indemnizar en el ámbito pecuniario los atropellos de  una Justicia que sometió a jueces  y fiscales, a cuenta del fallo de una  Corte Constitucional que cree que  el Ecuador tiene una chequera llena de ceros para ser girada sin empacho. Para colmo, hay un novísimo candidato presidencial, feliz  por ser la sombra de su compañero de fórmula, que está seguro de  que el Estado puede cubrir los salarios de miles de empleados, públicos y privados, cuando la crisis  ha tirado al piso la recaudación tributaria y cuando el IESS que ellos  dilapidaron hoy cuenta los centavos para completar el pago de las  jubilaciones.
     
    ¿Hay derecho a tanta demagogia? El candidato del movimiento indígena está en contra de la  producción petrolera y minera del  país. Sin embargo, promete riqueza nacional y la tutela del Estado  bajo la oferta de desarrollar el turismo, cuando esta actividad no  llega ni al 2% del PIB.
     
    El país de las mil y una constituciones no ha logrado definir un  marco conceptual mínimo sobre el  tamaño, las prestaciones y los alcances del Estado. Por eso, nadie  lo respeta. Y hoy que está a punto de venir una nueva elección,  el manejo de esta nave quebrada  y ultrajada nos demuestra que la  ambición y la sed de impunidad  son infinitas. ¡Pobre Ecuador! 

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