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¿Esa derecha...? No, gracias

viernes, 6 septiembre 2019 - 11:07
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    Mauricio Macri, Jair Bolsonaro e Iván Duque  no merecen la solidaridad de la derecha latinoamericana; merecen una crítica  contundente. A los partidos, agrupaciones, líderes y pensadores que  comulgan con esta corriente (desde  una concepción liberal contemporánea), puede resultarles letal caer en  un espíritu de cuerpo, sin comprender que la mera conquista del poder  es insuficiente para cambiar la región.
     
    Se necesita más que políticos  estridentes de discurso irresponsable o presidentes manipulados  por el marketing político o el caudillo de siempre.  Si la derecha quiere gobernar  debe impulsar programas y promover cuadros comprometidos; mirar a  la sociedad. Lo contrario es ver cómo  Argentina se hunde en la desesperanza económica, Brasil pierde su  reputación internacional y Colombia  vuelve a los años de la guerra.
     
    Es verdad, el momento en el que llegaron Macri, Bolsonaro y  Duque demandaba la adopción de  medidas duras y cambios drásticos  en la conducción de los Estados.  Pero también, un sentido de trascendencia y liderazgo.
     
    Macri se perdió en una asesoría  edulcorada, donde lo único importante era ser simpático, descuidando  los apremios fiscales que le obligaban a tomar medidas inmediatas.  Improvisó en la conducción de un  Estado quebrado y corrompido; evitó desgastarse al principio, pero se  quemó al final, cuando los problemas se habían multiplicado. Terminó como un presidente fallido, que  se lamenta por sus errores y cae en  la demagogia de último minuto a  ver si se acerca un par de puntos al  kirchnerismo, que puede volver sin  dar cuentas por sus desfalcos.
     
    Brasil tiene un gobierno insólito.  Bolsonaro llegó con el aplauso del  odio, el relativismo y lo absurdo; y  cuando medio país se le incendia,  sus excusas no tienen credibilidad.  Un mandatario moderno y sensato  no puede desmerecer la discusión  política sobre el medio ambiente  y menos, debilitarla en función de  su idea de expandir las fronteras  agrícolas, porque la productividad y  la eficiencia no se miden en grandes extensiones. El presidente Bolsonaro, que en un año ha consumido más  de la mitad de su capital político interno por su mala gestión económica, es el centro de la crítica mundial  por su discurso incendiario.
     
    Duque generó preocupación desde el principio. Se sabía que el presidente más joven de Colombia iba  tener en sus espaldas al caudillo más  influyente de las últimas décadas.  A Álvaro Uribe nunca le interesó el  acuerdo de paz con las FARC y ahora, su agenda de la guerra interna y  el glifosato, puede despertar en un  país harto de la zozobra.
     
    El esquema que se logró con la  guerrilla tuvo vacíos y debilidades;  que su músculo económico –el narcotráfico– nunca logró disminuir.  Pero Duque se enredó en los conceptos, no construyó una propia identidad. Su misión está en fortalecer  una política de Estado que vaya más  allá de una guerra interminable que  tanto apasiona a Uribe. 
     
    Venezuela, Ecuador o Bolivia  fueron laboratorios donde la izquierda arrojó distintos resultados; la derecha continental tiene la obligación  de mirarse en Argentina, Brasil y  Colombia y empujar una doctrina  sensata que no la condene al fracaso.  Aún está a tiempo.

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