Verónica Márquez Araujo

La teoría de los Converse: lo nuevo no llega si lo viejo ocupa su lugar

Todos tenemos algo que sabemos que deberíamos soltar —un hábito, una rutina, un pensamiento— pero lo seguimos guardando “por si acaso”. No lo hacemos por apego al objeto, sino por apego a la versión de nosotros mismos que fuimos cuando lo adoptamos. Y aunque suene filosófico, es pura biología: al cerebro le encanta lo conocido, aunque ya no funcione.

La psicología lo explica bien: tendemos a aferrarnos a lo conocido. Daniel Kahneman llamaba a esto “aversión a la pérdida” (Kahneman, 2011), esa resistencia a soltar incluso cuando algo ya no suma. Y aunque suene técnico, la vida a veces lo ilustra con historias simples. Así nació en mi casa la teoría de los Converse.

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Mi esposo tiene un estilo clásico y sencillo. Desde que nos conocemos, usa siempre el mismo modelo de Converse azules. Los combina con todo: pantalones, jeans, ropa de fin de semana. Los usa hasta el final de sus días útiles y luego compra unos nuevos... exactamente iguales. En veinte años juntos, he visto desfilar generaciones completas de esos zapatos.

Un día decidí adelantarme y regalarle un par nuevo, porque los suyos ya no servían ni para pintar la casa. Compré el mismo modelo, la misma talla, pero cuando se los probó no le calzaban bien. Fuimos a la tienda y prometieron buscar el número correcto en otra sucursal.

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Mientras tanto, los viejos seguían allí: vencidos, deformados y ya imposibles de donar.

Le dije varias veces:

—Puedes botarlos, ya están listos para irse.

Pero él no podía. Esos zapatos representaban años de historias, viajes, momentos. No era el objeto; era el significado.

Pasaron dos semanas, un mes, tres meses. Y los Converse viejos seguían ocupando su lugar en el clóset. Hasta que una mañana los miró con nostalgia y dijo:—Tienes razón. Ya cumplieron su ciclo. Hoy sí los voy a botar.

Los dejó ir. Literalmente.

Ese mismo día sonó el teléfono de la casa. Era la tienda: “Ya llegaron los zapatos nuevos. Pueden pasar a retirarlos esta semana”.

En ese momento nació en nuestra familia una frase que repetimos cada vez que queremos dar paso a algo distinto:

La teoría de los Converse: lo nuevo no llega si lo viejo ocupa su lugar.

No se trata de zapatos. Hablamos de creencias que ya no nos representan, hábitos que no funcionan, rutinas que consumen energía, relaciones que hicieron sentido alguna vez, pero ya no. Soltar no es renunciar: es reconocer que algunas cosas cumplieron su papel y es tiempo de abrir espacio.

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Cómo empezar a soltar (sin drama, sin culpa, sin tragedia)

Soltar no tiene que ser un proceso doloroso. A veces es simplemente un acto de honestidad con una mismo: mirar lo que ya no suma y permitir que deje de ocupar lugar.

Aquí una mini guía práctica:

✔ 1. Haz una lista de lo que ya no suma

Incluye cosas materiales, pensamientos, expectativas y rutinas. No lo filtres, solo colócalo sobre el papel.

✔ 2. Elige UNA cosa para soltar esta semana

Una sola, sin mucha presión. Puede ser: un hábito que te drena, una creencia que te limita y una expectativa que cargas por costumbre

✔ 3. Observa cómo te hace sentir

Escríbelo. La escritura ayuda al cerebro a procesar la transición y a entender que soltar también es un acto de crecimiento.

A veces un gesto pequeño —como dejar ir unos zapatos viejos— desbloquea un movimiento más grande. Tal vez lo nuevo no llegue ese mismo día, como nos pasó a nosotros, pero siempre encuentra el camino cuando hay espacio disponible.

✔ 4. Haz espacio físico y emocional

Tira, regala, dona, archiva, suelta. Lo que liberes afuera, te ayuda a liberar adentro

Para cerrar (y también para empezar)

No necesitas tenerlo todo claro. No necesitas haber hecho mil cursos. No necesitas esperar al momento perfecto.

A veces el cambio comienza simplemente con hacer espacio. Con soltar lo que ya cumplió su ciclo. Con abrir un pequeño lugar para lo que viene.

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