Carlos Rojas Araujo

Se fue Rommy Vallejo, ¿y…?

El presidente Lenín Moreno habrá sentido que  con la renuncia de Rommy Vallejo a la Secretaría  Nacional de Inteligencia (Senain) desactivó  un frente de tensión y crítica. En este Gobierno,  promotor de la reconciliación (a medias), solo es  cuestión de remover al funcionario que tantos señalamientos  acumula y ponerlo fuera del radar de la  efervescencia noticiosa. Lo demás viene por cuenta  de la memoria frágil.
 
Es difícil entender los últimos años del correísmo  sin tomar en cuenta a uno de sus rostros más aciagos.  Vallejo armó la agenda del espionaje y nutrió a ese gobierno  de un repertorio infinito de represalias contra  quienes ejercían la tarea democrática de ser opositores,  de hacer cuestionamientos permanentes desde  el periodismo y la opinión ciudadana y de impulsar la  movilización social.
 
El hombre de la Senain era tan importante que tenía  que seguir con el presidente Moreno para proteger  los secretos del correísmo. Pero muchos dirán –los gobiernistas,  sobre todo– que Vallejo no podía resistir la  transición que Moreno forzó con el relato de la mesa  servida, los comportamientos ovejunos y la consulta  popular. Y que, por esa razón, su salida era inevitable.
 
El problema es que, en este caso, la oxigenación del  gabinete es insuficiente, porque permite a Vallejo gozar  de vacaciones en las playas del bajo perfil. Además,  porque corta, de un solo tajo, la posibilidad de conocer  el triste legado de esta Secretaría que seguirá en pie,  posiblemente con un rostro más amable.
 
Cuando la Senain comenzó a funcionar, en 2013,  lo hizo con un presupuesto de 80 millones de dólares.  Y en los peores años de crisis no operó con menos de  40 millones.
 
Es un presupuesto que casi duplica al del Ministerio  de Turismo o similar al de la planta central del  Registro Civil, cuyas funciones son más importantes  y productivas. Y pese a ello, no se pudieron evitar desgracias  como el bombazo terrorista del 27 de enero en  San Lorenzo (Esmeraldas).
 
A breves rasgos, se puede decir que el espionaje  de Correa, en menos de cinco años, le costó al país  unos 300 millones de dólares. La nómina promedia  los 400 funcionarios.
 
¿En qué se fue tanto dinero? Bueno, esa es la respuesta  que el gobierno de Moreno tiene que dar si su  verdadero propósito es pacificar este país y velar por  el gasto fiscal. Vallejo, antes de que se vaya de embajador
o reciba algún otro cargo, bien podría rendir esas  cuentas y también las políticas.
 
El informe de Contraloría que el subrogante Pablo  Celi dice que no existe y que Carlos Pólit lo ratifica,  detalla cómo, supuestamente, se gastaron ilegalmente  más de 200 mil dólares entre septiembre de 2013  y marzo de 2014, en un proyecto tan triste como  siniestro: la Comisión correísta para indagar el 30-S y  sostener, sobre la base del miedo y la propaganda, la  idea del golpe blando y el intento de magnicidio.
 
Como este, los operativos que debió haber montado  Vallejo desde esta Secretaría deben ser muchos y el  país tiene derecho a conocerlos, sin el eufemismo del  ‘secreto nacional’. Solo así Moreno podrá prescindir  de esta entidad, como cuando Rodrigo Borja lo hizo  con el terrorífico SIC. Para ello tiene que haber voluntad  política y tranquilidad de conciencia.

Más leídas
 
Lo más reciente