Jack McMorrow tuvo lo que parecía un ligero sarpullido rojizo en las manos, esto ocurrió a mediados de abril. Su padre supuso que se debía a que el joven de 14 años estaba usando demasiado gel desinfectante para manos. Cuando los padres de Jack notaron que tenía los ojos vidriosos, se lo atribuyeron a las noches que se desvelaba con videojuegos o programas de televisión.
Jack vive en Queens, Nueva York, ama las historietas de Marvel Comics y tiene la ambición de aprender a tocar “Stairway to Heaven” en la guitarra. Compartió su historia al New York Times. Pasaron unos días, y tenía dolores en el estómago y empezó a sentirse peor. Sus padres consultaron a sus pediatras en citas en línea y lo llevaron a una clínica de urgencias que atiende los fines de semana. Luego, una mañana, despertó sin poder moverse.
Fue hospitalizado con insuficiencia cardíaca, un crudo ejemplo del síndrome inflamatorio grave recién descubierto relacionado con el coronavirus que ha sido identificado en unos 200 niños en Estados Unidos y Europa.
La enfermedad suele presentarse semanas después del contagio en niños que no experimentaron los síntomas de la primera fase del coronavirus. Se ha comparado con un síndrome inflamatorio infantil poco común llamado enfermedad de Kawasaki, pero los médicos han hallado que el nuevo padecimiento afecta al corazón de otras formas y se manifiesta más en niños de edad escolar que en bebés y niños pequeños.
La recuperación de Jack y la experiencia de otros sobrevivientes son cruciales para los médicos, los funcionarios de salud y los padres, que están ansiosos por comprender este misterioso padecimiento. “Cuando hay insuficiencia cardiovascular pueden surgir otras cosas. Otros órganos pueden colapsar, uno tras otro, y la supervivencia se vuelve muy difícil” dijo Gheorghe Ganea, quien, junto con su esposa, Camelia Ganea, ha sido el médico familiar de Jack.
Ni Jack ni sus padres, John McMorrow y Doris Stroman, saben cómo se contagió de coronavirus. Luego de vaciar su casillero en la preparatoria Monsignor McClancy el 18 de marzo para continuar sus clases en línea desde casa, solo había salido del apartamento una vez, dijeron, para ayudar a su madre a lavar la ropa en el cuarto de lavandería de su edificio. Sus padres y su hermana de 22 años también evitaron salir y las pruebas que les hicieron resultaron negativas.
La semana siguiente al sarpullido de su mano y el dolor de estómago, aproximadamente un mes después de que dejó de ir a la escuela, Jack tuvo fiebre de 38 grados Celsius y dolor de garganta. Su madre, preocupada, agendó una videoconsulta con sus pediatras, quienes le recetaron un antibiótico para una posible infección bacteriana. Durante varios días, Jack se sintió más o menos igual, pero pronto surgieron otros síntomas: cuello inflamado, náuseas, tos seca y un sabor metálico.
El sábado, 25 de abril, su fiebre se disparó a 40 grados Celsius, sentía presión en el pecho y cuando respiraba hondo le “dolía en el fondo”, según explicó.
El tercer día que Jack pasó en la unidad de terapia intensiva, el medicamento para la presión arterial no le estaba ayudando lo suficiente y los médicos empezaron a planear la inserción de una línea central por la ingle para administrarle medicamentos adicionales. También se estaban preparando para conectar a Jack, quien estaba recibiendo oxígeno con una cánula nasal, a un respirador.
Pero luego los doctores empezaron a darle esteroides, que pueden tener efectos antinflamatorios e inmunodepresores. Al fin, algo pareció funcionar. En cuestión de horas, Jack ya no necesitaba tantos medicamentos para la presión arterial.
Su ritmo cardíaco estaba en los treinta, la mitad del nivel debido. Los médicos dijeron que la baja frecuencia cardiaca tal vez se debía a los esteroides, pero no podían afirmarlo con certeza, así que lo trasladaron a una unidad de monitoreo continuo de actividad cardíaca.
El 7 de mayo, diez días después de que ingresó al hospital, Jack regresó a casa y brincaba por todo su apartamento, celebrando como Pinocho: “¡Soy un niño de verdad! ¡Ya no tengo cables ni tubos!”.