Los días anteriores a la anunciada huelga de policías y militares temerosos de perder conquistas gremiales, el auto considerado omnipotente presidente Rafael Correa fue desafiado como nunca por el ala izquierda de PAIS, que aún pensaba poderle disputar a la derecha la hegemonía de su alianza de gobierno.
Pero mientras los otros jugaban a la esgrima o al ajedrez, Correa jugaba a los bombarderos, y empoderado de la mejor tradición victimista ecuatoriana, la mañana del 30-S decidió apostar fuerte, sacar a pasear los fantasmas del golpismo y la inestabilidad y empujar a transformar un reclamo sindical en una puesta en abismo del orden constitucional. Y ganó.
Tras instigar a la justicia en su poder a perseguir a quien se atreviera a interrogar los móviles y subtextos de unos hechos colmados de sombras y matices, su jugada maestra le permitió además refundar su proyecto atrabiliario sobre el mito de un renacimiento que él mismo, siempre causa y efecto de la mal llamada Revolución Ciudadana, había propiciado.
“¡Develando el nuevo Plan Cóndor: por un pacto ético latinoamericano!”, fue el eslogan del III Encuentro Latinoamericano Progresista, ELAP, artefacto parido por la propaganda correísta en las fauces de la pantomima del 30-S, con el fin de proyectar y consolidar el simulacro democrático y emancipatorio de su gobierno.
Con la excepción expresa de Argentina, con todo y la probable manipulación de los Kirchner, la Operación Cóndor no ha sido escombrada en ningún otro país, y si se sospecha que continúa vigente, lo primero que habría que hacer es interrogar sobre el muro de silencio e ignominia que todavía se mantiene sobre las operaciones de entonces.
De ahí que sea tan ofensiva la forma en que gobiernos como el de Correa juegan con la memoria de las víctimas y los deudos de la verdadera Operación Cóndor, reducida a vergonzosa arma arrojadiza contra sus objetores y contendores, cuando en América Latina los líderes, muchos de ellos socialistas, optaron por privilegiar el progreso sobre la justicia.
Parapetarse en una supuesta Operación Cóndor II signa la total ausencia de autocrítica mucho más allá de la corrupción: en Brasil, por ejemplo, la persecución contra Lula y el PT puede sintetizarse con una cita de Arístides Vargas: “los corruptos meten presos a los corruptos”.
Por lo demás, la historia nunca se repite de manera mecánica, sino sinuosa. Y quienes propaguen lo contrario no solo cometerán un error, sino que jugarán un papel interesado en la simplificación de la política y de conflictos históricos sumamente difíciles de solución.
Correa no es Pinochet, aunque durante décadas sectores medios, altos y populares del Ecuador soñasen con que nos gobernara, literalmente, “un Pinochet” (una mano dura, a punta de correa).
Y Daniel Ortega no es Somoza, sino quizás algo peor, en la justa medida de su propia trayectoria desde las bases y la dirigencia del ayer ejemplar y hoy secuestrado Frente Sandinista.