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El concepto del futuro

martes, 9 junio 2020 - 12:07
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    Por Carlos Rojas Araujo

    ¿Sobre qué concepto Ecuador debe orientar el debate urgente de la reconstrucción? No es posible reivindicar, con sobrado romanticismo, el papel del Estado como único garante de la salud y la vida de la gente sin que sintamos asco por todo lo que roban en su nombre.

    No importa si se licitan bolsas de cadáveres con sobreprecios desde el IESS, si el negociado de las mascarillas salta en la Prefectura del Guayas o si la Secretaría de Salud del Municipio de Quito dispone, con absoluto desparpajo, la compra de 100 mil pruebas PCR al oferente más caro. Qué más da si el escándalo brotó en la Secretaría de Riesgos o en el GAD de Antonio Ante, pues los hospitales de Manabí se administran con fines políticos so pretexto de una repulsiva gobernabilidad.

    Aunque el Estado se haya convertido en una cueva de pillos para robar y despilfarrar a manos llenas y que por ello haya enfado colectivo, es preferible que los ciudadanos salgan a su rescate, antes que permitir la idea de demolerlo todo, abriendo la puerta a un nuevo caudillo suelto de promesas y mentiras…

    Sí, el rescate debe ser ciudadano, porque ciudadanos han sido la Comisión Anticorrupción y los periodistas que han descubierto los atracos. Ciudadanos son los que han muerto en las puertas de un hospital colapsado
    o de los ciudadanos son los cadáveres confundidos, por los que se exigía dinero para entregárselos a sus deudos.

    Cientos de miles se han quedado sin empleo y a merced del ajuste estatal, sin saber por qué el dinero que debió ahorrarse en la década ganada, se desperdició en los sobrecostos de una refinería u hoy gana intereses e impunidad en las cuentas de algún político prófugo.

    Lo ideal sería que amplias plataformas cívicas, sin el peso del pasado, busquen redistribuir el poder o que al menos planteen veedurías indispensables para que la próxima campaña no sea el inicio de un nuevo embuste.

    Se ha puesto de moda también aquella idea de que el sector privado empuje el desarrollo del Ecuador luego de que amaine la pandemia. Pero sus reglas de juego no están claras. Desde que Lenín Moreno gobierna, los gremios productivos han querido que el Estado acceda a todos sus requerimientos: menos impuestos y aranceles, flexibilización laboral, fomento a sus actividades, sin que lo poco o mucho que se les haya concedido sirviera de incentivo para generar empleo estable y de calidad, ya que esta es la mejor política social.

    Los dirigentes empresariales y los sindicales alimentan una peligrosa visión corporativa del problema nacional. Y la clase política, que debiera mediar estos conflictos, se diluye en su parsimonia y, salvo contadas excepciones, en su falta de preparación.

    Por fuera de esta constelación están millones de ecuatorianos -se supone, los más preparados de la historia-, a los que la vida se les va en un país desolador y sin oportunidades.

    Muy pocas veces se ha sentido tal vacío de ideas. No se puede sostener a un Estado distorsionado e ineficiente, pero tampoco se ha construido confianza alrededor de la iniciativa privada.

    Quizás el diálogo sobre los límites que debe tener lo público, así como la necesaria expansión de la iniciativa particular sea la semilla de la que surja algún concepto de futuro.

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