Patricia Estupiñan

Columna de opinión | Femicidios

CEVALLOS, un cantón de apenas 11 mil habitantes al sur de Ambato, fue a comienzos del siglo pasado la última estación del tren hacia la Amazonía. Su tierra fértil, sembrada de frutales y quintas familiares —varias hoy convertidas en hosterías—, alimentó durante décadas una imagen bucólica y apacible. Juan León Mera describió esos paisajes en sus novelas, convirtiéndolos en parte del imaginario literario y turístico de la región.

Esa calma se quebró de manera brutal con el asesinato de una joven estudiante de Veterinaria con 23 años de edad, oriunda de Napo. Fue invitada por uno de sus agresores a una velada; allí, él y tres hombres más la drogaron, violaron y asesinaron. La madre de uno de los implicados alertó a la Policía, que halló el cuerpo oculto bajo un colchón. Los asesinos, demasiado drogados, no lograron desaparecerlo.

Aunque las muertes clasificadas como femicidios descendieron de 321 en 2023 a 246 en 2024, y este año suman 243 —un siete por ciento menos que en el mismo periodo anterior—, las cifras no muestran una mejoría, sino un cambio de escenario. En 2023 predominaban los casos cometidos por la pareja o expareja; desde 2024, la mayoría son perpetrados por estructuras vinculadas al crimen organizado, con niveles de violencia extremos, como el ocurrido en Cevallos.

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El patrón se repite: menos denuncias, más desapariciones y cuerpos sin identificar. Los cadáveres aparecen en vía pública o en terrenos baldíos. Las agresiones sexuales son grupales y buscan enviar un mensaje de dominación, castigo o control territorial.

Tanto Cevallos como Pelileo registran un incremento del microtráfico y de grupos asociados a la distribución. Organizaciones locales advierten que varias jóvenes están siendo utilizadas como botín o propiedad dentro de disputas criminales.

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La provincia enfrenta la expansión de redes de narcomenudeo, con sus consecuencias habituales: peleas por territorio, reclutamiento forzado y la instrumentalización de mujeres como objetos de dominio. La tragedia se agrava porque el 90 por ciento de los femicidios queda impune. Si no hay castigo, el mensaje para los agresores es claro: se puede repetir. Cuando el Estado no cumple con su responsabilidad, parafraseando a Hanna Arendt, el mal se vuelve banal.

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