Alfredo Pinoargote

CACO

viernes, 6 septiembre 2019 - 10:55
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En la mitología romana,  Caco, hermano de Caca,  era un gigante que vomitaba llamas y humo para  defender lo robado. Este legendario  personaje se convirtió en dios de  los ladrones, en el siglo de oro, y patrono venerado de los izquierdistas  latinoamericanos del siglo XXI.
 
La ley histórica del péndulo político, que ha marcado a las democracias latinoamericanas, tal parece  que podría llegar al no retorno con  los latrocinios de Lula, Chávez, Correa, Ortega y los Kirchner, pues  se proyectan a niveles estratosféricos imposibles de ser creídos por  una masa popular paupérrima, que  nunca ni en sueños vio tal cantidad  de dinero y peor como propia. De  ahí el enardecimiento popular de  tenerlos aún como santos de su  devoción. Antecedentes ha habido,  tan cínicos, como el que proclamaba  ‘Delincuente o no delincuente Santofimio presidente’, en la Colombia  de Pablo Escobar, refiriéndose a la  candidatura de su abogado.
 
Pero la democracia tiene sus anticuerpos, un sistema inmunológico  que responde a la división de poderes, que estas dictaduras plebiscitarias han intentado tenazmente destruir. Gracias a que el abuso  económico ha venido acompañado  del abuso contra los derechos humanos, la función pública de juzgar  penosamente ha logrado sobrevivir, erigiéndose en el resorte que  rechaza la disfuncionalidad de legislar y ejecutar leyes en beneficio  de intereses creados.
 
De allí que la principal falla del  Caco revolucionario se encuentra en  su principio ideológico, de que los  revolucionarios deben robar para en  el futuro estar protegidos contra la  derecha y continuar empoderados.  Así pontificaba Carlos Andrés Pérez,  líder del socialismo democrático,  que terminó bautizado como derecha iluminada. Ya que la fragancia  del dinero les hace perder la razón,  la compostura y la lucidez, hasta el  punto de encontrarnos con bandas armadas fuera del gobierno,  como las FARC, que se sustentan  públicamente en la industria del  narcotráfico. Hoy el péndulo, que  también castigaba las angurrias de  la derecha insaciable y glotona, está  en peligro de desaparecer tragado  por el torbellino de la historia.
 
Personajes de romántico idealismo revolucionario como el ChéGuevara parecen piezas decorativas  de un pasado distante al que los revolucionarios contemporáneos no  quieren volver. Pues ninguno quiere morir en la selva con un fusil al  hombro como el Ché, o enfermo  y abandonado como el Libertador  Bolívar que perdió su fortuna por  la revolución independentista. Pero  el sofisticado planeta del siglo XXI  ofrece posibilidades inimaginables  con sus paraísos fiscales, creados  por la presión de los infiernos fiscales que la izquierda revolucionaria a  propósito siembra y cultiva.
 
Si aterrizamos en la mitad del  mundo, con su tradición de la doctrina del delito sin delicuente, que  abraza en su regazo la impunidad  de los asesinatos de García Moreno  y Eloy Alfaro, la venta de la bandera,  las travesuras de los enloquecidos  por el dinero y el peculado bancario,  vemos que los pájaros de alto vuelo  caen por picotazos en la caja chica  que registró el cuaderno de Laura.  

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