En la mitología romana, Caco, hermano de Caca, era un gigante que vomitaba llamas y humo para defender lo robado. Este legendario personaje se convirtió en dios de los ladrones, en el siglo de oro, y patrono venerado de los izquierdistas latinoamericanos del siglo XXI.
La ley histórica del péndulo político, que ha marcado a las democracias latinoamericanas, tal parece que podría llegar al no retorno con los latrocinios de Lula, Chávez, Correa, Ortega y los Kirchner, pues se proyectan a niveles estratosféricos imposibles de ser creídos por una masa popular paupérrima, que nunca ni en sueños vio tal cantidad de dinero y peor como propia. De ahí el enardecimiento popular de tenerlos aún como santos de su devoción. Antecedentes ha habido, tan cínicos, como el que proclamaba ‘Delincuente o no delincuente Santofimio presidente’, en la Colombia de Pablo Escobar, refiriéndose a la candidatura de su abogado.
Pero la democracia tiene sus anticuerpos, un sistema inmunológico que responde a la división de poderes, que estas dictaduras plebiscitarias han intentado tenazmente destruir. Gracias a que el abuso económico ha venido acompañado del abuso contra los derechos humanos, la función pública de juzgar penosamente ha logrado sobrevivir, erigiéndose en el resorte que rechaza la disfuncionalidad de legislar y ejecutar leyes en beneficio de intereses creados.
De allí que la principal falla del Caco revolucionario se encuentra en su principio ideológico, de que los revolucionarios deben robar para en el futuro estar protegidos contra la derecha y continuar empoderados. Así pontificaba Carlos Andrés Pérez, líder del socialismo democrático, que terminó bautizado como derecha iluminada. Ya que la fragancia del dinero les hace perder la razón, la compostura y la lucidez, hasta el punto de encontrarnos con bandas armadas fuera del gobierno, como las FARC, que se sustentan públicamente en la industria del narcotráfico. Hoy el péndulo, que también castigaba las angurrias de la derecha insaciable y glotona, está en peligro de desaparecer tragado por el torbellino de la historia.
Personajes de romántico idealismo revolucionario como el ChéGuevara parecen piezas decorativas de un pasado distante al que los revolucionarios contemporáneos no quieren volver. Pues ninguno quiere morir en la selva con un fusil al hombro como el Ché, o enfermo y abandonado como el Libertador Bolívar que perdió su fortuna por la revolución independentista. Pero el sofisticado planeta del siglo XXI ofrece posibilidades inimaginables con sus paraísos fiscales, creados por la presión de los infiernos fiscales que la izquierda revolucionaria a propósito siembra y cultiva.
Si aterrizamos en la mitad del mundo, con su tradición de la doctrina del delito sin delicuente, que abraza en su regazo la impunidad de los asesinatos de García Moreno y Eloy Alfaro, la venta de la bandera, las travesuras de los enloquecidos por el dinero y el peculado bancario, vemos que los pájaros de alto vuelo caen por picotazos en la caja chica que registró el cuaderno de Laura.