Sin ayuda y en silencio, Elías Cortez usa un rastrillo de madera para separar el arroz en el proceso de secado. Su frente empapada de sudor supondría que está fatigado por el esfuerzo, pero en realidad solo es una reacción normal de su cuerpo a los implacables rayos solares que recibe en su rostro, que apenas protege con un sombrero.
Cortez, un agricultor de 76 años, no denota cansancio. Lleva una hora moviendo el rastrillo de un lado al otro, y aún le falta ensacar el arroz y pilarlo. “Es mi trabajo, mi forma de llevar comida a la casa”, reconoce este hombre de baja estatura, bigote blanco y rostro ajado. Allá lo espera su esposa, con quien tiene siete hijos.
Él es una de las ocho personas que a diario se acercan a la piladora de arroz que pertenece a la Asociación “Pro Mejoras El Jigual”, ubicado en el recinto El Jigual- Daule, casi a una hora de Guayaquil.
Impacto. El Jigual es parte de un programa de
desarrollo rural que involucra a 43 asociaciones
arroceras. Foto: Iván Navarrete
Allí trabaja su cosecha para venderla en esa zona y en sectores aledaños. Por el uso de ese espacio, la Asociación cobra 1,50 dólares por cada saca de arroz secado, y el mismo precio por cada quintal pilado. La máquina tiene una capacidad para 25 quintales por hora.
A MAL TIEMPO…
Esa comunidad, compuesta por cerca de 35 socios que tienen en promedio una familia de cuatro personas, es parte del programa de desarrollo rural de la Fundación Acción Solidaria. Este trabajo, según Julio Chiriguaya, del departamento de Gestión de Capacitaciones y Proyectos del organismo, se replica en otras 43 asociaciones arroceras de Daule y Salitre. El impacto total, dice, se aproxima a 1.500 socios, todos montuvios.
Chiriguaya recuerda que este proyecto inició en 2008, a causa de las fuertes lluvias que afectaron a esas zonas. “Como ellos no podían salir de sus hogares, nosotros entrábamos con ropa y alimentos. Allí identificamos a los líderes de la comunidad, y les propusimos emprender este programa”, explica.
Al ser un sector que trabaja la tierra, Acción Solidaria optó por crear un Centro de Emprendimiento Agrícola (CEA) para capacitar a los agricultores en producción y, al mismo tiempo, darles conocimientos para emprender negocios adicionales, que sirvan para mejorar la calidad de vida de la zona.
ALTERNATIVAS
La Asociación del recinto El Jigual, además de tener la piladora de arroz que fue puesta en operación con un préstamo de la Fundación, cuenta con una tienda comunitaria donde venden productos de necesidad básica. Estos son adquiridos no solo por la gente de la comunidad, como don Elías, sino por habitantes de zonas cercanas como La Candela, San Felipe, San Pedro, entre otras.
De cosecha. Elías Cortez, de 76 años, es uno de los 35 socios de El Jigual
que usa la piladora comunitaria. Él alista su arroz para luego venderlo en
sectores aledaños. Foto: Iván Navarrete
Con ayuda de los estudiantes de la Escuela de Negocios Humane, explica Hilda Cedeño, líder de la comunidad El Jigual, obtuvieron un pequeño fondo para comprar víveres, y se capacitaron para manejar el negocio. “Nos dieron las herramientas necesarias para no depender de nadie, sino para generar por nuestros propios medios”, asegura.
Cedeño, que ha vivido sus 64 años en el recinto, reconoce la transformación del sector. “De las pequeñas casas de caña que teníamos, ahora se ven estructuras de cemento”. A su vez resalta, sobre todo, el impacto que genera esto para las futuras generaciones. “Los niños ven que es posible tener negocios propios y prósperos”.
EMPRENDIMIENTOS
En cualquier negocio, el capital inicial es la gasolina que enciende el motor emprendedor. Pero en las zonas rurales, escasas de infraestructuras de apoyo, los ingresos generados por el campo cubren, sobre todo, los gastos del día a día. Es decir, las inversiones en nuevos proyectos llegan, por lo general, por donaciones o préstamos de organizaciones o personas que colaboran socialmente.
En El Jigual, de acuerdo con Hilda Cedeño, líder comunitaria, los habitantes accedían a préstamos a través de chulqueros, pero con elevadas tasas de interés. Esto cambió cuando se creó una caja de ahorro que inició con 1.500 dólares prestados por la Fundación Acción Solidaria como capital semilla.
Cuatro años después, el fondo supera los 13 mil dólares. “Empezamos con préstamos de 50 y ahora llegamos a los 600 dólares”, señala Servio Adrián, quien junto a Yanina Ramírez manejan este proyecto. Ambos son habitantes del recinto.
Piladora. Hilda Cedeño, dirigente de la comunidad, muestra el arroz
que produce la piladora. La máquina tiene una capacidad para
25 quintales por hora. Foto: Iván Navarrete
Esta caja comunal, integrada por 30 socios, se nutre de los intereses que genera cada préstamo (del 12 por ciento anual), y de actividades adicionales como tómbolas, rifas y venta de comida. “Cada socio tiene una libreta de ahorro para controlar sus depósitos”, indica Adrián.
FINANCIANDO
Estos préstamos han permitido que habitantes de la zona emprendan sus propios negocios, como panaderías, repostería, y fabricación de mermeladas artesanales. “La Fundación nos capacitó para llevar balances y también para asesorar a otros recintos en la apertura de sus cajas comunales”, dice el encargado de ese proyecto.
Por otro parte, esta formalidad en el trabajo del recinto, afirma Cedeño, influyó en la forma de cómo llevar las reuniones entre los integrantes del sector. “Antes no nos poníamos de acuerdo en las decisiones de la comunidad; ahora trabajamos con calma y siempre en función del bien grupal”, puntualiza.
Como ejemplo, ella comenta que hace dos meses, el motor de la piladora se dañó y su reparación costó cuatro mil dólares. Esto se financió en un 50 por ciento a través de una donación, pero la otra parte la asumió la Asociación. Esa a la que pertenece Elías, el agricultor que en sus sacos no solo carga arroz, sino el deseo de superación de su familia.