En 1975, en plena dictadura militar, a Roque Maldonado, caricaturista de El Comercio, se le ocurrió la idea de un dibujo que nunca llegó a publicarse: un Escudo Nacional visto desde atrás, que escondía a un grupo de generales bebiendo, fumando y jugando baraja. En el contexto de la época esa caricatura habría transgredido varias normas implícitas que los dibujantes de prensa se habían impuesto. “El Escudo Nacional es un símbolo de la patria, entonces hacerla en ese momento de dictadura era inadecuado”, explica.
Aunque han pasado 40 años, esa caricatura tampoco sería publicable en el Ecuador de hoy, se la podría tachar de difamatoria.
Sin embargo y tras 56 años en este oficio, Roque acaba de recibir por primera vez un llamado de atención oficial por una caricatura publicada en El Comercio que sugiere que los alcaldes de Quito y Guayaquil están bajo acoso del Gobierno.
En realidad no se puede acusar a los caricaturistas de la prensa ecuatoriana de no tener límites. El decano del oficio, el doctor Asdrúbal de la Torre, de 88 años, incluso los ha puesto por escrito y son bastante conservadores. Él, personalmente, respeta “la vida privada de las personas, el secretismo de determinadas instituciones, la simbología de los emblemas, y a determinadas profesiones identificadas con valores religiosos o patrios”.
“Ha habido ocasiones en que, hecha la caricatura, la he desechado porque se pasa de esa línea de respeto que debemos mantener”, dice este médico que caricaturizó a 27 presidentes. Durante 63 años trabajó con El Comercio y luego con el diario Hoy hasta su cierre.
“Para mí, los límites éticos son los que uno tiene como individuo, como ciudadano”, dice Xavier Bonilla “Bonil” caricaturista de El Universo. Con 50 años es el “chico” de este gremio y tal vez por eso el más desafiante. “El humor por definición implica sortear límites, franquear las prohibiciones, es una respuesta al orden establecido, a las normas rígidas. Aquí lo que existen son límites impuestos al humor, que no es lo mismo”.
“El objetivo de la caricatura es el poder político”, dice Pancho Cajas, de 63 años, caricaturista de El Comercio. “Nunca me burlaría de una persona minusválida o que tenga alguna discapacidad. Tampoco de las desgracias personales de un político”.
Jaime Pozo, de 62 años, caricaturista de Vistazo, explica que “en lo personal respeto la religión, pero eso no quita que pueda hacerse una caricatura de los personajes que administran la religión”.
“Se cree que las sociedades no pueden convivir sin leyes. Los humoristas seguramente pueden pensar sin ellas. El humor desnuda y, por eso, incomoda mucho a todos los que quieren verse bien arropados”, dice Ponto Moreno Luján, director gráfico de El Comercio.
Una revisión de las caricaturas de otros países, por no decir del semanario satírico Charlie Hebdo, que publica las más cruentas ilustraciones y no perdona ni a Mahoma ni a Jesús, evidencia la corta correa con la que el poder sujeta a los caricaturistas locales.
“Lo que hacemos nosotros es cosa de niños comparado con las caricaturas de Charlie Hebdo”, dice Roque. “Francia es un líder de la cultura universal y tiene pensadores de todo tipo, a nosotros ese humor no nos sale, más bien nos repugna. Para nosotros la caricatura tiene un objetivo, hacer sonreír”.
“Yo dibujo lo que a mí me hace reír”, concuerda Bonil. “El humor de Charlie Hebdo no es el mío, pero esa no es la discusión, el punto es si se debe o no respetar el derecho a la blasfemia. La legislación francesa sí la respeta”. En cambio en Ecuador, los límites los pone “la aplicación de la Ley de Comunicación, que es inconstitucional, y su interpretación arbitraria y subjetiva”, opina.
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