En nuestro país, el 21 por ciento de los jóvenes de entre 15 y 29 años ni estudian ni trabajan. Son casi 900 mil personas inactivas que se pueden convertir en un “problema de gobernabilidad” y en un lastre para la productividad del país.
Uno de cada cinco ecuatorianos de entre 15 y 29 años es un “nini”, ni estudia ni trabaja, no porque no quiera, sino porque a pesar de buscar empleo o educación, no encuentra oportunidades.
El informe del Banco Mundial, ‘Ninis en Ecuador’, elaborado para Vistazo por el economista mexicano Rafael De Hoyos (derivado del estudio Ninis en América Latina, publicado en enero de este año), indica que existen 20 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años desocupados en la región y que es un problema presente en alrededor del 20 por ciento de la población de estas edades. Pero en Ecuador, hay algunas particularidades: mientras el número de jóvenes sin ocupación se ha mantenido más o menos estable en la región, en el país creció del 16 por ciento en 2010 al 18 por ciento en 2013. Si se abre el rango para incluir a jóvenes desde 15 hasta 29 años, el panorama es aún más preocupante: según el Instituto Nacional de Estadística y Censos en 2016 hay 890 mil chicos inactivos, que representan ya el 21 por ciento de la población de esta edad.
Además, dos tercios (66 por ciento) de los ninis en Latinoamérica son mujeres, pero para el Ecuador esa cifra sube al 72 por ciento, lo que es “significativamente mayor que el promedio regional”. “En Ecuador, el determinante más importante para caer en la condición de nini es el embarazo adolescente”, dice De Hoyos. Según cifras de salud pública, alrededor del 20 por ciento de los partos del país corresponden a madres menores de 19 años.
El segundo factor en la receta para ser nini es abandonar el colegio. Según una reciente encuesta la ONG Plan Internacional, este indicador ha mejorado: el 57 por ciento de adolescentes de entre 15 y 17 años asistía al bachillerato en 2010, hoy es 66 por ciento. Pero de todas formas, una tercera parte de los chicos de esta edad han abandonado ya el estudio.
“Muchos se convierten en ninis cuando abandonan el sistema educativo, alrededor de los 15 años, pero el problema se gesta mucho antes. Más de la mitad de los ninis en Ecuador vienen de los estratos más pobres”, dice De Hoyos. “Ellos encuentran en el mercado laboral aunque sea una chamba inestable en la informalidad, cuando pierden ese empleo no regresan al sistema educativo y entonces caen en un ciclo vicioso”.
¿Cuál es el costo para un país de tener esta gran masa de jóvenes inactivos? “Es un costo altísimo en términos de pérdida de productividad”, explica De Hoyos. “Ser nini entre los 15 y los 20 está relacionado con una pérdida de salarios 20 años en el futuro. Estamos perdiendo muchísimo como región, cada joven que sale del sistema educativo sin las habilidades mínimas para insertarse en el mercado laboral es una tragedia desde el punto de vista económico y de equidad social, porque serán trabajadores menos productivos, menos hábiles y con menos capacidad para sacar adelante a sus familias”.
UNA FAMILIA, VARIOS NINIS
Dos tercios de las “ninis” mujeres siguen viviendo con sus padres, algunas ya con sus propios bebés. El resto ha formado un compromiso y tiene hijos. Casi todos los varones siguen viviendo con sus padres y cerca de la mitad está buscando trabajo activamente.
La situación es más injusta, en cierta forma, para los chicos que sí se graduaron de bachilleres, que son el 30 por ciento de los ninis, porque se esforzaron más que otros para estrellarse con una pared apenas salieron del colegio.
Ariana Escobar, de 21 años, creció con su abuela porque su madre se fue a trabajar a España. Cuando tenía 17 quedó embarazada y se mudó a vivir con la familia de su pareja, Jean Carlo Borbor, su compañero de aula. Aunque tuvieron a su bebé cuando cursaban sexto año, no abandonaron los estudios. “Teníamos que terminar el colegio para conseguir un trabajo aunque sea de cajeros”, explica. Después de casi un año en el desempleo, Jean Carlo, quien labora en un call center, tiene la suerte de ser el único con trabajo estable en una familia con varios ninis. Sus hermanos, Christian, de 19 y Lilybeth, de 24 tampoco trabajan ni estudian, Ariana no ha tenido suerte, el padre de esta familia está desempleado y la madre gana el sueldo básico.
Quieren trabajar y estudiar. Jean Carlo (der) cuida a su bebé en sus días libres para
que su pareja, Ariana, y su hermano Cristian salgan a buscar trabajo. La posibilidad
de estudiar también ha quedado postergada para Lilybeth (izq.), quien a pesar de
tener una discapacidad, certificada por el Conadis, no ha logrado encontrar
un cupo universitario ni un trabajo estable. Foto Iván Navarrete
Ariana y Christian van frecuentemente al centro de Guayaquil a dejar currículos en Wendy’s, KFC, Tía, De Prati, Pingüino... Una cuenta en Multitrabajos les alerta de las oportunidades. Lilybeth tiene un certificado del Consejo Nacional de Discapacidades, una caída cuando era pequeña la dejó con dificultad para caminar, pero dice que el carné no ha sido de ayuda para acceder a una beca universitaria ni para encontrar trabajo, y ahora que está embarazada, ambas cosas se ven más lejanas.
Como si la falta de empleo fuera poco, se han enfrentado también a la cacería por un cupo universitario. Tomaron el Examen Nacional para la Educación Superior (ENES) y aunque tienen notas de más de 700 puntos, no encontraron cupo en la universidad. A pocas casas vive Bryan Mendoza, de 18 años, y cuenta el mismo caso: aplicó a un cupo en la Universidad de Guayaquil pero el sistema le dio la opción de estudiar en Manabí. “No me pude ir a vivir allá. Me dieron un año de suspensión por no aprovechar el cupo”. Un año a esa edad parece eterno. “No estoy haciendo nada, estoy buscando trabajo pero no me sale nada. He perdido un año como bobo”, dice Bryan, “es desesperante”.
POCA VISIÓN DE FUTURO
La tasa de embarazo adolescente en Ecuador es de 76 por cada mil mujeres, mucho más alta que países de la región como Colombia (52), Perú (50), Chile (48), Brasil (67) y México (63), indica el informe del Banco Mundial. El embarazo adolescente no se debe únicamente a falta de información y acceso a métodos anticonceptivos, en el caso de las adolescentes ecuatorianas es un problema enraizado en patrones culturales muy arraigados, explica Rosanna Viteri, directora de Plan Internacional, que acaba de presentar una investigación sobre el trabajo doméstico de niñas y adolescentes, realizada en cinco provincias. A la mayoría de las niñas encuestadas les enseñaron que es más importante “ayudar” a la mamá en la casa que hacer las tareas escolares y esta idea persiste a lo largo de sus vidas, permeando sus decisiones y haciéndoles creer que es “propio de su género” abandonar los estudios para tener hijos. De hecho, las adolescentes ecuatorianas “no ejercen la identidad de mujeres, sino de madres”, dice el estudio.
Hay que tener en cuenta que estas niñas son hijas de mujeres que en su mayoría quedaron embarazadas de adolescentes, y que no saben qué otra cosa enseñarles. “El embarazo de las adolescentes es solo la continuación de las historias de vida de las madres”. ¿Cómo romper el ciclo? De Hoyos dice que sí hay una manera: enseñarles a soñar.
“El problema de los ninis está relacionado con adolescentes que tienen poca visión de futuro”, dice De Hoyos. “Hay dos tipos de habilidades que determinan el desempeño exitoso en el mercado laboral, las cognitivas básicas, como matemáticas y comprensión lectora; y las habilidades socioemocionales, como la empatía, la capacidad de ponerse en el papel de otro, de trazarnos metas y mostrar perseverancia para cristalizar nuestros objetivos”.
NINIS Y VIOLENCIA
De Hoyos es parte de un equipo que está diseñando un programa para generar estas habilidades socioemocionales en colegios mexicanos, y que si funciona podría adaptarse a otras zonas problemáticas como Centroamérica y Colombia, donde la cantidad de ninis está vinculada a la delincuencia y a la violencia. “La correlación entre la tasa de jóvenes que no estudian ni trabajan y la tasa de homicidios se volvió positiva en México en el período 2007 a 2013”, dice De Hoyos. “La industria del crimen organizado empezó a demandar más mano de obra con cierta tipología: jóvenes, de baja escolaridad, hombres, situados al norte, justamente cuando sufrimos una crisis económica que expulsaba trabajadores”. El peligro es que esto mismo podría suceder en cualquier país donde se combinen los factores criminalidad y crisis.
Sin salida, estos chicos “se vuelven un problema de gobernabilidad”, dice Guillermo Dema, especialista en Trabajo Juvenil de la Organización Internacional del Trabajo. “Son jóvenes que están por fuera del sistema, no hemos podido atraerles al mundo del trabajo ni hemos sabido proporcionarles educación, es un fracaso del propio Estado al no saber darles soluciones”.