La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha incluido recientemente a la variante NB.1.8.1 del SARS-CoV-2 (COVID-19) en su lista de “variantes bajo monitoreo” (VUM), tras registrar un aumento progresivo de su presencia en distintos países del mundo, especialmente en Estados Unidos.
Identificada por primera vez en enero de 2025, esta subvariante es una descendiente de XDV.1.5.1 y representa ya el 10.7% de las secuencias globales reportadas durante la semana del 21 al 27 de abril, según el último informe de la OMS. Aunque aún no domina por completo, su avance sostenido ha encendido las alertas en regiones como el Pacífico Occidental, América y Europa.
Una de las mutaciones clave de esta variante es la T478I, relacionada con una mayor capacidad de evasión inmunológica. Esta alteración permite que el virus eluda con más facilidad ciertos anticuerpos, lo que podría traducirse en una transmisión más eficiente.
No obstante, y a pesar del aumento en casos y hospitalizaciones en algunas zonas, la evidencia actual no indica que NB.1.8.1 cause enfermedades más graves que otras variantes de ómicron. Tampoco hay señales de un repunte en la mortalidad ni en la necesidad de cuidados intensivos.
Una buena noticia es que los estudios de neutralización realizados hasta ahora muestran que las vacunas actuales continúan ofreciendo protección, especialmente frente a cuadros graves o sintomáticos causados por esta variante.
La OMS ha insistido en la necesidad de que los países refuercen sus capacidades de vigilancia genómica y de laboratorio, para detectar a tiempo cualquier cambio relevante en el comportamiento del virus. Recomiendan especialmente realizar pruebas con sueros de personas vacunadas o previamente infectadas, con el fin de analizar su capacidad de respuesta frente a NB.1.8.1.