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El efecto fugaz de Fito Páez en Guayaquil

lunes, 1 julio 2019 - 12:44
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Once canciones. Las más populares, las clásicas de su repertorio, las más sonadas desde mediados de los ochenta, cuando el cantante argentino Fito Páez comenzó a acariciar la fama en toda Latinoamérica. Fueron once canciones, durante una hora, las que el artista interpretó en esta edición del Funka Fest, el festival de artes visuales y escénicas, que se realiza todos los años en Guayaquil y que ha traído a bandas como Babasónicos y Aterciopelados en ocasiones anteriores. 
 
Esas once canciones fueron como consumir a Páez en una píldora, en síntesis, al pie del río: preciso para quienes no lo conocen a profundidad, pero insuficiente para quienes esperaban más. 
 
El breve “concierto” -pues Páez era parte de un line up de más de diez artistas entre nacionales e internacionales- comenzó puntual, a las 9:30 de la noche. Unos minutos antes de arrancar, mientras en una pantalla gigante se proyectaban frases de varias de sus canciones (...que no cantó en su mayoría) los cientos de asistentes al recital coreaban “Olé, olé, oléeeee. Fitoooo, Fitoooo”, una y otra vez, hasta que él salió a escena. 
 
 
Su atuendo no fue sorpresa: traje azul oscuro, con camiseta informal, gafas y pelo ondulado en desorden; su performance, tampoco: hombre al piano en constante interacción con el público, ya sea pidiendo que continúen las letras de las canciones o seguir algunas tonadas con aplausos. Había energía en Fito y también momentos en los que este hombre de pancita prominente que se acerca a los 60, parecía entregarle la batuta a otros: a su corista, a los músicos que lo acompañaban o al público. 
 
“El amor despues del amor”, compuesta en esos tiempos felices, cuando su relación con la actriz Cecilia Roth recién comenzaba a inicios de los noventa, fue la que abrió el concierto. Con la canción llegó la primera explosión de luces, sonido y el saludo del argentino a los asistentes, que puso a gritar a todos. A esta le siguieron otras como “Tu vida, mi vida” -la más nueva del repertorio-, “11 y 6”, “Al lado del camino” -en la que hizo una breve referencia al río Guayas-, “Circo Beat” y “Brillante sobre el mic”. 
 
 
Hubo un momento abrasador durante la interpretación de “Ciudad de pobres corazones”, la canción escrita a raíz de su tragedia personal más honda: el asesinato de su abuela y de su tía en su Rosario natal en 1986. Cada “en esta puta ciudad, todo se incendia y se va” se sentía más potente con el riff de las guitarras y los bajos. En esta canción, más que en cualquier otra durante todo el concierto, hubo extensos solos de cuerdas, batería, teclado, conexión con el público, improvisación de la letra y entrega de Páez. 
 
“A rodar mi vida” y “Dar es dar” fueron las siguiente En un momento, entre canción y canción, se refirió a la marcha del orgullo LGBTI+ que ocurrió en el centro horas antes del concierto. “En los cuerpos y en el amor está la libertad”, dijo y llegó “Mariposa tecnicolor”, haciendo sentir a todos que el final del recital estaba cerca. 
 
 
De una forma inesperada, en el ambiente siempre hubo una especie de vibra de estadio: los cánticos previos, los movimientos reiterativos de las manos como si se estuviera alentando a un equipo, la luz de bengala que a alguien se le ocurrió encender y la canción “Y dale alegría a mi corazón”, asociada a varias barras de fútbol y con la que Fito Páez decidió cerrar -a capella y en compañía de todos los miembros de su banda al frente- su recital fugaz, pero lleno de palabras ingrávidas, que quedarán flotando un buen rato frente al río y al palacio de cristal. 

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