En el rock latinoamericano puede que haya un antes y un después de Cerati. Un inteligente libro reconstruye su vida y su muerte.
El azar ha dispuesto que mi última colaboración en este espacio de recomendación de libros se realice en torno a la vida, pasión y muerte de un ícono de la cultura latinoamericana, Gustavo Cerati. Lo ha querido sobre todo la calidad de la biografía escrita por Juan Morris, joven periodista de la Rolling Stone Argentina.
A contravía del amarillismo y la estulticia con que muchos abordaron el largo y doloroso coma del cantante y motor del más importante grupo de la historia del rock latinoamericano, Soda Stereo, Morris se dedicó durante esos años a entrevistar de manera discreta y sucinta a algunos de sus más cercanos colaboradores y afectos, reconstruyendo el itinerario de un hijo del capitalismo de Estado peronista, desde el ascenso de sus padres de la periferia obrera hasta la conquista de una popularidad inédita para un rockero en nuestras tierras.
Cerati. La biografía, de Juan Morris.
Debate, Bogotá 2015. 312 páginas.
Fanático del cosmos y el mundo animal; adicto a los cigarrillos (quizás fuente principal, por encima de otras drogas, de los traumas de su sistema circulatorio) y a las mujeres (fue un curioso Don Juan, que ansiaba tanto la fiesta como la estabilidad), es de agradecer que Morris enfoque su biografía fundamentalmente como la de un gran músico y sus contradicciones.
Que Cerati, además, terminara siendo una estrella es algo literalmente secundario, una consecuencia de la singularidad de un fenómeno, ante todo, de búsqueda insaciable, paradójicamente producida en los terrenos del pop más comercial. Fue eso lo que hizo de él, perdonen si esta afirmación ofende a alguien, un beatle latinoamericano (por más que su referente haya sido The Police).
Cerati fue parte de un movimiento de ruptura del rock argentino. En la
imagen, en casa de Charly García, junto a Fito Páez y León Gieco.
Lo (casi) irrepetible del itinerario de Los Beatles consistió en la amalgama de su éxito masivo y su compromiso, cada vez más agudo, con la experimentación musical, y cómo esa dicotomía terminó por hacer estallar al grupo y a sus integrantes. Soda Stereo fue eso en nuestro ámbito, en el de nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra historia, y resulta apasionante la manera en que Morris nos invita a los intersticios de su constitución, sus conflictos y colapso, junto a Zeta y Charly Alberti, en cuya casa familiar, siendo casi adolescentes, había empezado todo, cerca del mismo estadio de River Plate donde el grupo se despediría 15 años después, en 1996.
Incluso lo que en otros podría haber desembocado en el señalamiento del lado oscuro de su fuerza, la típica frivolidad también constitutiva de un rockstar (sus dos últimas parejas fueron casi 30 años menores que él), adquiere en Morris la perspectiva de la fragilidad de un hombre que, tras vivir en permanente gira y ruta, expuesto al aplauso multitudinario, se aproxima lenta pero persistentemente al abismo.
Movimiento de ruptura del rock argentino. En el sentido del reloj:
Federico Moura, Miguel Abuelo y Luca Prodan, líderes fallecidos
antes de los 90, de Virus, Los Abuelos de la Nada y Sumo.
Estamos ante un libro inteligente escrito desde el amor, por alguien que también adoptó como su herencia algunas de las letras y las músicas de canciones como “La ciudad de la furia”, un tema pergeñado desde la fantasía pre lisérgica, infantil, de esa crisálida con aspecto de jedi y vampiro que fue Cerati, considerado durante años un sobreviviente: los principales líderes de las otras bandas argentinas importantes nacidas en los 80 murieron antes de empezar los 90, quizás por ello en su gira de reencuentro con Soda usaba camisetas que decían “No me voy a morir” y “Soy inmortal”. Y afirmaba que, aun parapléjico, le gustaría seguir viviendo, “aun cuando sólo fuera una nariz”.
Realizador de viajes astrales y heredero de la afición de su madre a la cartomancia, antes de partir a la gira que desembocaría en el infarto cerebral en Venezuela, su tarotista le recomendó no hacer el viaje. Cerati, que hace años había sufrido una trombosis, sonrió. Y ya en su coma, un día le llevaron la grabación de un concierto de U2 en Argentina, donde Bono había pedido un aplauso para él. Por sus mejillas corrió una lágrima. El jedi seguía ahí.
Durante su gira de reencuentro con Soda Stereo, dos de sus camisetas
favoritas decían: “No me voy a morir” y “Soy inmortal”.