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Frontera Norte: el conflicto armado de Colombia que también impacta a Ecuador

Más de 80.000 personas están refugiadas en Ecuador y el 93% es de nacionalidad colombiana. Muchas llegan huyendo de la violencia. Vistazo viajó hasta la frontera norte para conocer las historias detrás del conflicto armado.

Paula es uno de los rostros que aún carga las secuelas del conflicto armado colombiano, a 61 años de su inicio. Tiene 25 años y vive en Tulcán, provincia de Carchi, desde hace 16. Salió a la fuerza de su país, junto a su papá y su mamá, por la violencia de la guerrilla.

Su familia no volvió a ser la misma. Su hermano mayor se desplazó hacia Huila, al sur de Colombia. El segundo escapó de la guerrilla durante una persecución: se escondió entre los cafetales y una familia del pueblo le brindó protección. Su tercer hermano, Enrique, fue reclutado siendo niño y permaneció desaparecido hasta los 18 años. Poco después, lo mataron.

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Su padre fue el primero en salir de Colombia y llegar a Tulcán. Casi un año después, Paula y su madre lograron escapar de los grupos armados irregulares. Paula recuerda ese día con claridad: eran las tres de la mañana y pasaban los buses uno tras otro, llenos de personas. “Tuvimos que cruzar toda la zona de guerrilla: El Tablón de Gómez, La Unión y Buesaco. Cuando llegamos a Pasto pudimos respirar y supimos que estaríamos bien, recuerda”.

La historia de Paula no terminó ahí. Como extranjera se enfrentó a varias situaciones de abuso. Fue violada en dos ocasiones cuando era adolescente y maltratada por el padre de sus dos hijos, un ecuatoriano con quien estuvo casi ocho años.

$!Paula salió de Colombia cuando era menor de edad. A su hermano lo reclutaron y lo mataron. Hoy, vive en Carchi junto a sus dos hijos y estudia Comercio en la universidad.

Este es solo uno de los tantos testimonios que Vistazo recabó en la frontera norte de Ecuador. Por esta zona, según cifras del Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana, pasan más de cien mil extranjeros, que ingresan o salen del país cada año. Solo hasta septiembre de este 2025, se registraron 85 mil entradas y 85 mil salidas de personas de otras nacionalidades.

No todos deciden quedarse. Para muchos, Ecuador es solo una ruta de tránsito hacia Panamá, Perú o Chile, en busca de reencontrarse con sus familias que también fueron desplazadas a la fuerza o de empezar una nueva vida desde cero. Quienes eligen quedarse, en cambio, lo hacen buscando protección y un lugar seguro donde reconstruir su historia.

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En Ecuador hay cerca de 80 mil personas como refugiadas, denominadas de esta manera desde 1992, por decreto Ejecutivo a todo aquel que “debido a fundados temores de persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad o pertenencia a un determinado grupo social, se encuentre fuera de su país y no pueda o no quiera acogerse a la protección del mismo”. Esto ahora también se aplica a quienes escapan por conflictos armados o violencia generalizada.

Actualmente, el 93 por ciento de las personas reconocidas como refugiadas es de nacionalidad colombiana. Estas cifras se fueron cocinando desde hace casi dos décadas, cuando la relativa calma convirtió al Ecuador en un destino atractivo para asentarse.

De hecho, en 2003, un artículo publicado por Vistazo reflejaba el nacimiento de una crisis sin precedentes que aún prevalece: colombianos huyendo por el miedo a los grupos armados irregulares. En apenas tres años, de 2000 al 2003, hubo un incremento de casi 50 por ciento de las solicitudes de refugio.

Y aunque desde 2018 la mirada se ha fijado en el éxodo de los venezolanos que llegan al Ecuador, desde la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en el país reportan actualmente un incremento de colombianos que llegan en busca de protección.

“Vienen desde muy lejos como el César, en el norte de Santander (frontera con Venezuela), pero también desde Huila y Putumayo (cerca al Ecuador) para salvar su vida”, destaca Natasha Montero, jefa de Unidad de Terreno de esta agencia en Lago Agrio, que cubre la provincia de Sucumbíos y Orellana.
$!Más de cien mil extranjeros ingresan y salen por la frontera de Ecuador cada año. Para muchos es un país de tránsito y para otros es su destino final con la esperanza de rehacer su vida.

¿La razón? Varias organizaciones humanitarias, como Médicos Sin Fronteras y el Comité Internacional de la Cruz Roja, podrían tener la respuesta: en varios informes advierten que 2025 podría cerrar con las peores condiciones humanitarias de los últimos 18 años en Colombia.

En una investigación publicada por la revista colombiana Semana en agosto de este año, se advierte que actualmente operan al menos cuatro organizaciones criminales colombianas con presencia en la frontera norte: las disidencias de Iván Mordisco, la Coordinadora Nacional, los Comuneros del Sur y los Comandos de Frontera.

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Según información obtenida por el medio a través de las fuerzas militares de Colombia, estos grupos mantienen alianzas con carteles ecuatorianos, albaneses y mexicanos, lo que ha intensificado la violencia y el control del territorio en la zona limítrofe.

Heridas del conflicto

Entrar a Lago Agrio, en Sucumbíos, es deleitarse con paisajes de vegetación abundante, ríos, cascadas y atardeceres de ensueño. Este cantón amazónico y de raíces lojanas (fue construido por personas que huyeron de Loja por la sequía y la pobreza), se caracteriza por la diversidad de su gente.

Esa diversidad, sin embargo, no siempre es visibilizada en el resto del país. Además de sus recursos naturales, Lago Agrio enfrenta un gran desafío: el aislamiento geográfico. Al ser uno de los puntos más remotos del Ecuador, sus carreteras suelen presentar colapsos y deslizamientos que hacen que su acceso sea difícil para los que vienen desde el sur. Esto provocó que ciertas realidades pasen desapercibidas, como la gran acogida que brinda la capital de Sucumbíos a personas de otros lugares.

Su ubicación, limítrofe con el departamento de Putumayo en Colombia, lo convierte en uno de los primeros puntos de llegada, en el norte del país, para quienes buscan refugio, como María (nombre protegido).

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Ella vino desde Florencia, departamento de Caquetá, en la Amazonía colombiana. El trayecto hasta Lago Agrio tomó 14 horas en carro. María llegó con sus tres hijos menores de edad y su nuera de 17 años. Cuando se le pregunta por qué dejó su país, se quiebra por completo. “El grupo (armado) me dijo que se iban a llevar a mis dos hijos varones y a mi hija, porque necesitan gente en las filas que ayude con la causa”, dice con la voz entrecortada y en medio de lágrimas.

Antes de esa advertencia, ya había recibido amenazas. Todo empezó cuando a su hermana, dueña de una heladería, la extorsionaban para que pagara la vacuna por su negocio. Eso la obligó a abandonar su país y su trabajo sin mirar atrás.

$!María salió de Caquetá, Colombia, con sus tres hijos y su nuera de 17 años. Un grupo armado dijo que los enviaría en una f

Pocos días después, María decidió mudarse a la casa de su hermana para ahorrar en arriendo y porque estaba cerca de su empleo como asesora en un almacén de ropa.

Pero el mismo grupo que amedrentó a su hermana empezó a bombardearla con mensajes de WhatsApp para obtener información sobre ella. Incluso le advirtieron que enviarían a sus hijos en fundas de basura si no revelaba su ubicación.

Tras varios mensajes, el pasado 24 de julio, María puso la denuncia en la Fiscalía de Colombia. Dos días después, el 26, a su nuera le entregaron un papel que decía que tenían 48 horas para abandonar la casa o de lo contrario serían declarados como objetivo militar.

Ecuador como refugio

Para María y muchos otros refugiados, llegar a Ecuador no es nada fácil. Huyen de la persecución o de situaciones de violencia con lo que llevan encima.

“No es que están decidiendo si se van a otro país para estudiar o trabajar; en estos casos, por alguna razón insostenible, deben salir en ese momento. Muchos no regresan a su casa a recoger su identificación o despedirse de sus familias. Salen, agarran a sus hijos y cruzan la frontera”, detalla Natasha Montero, de ACNUR.

Las necesidades de una persona refugiada comienzan por lo básico: ropa limpia, comida, un lugar seguro para quedarse, educación para los niños y sobre todo, regularizar su situación para acceder a servicios públicos.

Cuando una persona llega, ACNUR evalúa su situación y puede derivarla a un albergue. Uno de ellos es Kawsarina Wasi, administrado por la Fundación Tarabita y apoyado por ACNUR. Allí reciben alojamiento temporal y cinco comidas al día. Su labor no solo cubre necesidades básicas: también brinda acompañamiento psicológico

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$!César Mera

Algo que se repite en varias historias es la violencia sexual. Antes no ocurría con tanta frecuencia. Hace dos años nos llegaba un caso, pero ahora es mucho más común”, explica Sonsoles Pérez, directora del albergue.

Estas violaciones usadas como arma de guerra dejan profundas secuelas: embarazos no deseados, contagios de VIH y otras enfermedades. Kawsarina Wasi no es el único espacio que brinda apoyo. Puerta Violeta, parte de la Federación de Mujeres de Sucumbíos, acoge a mujeres adultas víctimas de violencia sexual, incesto y maltrato físico o psicológico.

Su trabajo cuenta con financiamiento de ACNUR, y el acompañamiento a niños y niñas víctimas de violencia recibe apoyo de UNICEF. Su programa de arteterapia busca sanar a través del bordado y pintura, fortaleciendo redes entre mujeres y ofreciendo oportunidades para emprender.

$!Puerta Violeta apoya a mujeres víctimas de violencia. Con programas de arteterapia fortalecen redes y generan oportunidades de emprendimiento.

Otro ejemplo de asistencia es el comedor Cinco Panes de la Caridad Santa Ana, que nació como respuesta a la ola migratoria venezolana. “Veíamos que las personas llegaban sin probar un plato de comida en días”, dice su coordinadora, Sara Manosalva. Hoy entregan hasta 170 almuerzos diarios; a veces hasta casi 300.

$!El comedor Cinco Panes, en Lago Agrio, entrega más de 170 almuerzos diarios a refugiados y personas locales que no pueden costearse una comida.

Pero de poco sirven estos esfuerzos si las personas no logran regularizar su situación. En Lago Agrio, durante una jornada de atención de ACNUR, Vistazo conoció a Andrea (nombre protegido),venezolana oriunda dela isla Margarita. Huyó de la crisis de su país hacia Colombia, donde conoció al padre de sus dos hijos. Al sufrir violencia doméstica, regresó a Venezuela. Sin opciones, cruzó a Ecuador en busca de un nuevo comienzo.“Pero ese futuro solo puede existir con papeles en regla”, explica.

Debido a la alta llegada de personas de distintas nacionalidades, en apoyo a la atención del gobierno, ACNUR habilita espacios itinerantes para que los solicitantes de refugio puedan conocer el estado de sus trámites, renovar o pedir visas. La agencia organiza la convocatoria y la Cancillería ejecuta la parte operativa. Sin embargo, mantener estos puntos se ha vuelto cada vez más difícil. La crisis de financiamiento que actualmente afecta a todas las organizaciones humanitarias obligó el cierre de algunas oficinas en la frontera norte.

Vistazo consultó con Cancillería si se prevé su reapertura. “Ese es un tema que depende mucho de ACNUR, y ellos a su vez de la cooperación internacional. En la medida en que puedan gestionar más fondos, contarán con el apoyo del Gobierno Nacional. Pero todo depende de los recursos para ampliar sus operaciones en el país”, detalló Alejandro Dávalos, viceministro de Movilidad Humana.

La historia de Paula, en Tulcán, resume la fuerza de miles de refugiados que, pese a haberlo perdido todo, siguen apostando por la vida. Aprendió a reconstruirse a pesar del miedo. Hoy vive en un lugar seguro junto a sus hijos y estudia Comercio Exterior y Aduanas. Sueña con graduarse para apoyar a otras personas que, como ella, tuvieron que empezar desde cero, lejos de casa, con la esperanza de volver a sentirse parte de un lugar.

No te pierdas la segunda entrega de este reportaje el viernes 19 de diciembre.

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