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"La verdad de las mentiras"

lunes, 30 noviembre 2020 - 11:04
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    Por Patricia Estupiñán
     
    Para la filósofa judía Hannah  Arendt: “El sujeto ideal para un  gobierno totalitario no es ni el  nazi ni el comunista convencido sino el  individuo para quien la distinción entre  hechos y ficción y entre lo verdadero y lo  falso han dejado de existir”. Sus palabras  parecen tener vigencia.
     
    Hoy sabemos qué ocurre al otro lado  del mundo. Vendemos y compramos digitalmente. Están a nuestro alcance los  cursos gratuitos de las mejores universidades y podemos visitar bibliotecas, museos y lugares lejanos, con un click. Sin  embargo, al mismo tiempo escuchamos  las mentiras de políticos perversos y extremistas que explotan para su beneficio  las emociones y los miedos de los demás.
     
    Es este desplazamiento de la razón  por parte de la emoción, lo que permite que se escamotee la verdad, a través  de noticias falsas y también de ciencias  falsas. La revista The Economist escribió que en Perú, país con el segundo  índice mundial per cápita de muertos  por COVID-19, médicos intensivistas se quejan de que no pueden salvar a  muchos enfermos porque se habían  automedicado, con remedios difundidos como panaceas en las redes pero que eran tóxicos.
     
    Las redes sociales han amplificado de manera exponencial las opiniones y las invenciones de cualquiera.  “Le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban
    solo en el bar después de un vaso de  vino, sin dañar a la comunidad. Ellos  eran silenciados rápidamente y ahora  tienen el mismo derecho a hablar que  un Premio Nobel”. (Umberto Eco).
     
    Muchas de las voces se esconden  en el anonimato de seudónimos o  son robots de fábricas de mensajes,  cuyo objetivo es que los individuos  pierdan la distinción entre hechos y
    ficción, con terribles consecuencias  para las instituciones, sobre todo democráticas. ¿Cómo evitar este efecto  pernicioso, sin coartar los beneficios  de la hiperinformación es el gran debate de nuestro tiempo? La respuesta fácil sería controlar las redes y encargar a los gobiernos su regulación.  El remedio resultaría peor que la enfermedad pues sería entregar en bandeja el poder a los autócratas.
     
    La cura debe provenir de la propia sociedad. Hay medidas que pueden hacerse en el corto plazo, algunas dependen de las plataformas  propietarias de las redes: no permitir la promoción de ideas que violan  los derechos humanos reconocidos  por la ONU; impedir el anonimato  de quien opina; eliminar cuentas de  las fábricas de troles. Por otro lado,
    la sociedad civil también debe organizarse para en las mismas redes invalidar las mentiras. Existen ya esfuerzos importantes de agrupaciones de  ONG, medios, universidades en este  sentido, pero hay que multiplicarlos.
     
    En una reciente entrevista el expresidente Barack Obama propone la  solución de largo plazo: “Crear un sistema educativo que promueva el pensamiento crítico, que enseñe que hay
    verdades objetivas y que ciertos valores como la lógica, la razón, los hechos, la objetividad y la confirmación  de hipótesis contribuyen a formar la  vida moderna”. Concluye que esta debe ser una lucha permanente, porque  de lo contrario volveremos a la oscuridad de la Edad Media, en la era de  la hiperinformación. Ese es el desafío. ¡No bajemos los brazos!

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