Mientras en Finlandia, hace lustros con el sistema educativo aparentemente más democrático y eficaz del mundo, los estudiantes de bachillerato dejarán de recibir asignaturas para abordar fenómenos temáticos concretos, extremando la crítica de la cátedra vertical, en Ecuador hay universidades donde las relaciones con el saber se fundamentan en el sambenito disciplinar de “con carácter obligatorio”. Se trata de la enunciación más obscena de la pretensión de gobernar la voluntad de ciudadanos, alumnos, profesores y maltratados trabajadores, en un marco donde la izquierda gubernamental posmoderna ha aplastado y criminalizado todo derecho de asociación y disenso, en el origen del marxismo las principales bazas de la rebelión de los oprimidos.
Con rudeza o amabilidad (reproduciendo la mancuerna prototípica del policía bueno y el policía malo, encarnada en la cúspide del cinismo por Lenin Moreno y Rafael Correa), el “carácter obligatorio” a veces se sustenta en la indisciplina estructural de nuestra sociedad, y otras en el supuesto corazón de madre de una tecno burocracia que dicta y sabe exactamente lo mejor para nuestras avecitas o corderitos juveniles, degradados “por su propio bien” en los mismos acarreados del viejo PRI mexicano, gran paradigma de la siniestra Alianza PAIS.
Pienso en todo esto en el contexto del triunfo de Donald Trump y de la agudización del tedio de la campaña electoral ecuatoriana (donde quienes sabemos o pensamos que hay que defenestrar a la Lista 35 del poder no acabamos de ver una verdadera opción alternativa de cambio y diferencia), en la medida en que prende la versión, entre las élites de todo el mundo, de que la culpa de la victoria de la caricatura del fascismo en EE. UU. la tienen los rednecks, en nuestro lenguaje: los blancos montubios poco educados. Conocida la derrota de Hillary, una amiga mexicana tuiteó, con brutal ironía: “Por fin los gringos han salido del clóset”. Y el programa español “El Mundo Today” bromeó así durante la campaña: “Millones de norteamericanos indignados ante la posibilidad de ser gobernados por alguien que piensa exactamente igual a ellos”. Celebro enormemente el sentido del humor.
Pero no dejo de preguntarme acerca de nuestra desmemoria: ¿acaso Nixon y Reagan no fueron, en su tiempo, de una brutal agresividad fascistoide, a la cual alude Trump cuando promete “reconstruir la grandeza americana”? Creo que el problema no es de clóset, sino de exclusión, precisamente, “con carácter obligatorio”. Un estupendo análisis del diario The Guardian no eludía observar el racismo y la xenofobia presente en grandes conglomerados favorables a Trump, pero también decía que ese electorado tenía más miedo que odio, más angustia, ansiedad y hambre que ganas de salir a matar a alguien. Lo cruel, en pocas palabras, es que sean las clases trabajadoras norteamericanas y su población rural las que sientan que el fascismo es el único capaz de escuchar y verbalizar, “de algún modo” (no con carácter obligatorio) con sus realidades y miserias, hijas de un neoliberalismo que también en Europa arrasaron con las militancias progresistas, en la exacta medida en que la social democracia y la izquierda se burocratizaron y convirtieron en voceras de las clases “ilustradas”.