Opinión

El respeto adulterado

 

Competir por ser los primeros en ponerse de pie, sacar el equipaje de mano y brincar al vecino en pos de encabezar la fila de salida, con el avión aun rodando, las azafatas histéricas y el piloto segundos antes ovacionado rogando al “respetable” acatar las señales del cinturón de seguridad, el aterrizaje a la ecuatoriana empezó, un aciago día, a reproducirse en otros lados.

Peruanos, colombianos, brasileños amenazaron con desposeernos de una de nuestras más entrañables huellas de identidad. Pero si a Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en “Casablanca” siempre les quedará París, a nosotras siempre nos quedará nuestra original noción de respeto.

En Ecuador, respeto es algo que se le exige a quien en un cine solicita a otro dejar de hablar por celular, y es lo que alguna gente siente que le faltan cuando alguien osa amablemente tutearlas, en lugar de emplear el usted, garante de las distancias de clase, género, raza y edad. También es respeto lo que transmite la mayoría de locutores radiales al acosar en antena a sus compañeras de trabajo, siempre dentro de los respetuosos marcos de la ley de Dios; y respeto a la audiencia es lo que ellas practican cuando se resignan a que su salario incluya enviar besitos a los respetuosos oyentes, que les llaman mi vida, mi reina, mi hermosa, mi niña.

Niña, madre o madrecita son, en Ecuador, algunos de los más altos tratamientos de respeto que un macho o una machista puede conferir a una mujer total o parcialmente desconocida, sobre todo si se trata de esas irrespetuosas que esperan ser tratadas como iguales y/o adultas. Respeto a la vida, en Ecuador, consiste en que una mujer violada no pueda abortar, a menos de que sufra una discapacidad mental. Y para los hombres, durante décadas, educar ha consistido en domesticarnos, en colegios públicos y privados donde desde quinto o sexto grado nos llamaron señores: en lugar de proyectos de adultos, ciudadanos ya adulterados.

Reclamar un derecho, esperar la elaboración de un buen trabajo o exigir el cumplimiento de una promesa, pueden ser en Ecuador gravísimos atentados al respeto, sobre todo si vienen de un subalterno. ¿Cómo anteponer la palabra y la igualdad al estatus y al acomodo?

En ese contexto, no debe extrañarnos que el Presidente de la República más atrabiliario desde la época de capataz de León Febres-Cordero, exija respeto después de 10 años de aplastar la integridad de la nación entera, incluida la de sus obsecuentes partidarios y partidarias, líderes en la confusión del respeto con la obediencia, la degradación y la sumisión al atropello del más fuerte.

Como si se tratara de una de las crónicas fantásticas de “cronopios y famas” de Cortázar, un presidente envía una carta a los integrantes de las Fuerzas Armadas, donde solicita entre otras cosas sentirse en libertad de responder con sinceridad, y luego se indigna cuando algunos de ellos actúan en consecuencia. Una cívica de ciencia ficción nos gobierna.

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