Opinión

El increíble presidente (no) menguante

¿Cómo se puede gobernar algo sin gobernar los propios infiernos?

Inquietante clásico de la ciencia ficción de serie B, El increíble hombre menguante (Jack Arnold, EE.UU. 1957) narra con bajo presupuesto y efectos prehistóricos el irrefrenable empequeñecimiento de un hombre. Lo más asombroso es su épico final: momentos antes de convertirse en una partícula invisible, él asume su tan sólo aparente disolución como un potenciamiento de su comunión con el universo.

¿Una metáfora de la resignación? Al final de La vida de Brian (Monty Python, Inglaterra 1979), genial parodia de la vida, pasión y muerte de Jesucristo, uno de los cientos de condenados a morir en la cruz invita a otro a ver el lado positivo de las cosas (se supone que en este momento usted debería estar riendo). El procedimiento de Monty Python es típico de la farsa: mientras más se aleja de la realidad, más la confronta y la desnuda. The bright side of the life, la canción y coreografía de los crucificados (ver en Youtube), es una ironía que no moraliza nuestros llamados a ver en la tragedia una oportunidad para comenzar de nuevo, los expone y evidencia.

Todas y todos hemos sobrevivido a alguna situación que, si nos la narrasen, consideraríamos insuperable. Así que sí, cruelmente, la vida continúa. Pero no puede hacerlo igual. No debería.

Entre el 17 y 18 de abril Rafael Correa pudo convertirse, más allá de los límites de la representación y de sus antecedentes, en el presidente de todos los ecuatorianos. Le hubiera bastado continuar el trabajo en las horas posteriores al terremoto de su vicepresidente Jorge Glas, a quien no encargó el poder durante su viaje a El Vaticano. Protagonista de turbios pasajes del correísmo, y normalmente clon de Correa cuando lo sustituye en alguna sabatina, la estatura de estadista con la que actuó Glas sorprendió, positivamente, a propios y extraños.

La misma noche del 17, cuando se evidenció razonable y moralmente golpeado, tras asistir en persona a la zona del desastre, Correa pudo haber tomado el teléfono y llamar a algunas personalidades de oposición, sociedad civil e instituciones, y convocarlas a un buró por la unidad ante la emergencia. ¿Quién hubiera podido negarse? Más aún si en cadena nacional hubiera podido articular un discurso inusitado. Aquí un ejemplo de discurso imposible de pronunciar por un presidente invencible: Perdón a quienes en estos nueve años haya podido ofender. Mi deber fundamental, hoy, consiste en materializar y ejemplificar la unidad que el país y la tragedia nos demandan. Nada ni nadie puede estar por encima de este imperativo. Por eso me he permitido convocar, y agradezco su aceptación, a Jaime Nebot, Lourdes Tibán, Guillermo Lasso, Elsie Monge, etc… (agreguen los nombres que se les ocurra). ¿Ciencia ficción? ¿O democracia en su máxima expresión: menguar para crecer?

Lamentablemente el terremoto ha sacado la peor cara de Correa y su gobierno: la del atrabiliario Jefe de Estado concentrador de todos los poderes, y la de un hombre a fin de cuentas, más que incapaz de madurar y cambiar, orgullosamente indispuesto siquiera a tratar de hacerlo.

Cabe extender esta pregunta a nuestros micro cosmos. Los ecuatorianos soportamos cada vez menos la divergencia. No lo digo desde un púlpito, sino desde mi propia experiencia. Es tal el nivel de violencia que me despiertan los simulacros y atropellos del Gobierno, que sinceramente ya no puedo entender cómo siguen existiendo partidarios suyos. Y eso es terrible, pues implica que todos nos hemos convertido un poco en mini Correas.

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