“Hemos vuelto a ser pobres”. Frase de un entrañable compañero de iniciativas culturales, constatando que en realidad el neoliberalismo nunca se fue de aquí.
Igual que Hollywood soñó durante lustros con el atentado contra las Torres Gemelas, hasta que por fin ocurrió, el Ecuador estuvo aguardando durante ocho años, a punta de los somníferos financieros de las famosas tarjetas de crédito, y del narcótico nauseabundo de la televisión basura, pública y privada, a que llegara este momento: nuestra vuelta a un subdesarrollo donde otra vez no hay dinero ni para las cuentas públicas, por más que el presidente Correa y el vicepresidente Glas renegocien por enésima vez lo indecible, hipotecando el futuro de nuestros bisnietos, con unos acreedores chinos a cuyo lado el FMI luce como Fray Bartolomé de las Casas.
Tan duro ha sido el despertar del cóndor calvo de su sueño de jaguar latinoamericano, directamente proporcional a la decadencia y descomposición de Alianza PAIS, que ello se palpa incluso en la pérdida de eficacia del fascismo propagandístico de Vinicio Alvarado y sus adláteres. Mientras los primeros comerciales de “La Patria ya es de todos”, con la épica conquista de la cima de un Correa de brazos batientes, remitían a las montañas de Leni Riefenstahl, la excelsa cineasta de Hitler que aún genera debates en la muchas veces estéril vanguardia académica, los últimos comerciales del gobierno nos remiten, en cambio, al comediante de La Vecina. Tal es la degeneración de lo que sus adeptos llamaban “el proyecto”.
Más allá del territorio predilecto de Alianza PAIS, el del simulacro, nuestro retorno a la pobreza ha significado la resurrección de momias y credos del neoliberalismo que los seguidores de dicho “proyecto” creían sepultados para siempre. Lo peor de esta fase de nuestra crisis capitalista no es que Alberto Dahik reaparezca, de manera surrealista, como el gurú económico que Ecuador necesitaba; ni que en el ámbito quiteño Sixto Durán-Ballén sea tratado por el Municipio como una especie de Papá Pitufo guardián de las esencias de la quiteñidad, en el asunto del metro capitalino. No. Lo peor es que en esta larga pesadilla del simulacro correísta el neoliberalismo nunca se haya ido de verdad.
El gobierno que nos prometió llevarnos al futuro y nos deja en un Ecuador pre Abdalá Bucaram y Fabián Alarcón, destrozó el tejido social, desarticuló la resistencia y logró lo que ni Mahuad, Gutiérrez y Febres-Cordero juntos consiguieron: inocular el miedo, desacreditar la militancia y consagrar constitucional e institucionalmente la criminalización de la disidencia. Correa terminó el trabajo de Lucio: menguar desde dentro, hasta su arrostramiento, a la CONAIE. Que el eslogan “los mismos de siempre” haya sido cada vez más utilizado para estigmatizar a los herederos de la lucha de Tránsito Amaguaña o a los sindicatos solo se compara, en lo siniestro, al silencio y la complicidad de exmiembros de Alfaro Vive Carajo y otras organizaciones políticas en todo este despropósito.
Todo eso y más fue bautizado por Pablo Dávalos, conviene recordarlo, como posneoliberalismo, término para explicar cómo el neoliberalismo nunca se fue de aquí, mutando su estrategia, consistente en cuestionar y adelgazar al Estado hasta sus últimas consecuencias, en un dispositivo de control social que obligatoriamente requeriría de un Estado enorme para la opresión.
Por eso es tan significativa y cabal, por supuesto desde su perspectiva, la defensa que realizara Guillermo Lasso, quien sueña con ser el Macri ecuatoriano, de los oficiales de las Fuerzas Armadas acusados de violaciones de derechos humanos: en un solo movimiento, Lasso se presentó ahí como la síntesis, en el fondo y en la forma, del febrescorderismo neoliberal y del correísmo posneoliberal. Y así como en Argentina la candidatura de Scioli por el Frente para la Victoria y su posterior derrota frente a Macri es cada vez más analizada como una audaz jugada de Cristina Fernández de Kirchner para regresar en unos años al poder, Lasso es evidentemente el verdadero candidato de Correa.