Opinión

El amor en los tiempos de la cólera

El correísmo se desgaja poco a poco, preso de sus contradicciones. Pero en su declive, seguirá erosionando nuestro presente y nuestro futuro.

La Federación Ecuatoriana de Organizaciones GLBT ha denunciado por discriminación a Bonil y a Diario El Universo ante la inquisitorial Supercom, entidad que no sólo busca controlar a los medios del Ecuador, sino normativizar el cuerpo y el modo de pensar de las personas.

Esta nueva acusación contra Bonil, sentenciado en el pasado por otro supuesto discrimen, en contra de los pueblos afrodescendientes, por su fallida caricatura sobre los balbuceos del exfutbolista Tin Delgado en la Asamblea Nacional, se fundamenta en una viñeta donde una mujer pregunta a otra, embarazada, “¿Y qué será? ¿Varón o mujer?”, y ella responde: “No sé. Hay que esperar a ver qué escoge en la cédula”, en alusión a las nuevas normativas del Registro Civil en materia de identidad de género.

Más allá de que ambas caricaturas me parezcan simplemente malas, es decir: pobremente chistosas, sobre todo dentro de la normalmente estupenda producción de Bonil (pero bueno, desde Woody Allen hasta Bergman, la creación es donde no siempre se acierta, y no por eso se debe ir a la cárcel), y del debate en torno a la corrección política, especialmente en un apartado tan subjetivo como el humor, resulta pertinente poner en perspectiva el modo de actuar de la Federación Ecuatoriana de Organizaciones GLBT, paradigmático de muchas ONG durante el régimen pos neoliberal de Alianza PAIS.

El proceder de esta Federación responde a lo que en el México del siglo XX se denominó sindicalismo y gremialismo charro, para señalar su absoluto servilismo al poder del partido de Estado, en su caso el despótico y absolutista PRI, cuyas similitudes orgánicas con la Alianza PAIS ecuatoriana se han señalado más de una vez y en distintos lugares: amasijos que pretendieron institucionalizar la revolución, identificarse con la Nación y señalar como antipatriota toda iniciativa que no se sometiera a su agenda de intereses, todo con el fin de crear una nueva aristocracia.

La transformación de justas reivindicaciones sociales en armas arrojadizas contra la disidencia y la crítica democrática, el anteponer los privilegios de los dirigentes sobre la lucha de los sectores a los que dicen representar y, por ende, traicionar su razón primordial de ser, no fue por supuesto una práctica exclusiva de la mafia política mexicana, por más que ella alcanzara, como ahora ocurre en el nuestro, una sofisticación que raya en el absurdo. Incluso en la democrática Europa del Estado de Bienestar asistimos frecuentemente al espectáculo de sindicatos gobernados por una casta en permanente contubernio con el capital.

En nuestro país, el rimbombante nombre de la Federación Ecuatoriana de Organizaciones GLBT ha buscado, sin éxito, ocultar la compleja divergencia de ciudadanos y ciudadanas que, paradójicamente, han constituido uno de los grupos más vilipendiados, estigmatizados e instrumentalizados por el nacional catolicismo del gobierno de Rafael Correa, que en el colmo de la caricatura social ha hecho coincidir esta denuncia contra Bonil ya no con las brutales palabras presidenciales en contra de hombres y mujeres que “no parezcan tales”, en los términos en los que así lo considera el patriarca Correa; sino con la emisión, a través de Educa TV, de siniestros, moralistas y cargados de prejuicios videos en torno a materias de salud pública tan complejos como la sexualidad adolescente, el SIDA y la anorexia.

Afortunadamente la asimetría impuesta en la justicia por los (ya viejos) nuevos dueños del país, esa que le permite actuar al Gobierno y a sus esbirros y esbirras con total impunidad, no se corresponde con la realidad social de la Nación. Alianza PAIS habrá logrado hipotecar nuestro futuro económico, pero no sojuzgarnos ni acallarnos por completo: la resistencia en las redes sociales sacó a los videos de marras, incluso con disculpas de funcionarios y funcionarias del más alto nivel. El detalle es que a ellas y a ellos el Estado no los perseguirá como a Bonil. Al menos no todavía.

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