Opinión

David se hizo Goliat

Contrario a la verborrea publicitaria de estos años, que argumenta que Ecuador ya cambió, el terremoto desafortunadamente confirmó que el país sigue igual.

En la antigüedad, a veces, para evitar un baño de sangre ejércitos enemigos definían la batalla con una pelea individual entre sus mejores soldados. Ningún combate es más famoso que el de David y Goliat. Goliat, un gigante filisteo cubierto de una gran armadura fue derrotado por el pequeño judío, David, con una piedra y una horda. Desde entonces, esa pelea es el símbolo de que no hay imposibles, que los humildes sí pueden vencer a los poderosos y que no existe enemigo pequeño.

En 2006, hastiados de los abusos de un sistema político ineficiente, los ecuatorianos escogimos a un economista desconocido, cuyas armas para luchar contra los gigantes que habían impedido el desarrollo económico fueron sus promesas de reformar el engranaje político y empoderar a los ciudadanos. Diez años después, para nuestra desazón, borró el equilibrio de poderes para concentrarlo en la presidencia y ese exceso de poder convirtió a quien pensábamos era un David en un Goliat. En lugar de la cultura ciudadana profundizó la cultura autoritaria, que es el mayor freno para el crecimiento de las sociedades. Dicha cultura establece una distancia inmensa entre jefes y subalternos, quienes no tienen autonomía y aceptan las órdenes con sumisión pues dan por hecho que el jefe “nunca se equivoca”.

La mayor tragedia que ha vivido Ecuador en los últimos 70 años fue un espejo que reflejó que ese trágico ADN sigue siendo vigoroso en nuestra cultura política. La burocracia estatal se movió como un dinosaurio, dejando en evidencia cuánto depende de una figura central. Solo cuando el Presidente llegó comenzó a organizarse. En contraste, la sociedad civil, de manera espontánea, acudió primero a la mayoría de los lugares y gente desesperada tuvo alguna ayuda. En tanto, algunos funcionarios en el gobierno revelaron que su principal preocupación era aprovecharse de la ayuda de otros para mejorar la imagen del régimen, como ocurrió con un anuncio de la donación de una planta eléctrica para Canoa, sin mencionar a la familia que la donó.

De su parte, el presidente Correa esculpió en oro su imagen de hombre arrogante y autocrático, imagen que él sostiene fue creada por la mala fe de otros. Su amenaza de meter preso a quien proteste o reclame ayuda, fue una muestra de indolencia y de ausencia de la principal característica de un líder, la empatía, que significa ponerse en los zapatos de otro para entender y ayudar. Su justificación fue: “Hubo quienes me aplaudieron”. “Ubícate, soy el Presidente”, manifestó en otro sitio. Todo esto irradia su concepción de la distancia inmensa que debe existir entre él y los demás. Los ejemplos sobre su soberbia han abundado. “Las carreteras no se construyen con latas de atún” para minimizar las donaciones. Es cierto, pero esas latas de atún ayudaron a alimentar y a recibir solidaridad a quienes lo perdieron todo. Cuando las redes sociales le pedían que suspenda las sabatinas respondió: “Son 30 mil dólares”. Treinta mil dólares semanales puede significar la construcción de varias casas modestas, que cuánto lo agradecerían quienes hoy duermen en carpas. Al pedido de que venda el avión presidencial, sostuvo que otros –(de menor rango)– sí lo tienen y mencionó al candidato Lasso. Si el señor Lasso tiene un avión está en su derecho, se lo ha comprado con el dinero de su trabajo. Sin embargo, defiendo el derecho del Presidente a tener un avión para sus viajes, pero ese avión no es suyo lo pagamos todos los ecuatorianos que cumplimos con nuestros impuestos. Hay gran diferencia.

Contrario a la verborrea publicitaria de estos años, que argumenta que Ecuador ya cambió, el terremoto desafortunadamente confirmó que el país no cambió. Nuestro principal obstáculo para desarrollarnos no está ni en las carreteras, ni en las escuelas, ni en los hospitales, sino en la cultura política autoritaria. No cambiaremos mientras ésta no cambie. 

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