Opinión

Cuerpos punibles

Diego Falconí, Premio Casa de las Américas 2016, resignifica los términos de nuestra rebeldía política, y cuestiona de raíz los mitos patriarcales del Estado y el Contrato Social.

Conocí a Diego Falconí Travéz allá por 2004, durante lo que finalmente se reveló como la gestación de Ruptura 25, una serie de encuentros a los que mi compañera Pilar Aranda y yo acudimos pensando que se trataban de intentos de articular algo más (o menos) que dispositivos de conquista del poder.

Ya entonces Diego me pareció de las presencias más interesantes de lo que los “scouts” de la social democracia quiteña habían reclutado entre universidades y movimientos sociales: un joven abogado de derechos humanos deseoso de cuestionar de raíz los límites de su disciplina, la jurisprudencia, frente a la vida práctica y cotidiana.

No volví a tratarlo hasta hace poco, pero he seguido a la distancia la radicalización de sus inquietudes, que sintéticamente se podrían enunciar como la articulación de un tan sofisticado como divertido (él lo llamaría “sexi”) aparato crítico de la estructura del Derecho, a partir del diálogo, confrontación, contaminación y promiscuidad entre textos canónicos de la jurisprudencia y textos del arte y la literatura.

Estas perspectivas, del intertexto y la transdisciplina, acaban de conferirle el Premio de Ensayo de tema artístico y literario de la Casa de las Américas de Cuba 2016, por el estudio “De las cenizas al texto. Literaturas andinas de las disidencias sexuales en el siglo XX”.

El libro recién aparecerá dentro de varios meses, pero por lo adelantado por el mismo Diego, durante el lanzamiento de su otro libro: “A medio camino: intertextos entre la literatura y el derecho”, preveo que en nuestro país provocará varios escozores, tanto en las capillas de la derecha como de la izquierda, ambas dominadas por el heteropatriarcado y el falocentrismo.

Vale aclarar que no hace falta ser homosexual para permitirse asumir los retos y desafíos micro y macro políticos que el pensamiento y la obra de Diego nos proponen: así como el feminismo es en realidad un humanismo contemporáneo, que busca liberar también a los hombres, los estudios de género de Diego buscan, si no liberar al planeta entero, a la vida misma –lo que puede ser una utopía irrealizable–, hacer de la existencia de todas y de todos algo más justo y más feliz. Lo cual ya es extraordinario.

No hay tiempo-espacio para trasladar aquí la hondura y los pliegues de la charla ofrecida por Diego durante la inauguración de la sede de Palabra. lab en Los Ceibos, en Guayaquil, en torno al análisis intertextual de “El levita de Efraín”, libro predilecto de Jean-Jacques Rousseau y pasaje trascendental del libro de los Jueces, en la Biblia, literalmente constituyente de la unificación de Israel y por ende de toda noción occidental de Estado. Lean la Biblia (Jueces, capítulo 19); lean a Rousseau; y lean a Diego Falconí, quien concluyó así su presentación: “¿Es posible avizorar la constitución de un Estado, de una alianza, de un acuerdo, de una pareja, de un afecto, más allá de la deuda?”.

La centralidad de este pensamiento está en el cuerpo, en el cuerpo visto como texto y en el texto visto como cuerpo. “A medio camino (…)”, título tomado de una cita de “El proceso” de Kafka, pondera la lucha de los géneros disidentes, incluso en tensión con el término gay, especialmente en lo que este tiene de contemporizador con el capitalismo y lo incorporado que está al marco regulador de un contrato social basado en la opresión, no sólo simbólica, sino sobre todo física y material, de los cuerpos a los que Diego califica de cuerpos punibles, históricamente lacerados y hoy aún oprimidos, bajo la forma de su sujeción al macho revolucionario.

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