Opinión

Cuento chino

Tal como ha pasado en los últimos 50 años, la única variable para predecir los ciclos económicos de América Latina sigue siendo el precio de las materias primas.

“Cuando Estados Unidos estornuda, América Latina sufre de neumonía” es un antiguo cliché para definir la dependencia económica de la región con el mercado norteamericano. No obstante, cuando en 2008 estalló una burbuja inmobiliaria, que arrastró a gigantes financieros en Estados Unidos y contagió a Europa, América Latina sobrevivió sin sobresaltos. Algunos líderes, entre ellos el presidente Rafael Correa, aseguraron que era el resultado de su “diestro manejo económico”. En realidad, lo que pasó es que la región había incorporado un nuevo gran socio comercial: la China. Entre 1993 y 2013, las exportaciones hacia el gigante asiático crecieron del dos al nueve por ciento superando a la Unión Europea. Además, China se convirtió en el financista primario de algunos países.

Sin embargo, ahora cuando China ha dejado de crecer al mismo ritmo e intenta reorientar su economía de manufactura a consumo y servicios, los precios de las “commodities” van en picada. Es la vieja frase, con distinto nombre: “Cuando la China estornuda, América Latina padece neumonía”. Como desde hace 50 años, el precio de las materias primas sigue siendo la única variable para predecir los ciclos económicos de la región. Con China solo se potenció el modelo.

Las exportaciones como la inversión china se han concentrado en materias primas extractivas: minerales e hidrocarburos. El 70 por ciento ha sido para petróleo, gas y minerales. Esto tiene una gran desventaja: las actividades extractivas generan un 20 por ciento menos plazas de trabajo por cada millón de dólares de inversión frente a la agricultura y la manufactura. Además, la minería y los hidrocarburos ocupan el doble de agua y emiten 12 por ciento más de gases de invernadero.

Tampoco ha habido ventaja en los términos de inversión o crédito. China tiene términos contractuales similares a los de bancos de inversión de otras potencias, muy criticados por los políticos en el pasado, pero aprobados hoy. Exige que los contratos sean ejecutados por empresas de ese país, que además, generalmente traen su plantilla de trabajadores, en algunos casos hasta obreros no calificados, como que éstos no existirían en la región. Su tecnología es inferior frente a Estados Unidos y Europa y su récord de seguridad industrial, laboral y manejo ambiental no es bueno ni siquiera en la China continental. Y aunque América Latina ha recibido mejor trato de China, que lo que han recibido los países africanos, no han faltado los conflictos. Un ejemplo: Sinopec en Colombia, ha sido sancionada por incumplir la remediación ambiental. (China in Latin America, Boston University).

Al haber cambiado solo de fichas, ni el boom ni la caída han ocurrido por aplicar políticas superiores o mediocres, sino por una sola variable, que la región no controla: los precios de las materias primas. Lo que sí ha dependido de los gobernantes latinoamericanos es el aprovechar los beneficios de cuando ocurre un boom y estar preparados para cuando deviene la crisis. Hoy, han salvado los muebles aquellos gobiernos que han entendido que en macroeconomía no existe ideología (Alan Wagner) y se han preparado para evitar la volatilidad que no permite un crecimiento estable. Nosotros no estamos en el grupo.

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