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Santiago Roldós

En México (tampoco) hay a quien irle

jueves, 17 mayo 2018 - 11:54
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    Poco a poco el socialismo del siglo XXI ha ido  perdiendo terreno en América del Sur, pero  no necesariamente para que la situación mejorase.  La crisis desatada en la Argentina de Macri,  las contradicciones del sistema chileno y la rampante  corrupción de la clase política peruana, quizás sólo  comparable a la brasileña, nos hablan del lento pero  certero cambio de un ciclo más económico que político,  entendida la política en las claves del sistema  neoliberal que ni Correa ni Lula quisieron o pudieron  desmontar: simple administradora de los embates e  intereses del capitalismo mundial en nuestra región.
     
    Pero si, pese a presentarse como mancomunidad  uniforme y fuerte, los distintos socialismos neoliberales  del siglo XXI transcurrieron con muchas  diferencias en cada uno de nuestros países (sería  interesante estudiar el incremento de la reserva  monetaria en Bolivia frente al despilfarro del Ecuador,  entre muchas otras cosas que se escapan del  amarillismo coyuntural), lo que ha venido pasando  y está ocurriendo ahora mismo en América Central,  el Caribe y México (gran parte de su geografía y su  cultura pertenece a Norteamérica) nos resulta más  extraño y desconocido.
     
    Ahí cohabitan la pesadilla nicaragüense, tan  impensada como advertida y atestiguada por prominentes  revolucionarios sandinistas, como Sergio  Ramírez y Ernesto Cardenal, de ver convertido a  Daniel Ortega en un dictador Somoza evangélico  y posmoderno; el asombroso triunfo en Costa  Rica de un binomio aparentemente favorable a  las libertades feministas y demás diversidades; y
    el absoluto desaliento que generan las elecciones  presidenciales mexicanas.
     
    Me encantaría afirmar lo contrario, pero vistos  los recientes debates, en México no hay a quien  irle. La opción democrática de izquierda o centro  izquierda o nacionalista soberanista que expresaba  en 2006 y en 2012 Andrés Manuel López Obrador  (el famoso AMLO, antiguo camarada de disidencia  priista de Cuauhtémoc Cárdenas) se ha ido desinflando  a punta del deseo o necesidad del líder de  MORENA (Movimiento de Reconstrucción Nacional)  de desmarcarse de toda posible acusación de  extremismo o cercanía al populismo, chavismo o  socialismo del siglo XXI.
     
    Motivos para ello le sobran: AMLO lleva sufriendo  al menos 12 años de campañas sucias en su  contra (alguna de ellas orquestada, por cierto, por  Jaime Durán Barba). Como si no bastase la suciedad  tradicional del sistema electoral mexicano, a AMLO  no sólo le construyeron los medios que controlan a  la población mexicana un infundado perfil de ser el  peor peligro para México, sino que además Televisa  construyó una verdadera telenovela mafiosa en la  realidad, para llevar al petimetre, incapaz y hasta con  una negligencia criminal, Enrique Peña Nieto a la  presidencia de la República de la mano de una reina  de su propia telecracia corrupta.
     
    Pero cuando parecía que ya hasta por cansancio  o eliminación el pueblo mexicano podría optar por  zarandearse de la dictadura PRI/PAN/PRD/Televisa,  AMLO decidió centrarse hasta el vacío y la inconsecuencia,  y pactar y pactar con lo peor y más recalcitrantemente  conservador de la política y la sociedad  mexicana, incluyendo a exasesores y empresarios de  Fox, Felipe Calderón y Salinas de Gortari, el gran titiritero  de Peña Nieto, en una suerte de aceptación de  que para llegar al poder hay que venderse de antemano  a él. Más allá de AMLO el panorama es aún más  desolador. Parece que la democracia representativa  es exactamente eso, un desierto.

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