Es verdad que con el FMI hay recuerdos desagradables, pero porque se devaluaba el sucre, subían todos los precios y en cascada la miseria aplastaba al pueblo ecuatoriano.
Se está agotando la creatividad del Gobierno en administrar los excedentes de liquidez de IESS, ISSFA, gobiernos autónomos y empresas públicas del sector no financiero para suplir sus carencias por el derrumbe petrolero, por la simple razón que esos excedentes tienen límites. Que no pueden ser sustituidos por vales de caja, certificados del tesoro, títulos del Banco Central, bonos del Estado, cruce de cuentas, o como quieran llamarse, después que se quemó en la puerta del horno esa empanada de viento de la billetera electrónica. De esa forma dejan de ser líquidos, no se contabilizan como deuda, se trasladan al pago de deudas y gastos corrientes. Terminan convirtiéndose en caja chica.
Al terminarse los excedentes fácilmente se pasa a los excesos. Y eso es sustituir por una garantía abierta al IESS el aporte anual del estado del 40 por ciento para las pensiones de jubilación, desconocer la deuda del Estado para atención de salud porque falta un reglamento que debe dictar el gobierno, y traspasar temporalmente al fondo de salud los aportes para jubilación. Igual desconocer unilateralmente el precio pagado por los terrenos del ISSFA para el parque Samanes, cuando se lo pactó bilateralmente de acuerdo con la ley de contratación pública que ordena aplicar el avalúo municipal solo en caso de expropiación.
También resulta un exceso haber dispuesto de los fondos de municipios y prefecturas hasta agotarlos mientras las recaudaciones del SRI se hallan en descenso durante el último semestre, debido a la contracción del sector productivo privado que da nueve de cada 10 empleos y de cuyo dinamismo depende el rendimiento de esas recaudaciones. El paisaje completo revela que el manejo de los excedentes de liquidez para cubrir la iliquidez del Gobierno lleva a mantener otro exceso que no se corrige. Un gasto que dejó de ser sustentable por la caída del petróleo y las recaudaciones tributarias. Está claro que no puede continuarse parchando una bolsa que se sigue vaciando.
La comunidad internacional creó al FMI para la provisión de fondos a los países que necesiten financiamiento para superar problemas de balanza de pagos. El Ecuador es uno de los 188 países miembros, paga una cuota, tiene derecho a esa asistencia y no hay quién más se la proporcione, porque su capacidad de endeudamiento con China está exhausta y si hay algún remanente tiene un costo oneroso. Pero el presidente Rafael Correa aparentemente considera una deshonra política ejercer los derechos del país ante el FMI. Ha considerado igual una visita a la Casa Blanca y no la ha hecho en nueve años, aunque Putin y Raúl Castro no lo han sentido así.
Es verdad que con el FMI hay recuerdos desagradables, pero porque se devaluaba el sucre, subían todos los precios y en cascada la miseria aplastaba al pueblo ecuatoriano. Y porque se aceptaban condiciones para beneficio de ciertas élites. Realmente no hay razón para que la economía nacional se hunda y no reciba esa asistencia.