En los 30 días previos a la inscripción de candidaturas se desenvuelve un proceso de compactación que para algunos trae desinfle. Ahí se valoran los egos y la sapiencia política en medio de una selva de manipulaciones, apuestas y desplantes. Los programas económicos son realmente secundarios porque todos ofrecen lo mismo frente a la crisis. Lo medular es el esqueleto que va a sostener tan lindas promesas. La tesis política de fondo que permitirá avizorar si tanta belleza se hará realidad o si al fondo del camino hay un lavamanos, donde dirán que no los dejaron cumplir, con unas toallas para secar las componendas de siempre.
El terreno electoral siempre ha sido fértil para las confusiones porque tiene el abono mágico de la ilusión. Y muchas veces no es culpa de los candidatos sino de los propios ciudadanos que emocionados se imaginan detalles que van más allá de las ofertas. Se supone que para eso es una campaña pero agencias de asesoría electoral apuntan al baratillo de ofertas, la campaña sucia y los sondeos sesgados de intención de voto, que empaquetan al elector en un acertijo donde la última instancia es la intuición según los olores de cada candidatura.
Lo medular es cómo se va cumplir y con quienes. En estas elecciones eso es mucho más importante que en todas las anteriores. Un hecho lo revela con claridad. Desde que la revolución del 28 de mayo de 1944 acabó con las fraudulentas elecciones presidenciales del liberalismo, tal vez con alguna excepción, los candidatos oficiales del gobierno de turno han perdido. Pero desde que el modelo castristachavista se introdujo en el Ecuador e implantó la reelección presidencial consecutiva y creó el Consejo de Participación Ciudadana, para someter al Ejecutivo las funciones Electoral, Judicial y de Control, prácticamente se eliminó la posibilidad de que pueda gobernar un presidente salido de la oposición. Podrá tal vez ganarle al Estado candidato, que hace campaña todos los días mediante cadenas de radio y televisión, pero difícilmente podrá gobernar con las demás funciones del Estado enganchadas a un solo partido político.
Por eso resulta esencial que las compactaciones políticas que se están forjando no solamente aseguren empleo a los compactadores, sino a la ejecución de las propuestas de cambio por las que se quiere alcanzar el poder. Pero ninguna de las fórmulas que ofrecen, sobre las que rehúyen dar precisiones, garantiza que esa gobernabilidad se va a lograr. Lo que flota está en el mar muerto de unas consultas populares que son impracticables de acuerdo a la Constitución. Esto hace pensar que se quiere volver a la vía expedita de los empujones apoyados en unas mayorías móviles parlamentarias listas para nuevos repartos, envalentonadas por mecanismos pragmáticos tan simples como retirarles la escolta policial a quienes quedan para ejercer bloqueos. Es demasiado opaca esta vía ante la avenida que permite la Constitución: convocar a Constituyente.