Alberto Acosta-Burneo

Sobredosis

Esta década será un caso de estudio para generaciones futuras del desperdicio que genera la megalomanía en las inversiones públicas.

La bonanza petrolera de los últimos nueve años permitió al gobierno invertir alrededor de 82.000 millones de dólares, cinco veces más que el promedio anual registrado en los siete años anteriores. A primera vista estos resultados parecen una bendición, sin embargo debemos preguntarnos: ¿todos estos proyectos tendrán un retorno económico o social que justifique su ejecución?

Recordemos que solo una parte de los recursos se obtuvieron del petróleo y que el gobierno los complementó con un agresivo endeudamiento cuyo saldo se incrementó en 21.000 millones. Como no hay deuda que no se pague, el retorno de estas inversiones tiene que alcanzar para pagar capital más intereses de ese financiamiento. Lamentablemente, no todas las inversiones pasarán esta prueba.

Embriagado por la bonanza petrolera, el gobierno sucumbió a los proyectos faraónicos que financieramente son malos negocios. Un caso puntual es la construcción del “mega proyecto” Monteverde-Chorrillos para almacenamiento de gas licuado de petróleo. Es la mayor instalación portuaria de la costa del Pacífico latinoamericano, superando por mucho la necesidad del país. El muelle de aguas profundas tiene capacidad para acoderar de tres a cuatro buques de manera simultánea, pero solo se recibe un buque al mes por día y medio. Se invirtieron 571 millones de dólares, aunque el presupuesto inicial fue de 296 millones. Para el gobierno este fue el “símbolo de la patria nueva y del renacer de nuestra soberanía energética”.

Esta inversión buscó reemplazar una barcaza de almacenamiento flotante que según declaraciones oficiales costaba alrededor de 40 millones de dólares anuales. Sin embargo, la amortización de la inversión más el costo financiero (al 7,5 por ciento anual a 20 años) por la construcción de Monteverde- Chorrillos superan los 56 millones anuales. Este cálculo no incluye el costo de operación del terminal. Es decir, era más barato continuar con la barcaza que realizar una inversión de semejante envergadura. En la práctica, lo más eficiente hubiese sido dimensionar adecuadamente el proyecto para que sea financieramente conveniente.

Como este caso, las megainversiones tendrán que pasar el escrutinio del tiempo para conocer su verdadera utilidad. Muchas ya están perdiendo su brillo en pocos años. También se invirtieron más de cinco mil millones de dólares en hidroeléctricas, provocando un exceso de capacidad instalada que nos obligará a subutilizar estas infraestructuras. La mega Refinería del Pacífico está paralizada por falta de financiamiento. En ese proyecto ya se realizaron obras por 1.200 millones y se requieren otros 9.000 millones para completarlo. Si esta obra llega a ser una realidad, tendremos un exceso de capacidad de refinación en relación al volumen de nuestra producción de crudo.

Hay muchos más: aeropuertos subutilizados, millonarios edificios, súper universidad de Yachay y mega plataformas gubernamentales. Esta década será un caso de estudio para generaciones futuras del desperdicio que genera la megalomanía en las inversiones públicas.

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