Una sociedad que castiga con mayores impuestos a quienes tienen éxito, está destruyendo el motor de la innovación y crecimiento.
La economía ecuatoriana está enferma. En los primeros cuatro meses del año, las recaudaciones tributarias se contrajeron en -19 por ciento: el IVA a ventas internas disminuyó en -16 por ciento y a las importaciones en -37 por ciento. Podríamos caer en la tentación de atribuir todos estos males al descenso del precio del petróleo, a la fortaleza del dólar o incluso a la CIA... Pero nos quedaríamos en los síntomas sin profundizar en el origen de la dolencia.
El problema está en los incentivos que son motor de la iniciativa individual en toda economía de mercado. Así como el impuesto a los cigarrillos desincentiva su consumo, los impuestos a la renta elevados y progresivos desincentivan el trabajo, la inversión y el ahorro. Se requiere corregir estas distorsiones para liberar la iniciativa individual y crear una sociedad de oportunidades. El éxito individual no debe basarse en el tráfico de influencias, sino en las buenas ideas y asumir riesgos.
¿Cómo llegamos a esta situación? En una década (y más de 20 reformas en materia tributaria), el principio rector de la Revolución Ciudadana fue la progresividad en la recaudación. En un afán igualitario que aparenta ser justo, se cargó con mayores tasas impositivas a quienes tenían mayores ingresos. Paradójicamente, los más afectados por esta política fueron precisamente aquellos a quienes se buscaba defender: las personas de menores ingresos.
El rendimiento del capital es la compensación que recibe la inversión por el riesgo asumido en un emprendimiento. Pero una sociedad que castiga con mayores impuestos a quienes tienen éxito, está destruyendo el motor de la innovación y crecimiento. Los impuestos marginales más elevados eliminan las escaleras de ascenso económico y social de los emprendedores. Por otro lado, favorecen a los negocios existentes porque difícilmente aparecerán nuevos competidores de su talla por las crecientes dificultades para acumular capital que impone la política tributaria igualitarista.
Muchos argumentarán que el gobierno cumple una función redistributiva al asumir el papel de Robin Hood, quitando recursos de los ricos para darlos a los pobres. Lamentablemente, la intervención estatal generalmente está plagada de arbitrariedades como lo hemos podido comprobar en estos años. Aunque algunos recursos sí llegan a la población de menores ingresos, otra proporción importante termina enriqueciendo a quienes hacen negocios con el Estado. Entre los más pobres, el gobierno reparte subsidios, y entre el resto, contratos que no siempre son una justa retribución por el trabajo e inversión realizados.
Estemos claros que los impuestos siempre están incluidos en el precio de los bienes y servicios. Entonces, todos los tributos, incluyendo aquellos diseñados para que paguen las empresas, finalmente los pagamos los consumidores. No existe una regla exacta de cuál es el nivel impositivo óptimo, pero sí podemos identificar los síntomas de una carga tributaria excesiva: salida de capitales, fuga de cerebros y bajo nivel de inversión. Que cada quien decida: ¿ha llegado el momento de reducir los impuestos en el Ecuador?