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El poder absoluto corrompe

viernes, 10 mayo 2019 - 02:05
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    Nuevamente Ecuador se encuentra frente  al desafío del ajuste económico. No se  trata de una imposición arbitraria del  FMI, sino de la consecuencia inevitable de los  excesos de la bonanza cuando el gasto público  pasó del 28,9 por ciento del PIB en 2007 a 43,7  por ciento en 2013. Es lamentable que hayamos  tropezado dos veces con la misma piedra, y que  repitamos la historia de los años 70 cuando la  bonanza terminó en varias décadas de dolorosos  ajustes económicos. El origen de los problemas  no es la capacidad/honestidad (o su ausencia) de  los administradores públicos, sino el rol que le  estamos otorgando al Estado. Expliquemos.
     
    El Estado es el único en la sociedad que tiene el  monopolio de la coerción. Esto significa que puede obligar a los individuos a tomar una conducta  que nunca escogerían libremente. La coerción es  censurable porque impide a los individuos usar la  totalidad de sus capacidades y, consecuentemente,  hacer su mayor contribución a la sociedad.
     
    Las sociedades que buscan más Estado tienen  que estar dispuestas a aceptar mayor grado de  coerción, es decir, a ceder más libertad al Estado.  Mayor grado de coerción requiere de un Estado  de mayor tamaño para sostener su poder. Pronto  aparecen excesos o perversiones del Estado. Veamos algunos ejemplos:
     
    Estado que busca limitar la competencia protegiendo a los productores ineficientes frente a  productores más eficientes. Esa es la esencia de la  sustitución de importaciones.
     
    Estado generador de prácticas anticompetitivas aprovechando de su poder coercitivo, fija las  reglas del juego tendiendo a la creación de monopolios públicos y privados.
     
    Empresas públicas que juegan en cancha inclinada a su favor en donde abundan: el desorden,  las malas decisiones de inversión, sobreprecios e información financiera incompleta. Estas empresas públicas empobrecen a la sociedad y bajan su  estándar de vida porque distorsionan los mercados al ser las únicas que pueden darse el lujo de  tomar decisiones antieconómicas y, a pesar de  ello, mantenerse en mercado.
     
    Estado paternalista que piensa que su rol es  proteger a los individuos de sí mismos y de sus  malas decisiones. De este modo invade la esfera  privada al aplicar coerción en la moral y las costumbres (por ejemplo al impedir los casinos o el  consumo de comida chatarra, cigarrillo o licor).
     
    Estado gran hermano que desea conocer lo  que hacen los individuos en su vida privada. Justifica espiar a los individuos asegurando que así  se está protegiendo el bien común o a la sociedad.
     
    Estado Robin Hood que, a través de la coerción  para el cobro de impuestos, decide arbitrariamente a quién quitar recursos y a quién entregarlos.
     
    ¿Cómo solucionar el dilema entre Estado y  libertad? Para defender la libertad, debemos sustituir las facultades “cuasi divinas” del Estado por  nuevas responsabilidades: protección de los derechos individuales a la vida, a la libertad y a la propiedad. La única vía para lograrlo es restringiendo  el poder del Estado a través de una nueva Constitución y de normas que creen pesos y contrapesos.  No olvidemos que: “El poder tiende a corromper y  el poder absoluto corrompe absolutamente”. 

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