Las inspiradoras historias de dos ecuatorianas que ayudan a refugiados en Lago Agrio y Sudán del sur

Retratando las historias de dos mujeres ecuatorianas trabajando en contextos difíciles.
Redacción Vistazo
Retratando las historias de dos mujeres ecuatorianas trabajando en contextos difíciles.

Alrededor del mundo existen millones de refugiados que han huido de persecuciones y conflictos. Con suerte, algunas personas salen con una valija, otros simplemente con lo que traen puesto. Para ellos es demasiado peligroso regresar a casa, y necesitan asilo en otros lugares, donde deben sortear varias dificultades.

Por ello, la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) cuenta con personal humanitario, que está en la primera línea de atención en regiones afectadas por guerras, desastres naturales o desplazamientos forzados.

Un claro ejemplo son Natasha y Margarita. Dos ecuatorianas que atienden emergencias en lugares con contextos difíciles como Lago Agrio, en la frontera norte con Colombia, o en sitios tan lejanos como Sudán del Sur (África).

Ellas relataron sus experiencias y cómo responden a las necesidades de las personas refugiadas en entrevista con ACNUR.

“ME ENSEÑAN A NO PERDER LA ESPERANZA”

Desde hace más de 6 años que Margarita A. empezó a trabajar en ACNUR en Ecuador. Con el paso del tiempo y la acumulación de experiencia, se convirtió en la Asociada de Programas de Transferencias Monetarias de la oficina nacional de ACNUR en Quito. Su talento, entrega y dedicación por solventar las necesidades de las personas forzadas a huir le permitieron viajar a Juba, Sudán del Sur (África), para apoyar la emergencia producto del desplazamiento que se ha dado a ese país debido al reciente conflicto en el vecino Sudán.

El trabajo de Margarita no es sencillo. A diario atiende decenas de personas para analizar su vulnerabilidad y canalizar asistencia en efectivo y que puedan cubrir sus necesidades básicas como vivienda, alimentación, vestimenta, medicinas, artículos de higiene, entre otros.

“Las transferencias monetarias son la forma más digna de brindar asistencia”, dice. “Reconoce la capacidad de las personas de priorizar sus propias necesidades”.

Pero dejar a los seres queridos y amigos atrás y viajar a un país con un idioma y una cultura tan diferente a la de Ecuador no es tarea fácil. Los trabajadores humanitarios, por la naturaleza de su labor, están expuestos a distintos contextos.

En el caso de Margarita, apoyar a la emergencia humanitaria producto de un conflicto, hace que su trabajo sea aún más difícil. Pero esto no la ha detenido. “A pesar de que no es un entorno totalmente seguro, el trabajar con personas refugiadas y sus comunidades de acogida en entornos tan difíciles vale la pena cada minuto”, asegura. “Aquí puedes palpar claramente cómo el trabajo tiene un impacto inmediato en las familias refugiadas”.

Para ella, lo que más disfruta de este trabajo es que su profesión se ha unido con su vocación, lo que le permite trabajar para y por las personas. “Me gusta porque cada día aprendo algo nuevo de las personas refugiadas, ya sea en Ecuador, en Sudán del Sur o en cualquier parte del mundo. Me enseñan a ver las cosas positivas en medio de situaciones difíciles, a no perder la esperanza. Admiro la fuerza y resiliencia que muestran en estas situaciones difíciles”.

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Margarita ayuda a refugiados en Sudán del Sur.

PROMUEVE DERECHOS DESDE SUCUMBÍOS

Natasha M. tiene más de 15 años trabajando por los derechos de niños y niñas, y de grupos en situación de vulnerabilidad. A lo largo de su vida, ha trabajado con diversas organizaciones, así como para el sector público y la academia.

Soy una defensora convencida de los derechos de las mujeres y de las diversidades. Colaboré por muchos años con varias organizaciones feministas”, dice con determinación.

Su incansable lucha por los derechos de las personas, sobre todo de quienes tienen algún tipo de vulnerabilidad, la llevó a trabajar en la Amazonía ecuatoriana, como jefa de la oficina de ACNUR en Lago Agrio, en la frontera con Colombia.

A pesar de sus años de experiencia en el mundo humanitario, para esta ecuatoriana no fue sencillo trabajar en una zona afectada por la violencia y que, día a día, recibe a decenas de personas colombianas a quienes el conflicto armado en el vecino país las obliga a huir a Ecuador con la esperanza de encontrar un lugar en donde reconstruir sus vidas.

“Lo que más me ha impactado es la crudeza de las historias de las personas que buscan asilo y protección”, asegura. “Trabajar en frontera me ha obligado a salir de mi zona de confort y ver de frente a las historias que, a veces, no entran ni en la imaginación”.

A pesar del dolor profundo que causa conocer estos testimonios, Natasha asegura que la valentía de estas personas le da también esperanza y fortaleza, que es lo que la mueve y motiva todos los días.

Su causa feminista se lleva muy bien con su trabajo en ACNUR. “Aquí encontré un espacio donde la igualdad de género es una vivencia y, aunque aún hay retos, me he sentido en igualdad con mis compañeros”, cuenta.

Pero una de las cosas más complicadas a las que Natasha se enfrenta día a día es a estar lejos de su familia y al contexto complicado de la zona en la que trabaja. Pero esto no la ha detenido. Al contrario, la motiva.

“Está la alegría de conectar con otras mujeres”, menciona. “Es el único consejo que me siento capaz de dar a mujeres que quieren ser trabajadoras humanitarias: conectar, ser parte de, y confiar en que somos muchas y somos fuertes”.

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Natasha promueve los derechos desde la frontera norte de Ecuador.


MILLONES DE REFUGIADOS

De acuerdo a datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), hasta el 2022, el número de personas refugiadas llegó a 29,4 millones. A esta cifra se suman el 5,9 millones de refugiados palestinos bajo el mandato del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (UNRWA).