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TACTO

viernes, 24 julio 2015 - 06:51
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Guayaquil es siempre cálida, casi siempre húmeda, a veces áspera. Pero sobre todo, Guayaquil es una ciudad de contrastes, incluso en las sensaciones que provoca al contacto con la piel.

Las mañanas soleadas de ciudad tropical, las paredes calientes, el vapor de los alimentos que ofrecen los comerciantes informales, o la calefacción natural de un paseo en Metrovía hacen de Guayaquil una ciudad de calor.

Un calor que contrasta con el frío de las instituciones públicas y las empresas privadas, que parecen querer imitar a Quito, y que obliga a funcionarios, abogados y ejecutivos a trabajar en terno, y caminar después por el centro bajo un sol sin piedad en este puerto que también es húmedo, un sauna donde la gente lleva ropa.

Guayaquil vibra. Literalmente. Si recorremos la ciudad a pie podemos sentir el movimiento de las calles causado por los buses que pasan a gran velocidad.

En esas calles vibrantes están los contrastes. Las vías lisas de concreto que van perdiendo su textura original por el paso del tiempo, que se oponen a los ásperos adoquines que adornan los sectores a los que llegó la regeneración urbana, como la icónica Víctor Emilio Estrada de Urdesa, y los rugosos caminos de piedra de Las Peñas.

En esas zonas, las texturas de las plantas aportan al mosaico de sensaciones de la ciudad. Las palmeras se sienten estriadas y guardan secretos: iniciales de parejas, corazones, historias. 

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