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Matilde Hidalgo ¿de Procel?: ¿Por qué incomoda cuestionarlo?

No. No dije que degollaría bebés en el malecón, que saldría a golpear personas que no pensaran como yo. No hice anuncios sobre algún acto de vandalismo público o de violencia repudiable, digno de vergüenza. No. 
 
Esto fue lo que se me ocurrió postear en mi cuenta de twitter, el pasado 21 de noviembre a las 11 de la mañana, como reflexión personal e ideológica (porque sí, claro que tengo mis tendencias) respecto a Matilde Hidalgo el día en el que Google le dedicó un doodle a la ecuatoriana que se convirtió en la primera mujer que pudo votar en unas elecciones en América Latina. 
 
La fecha del homenaje de Google ocurría pues el 21 de noviembre de 1921 Hidalgo se convirtió en doctora en Medicina, y fue la primera mujer ecuatoriana en obtener este título.
 
 
Mi tweet no tiene nada de incendiario. Lo único que “pido” (entre comillas, porque, ¿quién soy yo para pedir o influir en voluntades populares?) es que hagamos un esfuerzo por llamar a Matilde Hidalgo por su nombre completo, apellidos de padre y madre: Matilde Hidalgo Navarro, olvidándonos un poco de “de Procel”, porque al final del camino nadie es de nadie y menos ella:  doctora, literata, la primera sufragista latinoamericana, la primera médica ecuatoriana, además de su reconocido activismo feminista. 
 
¿Está eso mal? No lo sé. Ampliando un poco la explicación de lo que motivó mi mensaje inicial, considero que es importante tomar en cuenta el contexto patriarcal de aquellos años, en los que las mujeres casadas firmaban con el apellido de su esposo porque era la norma social, la usanza, lo que se acostumbraba. 
 
Mi mensaje no pretendía desviar la atención de lo importante de su legado hacía como firmaba o como se hacía llamar. MI mensaje hacía énfasis en la connotación de que -en tiempos presentes- sigamos diciendo que un personaje que fue tan vital para la historia de las mujeres en Ecuador era “de alguien” y no de ella misma, con su identidad completa, sin estar atravesada por el patriarcado. Porque, vamos, ¿qué es firmar “de (inserte apellido del marido aquí) sino una muestra de poder y posesión sobre el otro?
 
Soy comunicadora y entiendo que la forma de usar el lenguaje, con su carga semiótica, determina cosas. Entiendo que llamar a una mujer "de alguien" tiene una carga patriarcal. Sin embargo -y esto es importante- también existe la voluntad personal. El feminismo es pelear con el patriarcado desde las cosas más primigenias como no aceptar “piropos” en la calle. Pero el feminismo también es aceptar las voluntades de otras mujeres, sin criticarlas, sin juzgarlas porque quizá no piensan como nosotras. Y algunas mujeres hoy, en el 2019, firman “de” mientras otras deciden ser amas de casa o madres a tiempo completo. El ejercicio pleno del feminismo debe venir de ese respeto a la decisión de cada una, siempre y cuando nazca de su voluntad, de su elección, sin imposiciones ni mandatos de nadie. Nuestros cuerpos, nuestras decisiones. Cualquiera que estas sean. 
 
¿Habría Matilde Hildago firmado “de Procel” en el 2019? No lo sabemos. ¿Firmar sin el “de Procel” habría significado que amaba menos a su esposo, activista como ella? Son dos aspectos no relacionados entre sí. Es muy difícil hacer conjeturas de cuál habría sido el proceder o la decisión de una persona que murió en 1947. Este argumento primó entre algunas de las respuestas que recibí aquel día. “¿Y si ella se sentía orgullosa de presentarse así? ¿Cuál es el problema? Ya dejen de sufrir por tonterías”. La cuestión justamente es que no lo sabemos y que especular lo uno o lo otro es quizá históricamente injusto. 
 
Algo así dijo su bisnieta, Cristina Carvajal Procel, en una de las respuestas a mi tweet: “Yo creo que nunca tendremos una respuesta definitiva a algo tan subjetivo pero, ¿sabes? Probablemente ni lo uno ni lo otro definió su uso para ella”. 
 
Entre la innumerable cantidad de insultos que recibí ese día a causa de mi tweet destaco algunos como “disfruta de tu vida sin joder a otras”, feminista ridícula, “pendeje", básica, “seguro no tienes un marido que te ponga orden”, limitada. Incluso empecé a recibir agresiones por mensajes directos. 
 
 
 
El feminismo es un lugar incómodo. Autoproclamarse “feminista” implica que vas a recibir muchas preguntas, críticas, cuestionamientos de lo que haces y no haces, de si marchas o no, de si opinas o no, de si bailas reggaeton o no. (en serio) Y por qué. Abundan los por qué. Pero más allá de todo esto, en algunos casos, ser feminista es exponerse a una ola de ira irracional, odio sin sentido y violencia verbal. Decirse feminista es tomado como afrenta, como agresión al otro, como algo listo para ser tomado de vuelta y ser usado como insulto. 
 
 
¿Por qué molesta tanto? Habría que preguntarse qué es lo que hace ver al feminismo como algo tan nocivo, tóxico y amenazador, tan digno de desprecio y tan susceptible de violencia. “Pero el apellido materno es el apellido del abuelo. E igual lleva primero el apellido paterno. ¡El patriarcado siempre triunfa!”, me respondió alguien en medio del montón de locuras que leí ese día. Pero eso no es necesariamente triunfo del patriarcado, si consideramos que ahora el registro civil permite que las personas escojamos el orden de nuestros apellidos. 
 
Me pregunto si Matilde Hidalgo viviera y twitteara algo así como que las mujeres no debemos contentarnos con el rosario y en la mano y el breviario del cristiano -fragmento parafraseado de uno de sus poemas, llamado “El deber de la mujer”- ¿Los sectores conservadores se olvidarían también de su legado y procederían a insultarla como lo hacen las redes con toda muestra pública de feminismo?

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