No les importaba nada. No nos importaba nada.
Ni los pitos, ni interrumpir la calle, ni causar un poco de caos en el tránsito de un viernes de fin de mes y black friday en el centro de Guayaquil. Nada.
Fueron cinco minutos. ¿Qué son cinco minutos ante toda una vida de acoso y abuso? Nada.
“El patriarcado es un juez,
que nos juzga por nacer.
Y nuestro castigo,
es la violencia que no ves...”.
Más de cincuenta integrantes de los colectivos La Cubeta-Batucada feminista, Guayaquil Feminista, Aborto Libre, Las Comadres, Cepam, Mujer y Mujer, entre otras agrupaciones que buscan precautelar los derechos humanos se autoconvocaron en la zona bancaria de la ciudad. Primero para un ensayo, y luego, para efectuar la acción “Un violador en tu camino”, ideada por el colectivo chileno “Las Tesis”, un performance que se ha repetido ya en países como México, Colombia, Argentina, Perú e incluso Francia, Alemania y España.
El nombre de “Las Tesis” está fundamentado en el objetivo de la agrupación: tomar tesis de autoras feministas y traducirlas a un formato performático con el fin de llegar a múltiples audiencias, según publica el medio chileno Interferencia.
Al parecer, estas cuatro jóvenes de Valparaíso jamás imaginaron que su acción llegaría tan lejos.
“...Es femicidio
Transfemicidio
Impunidad para mi asesino
Es la desaparición,
es la violación”.
“No, no, cuando decimos “transfemicidio” también hay que bajar. Vamos a repetir”. Estefanía Baquerizo, una de las activistas que estaba liderando este evento, daba instrucciones en el ensayo general, que se realizó en la Plaza de la Administración, al pie de la Universidad de las Artes. Delante de ella se encontraba Tita Delgado, quien contaba los tiempos entre los pasos y llevaba un parlante con una canción techno que marcaba el ritmo del cántico que se volvió viral y que ahora todas repetimos. Tita, más tarde, bañaría su cuerpo con una mezcla de maicena y colorante, para simular sangre. Sangre de femicidio. “Vamos, con fuerzaaaaa”, decía.
“Y la culpa no era mía,
ni dónde estaba ni cómo vestía.
Y la culpa no era mía,
ni dónde estaba ni cómo vestía”.
Negras, mestizas, de sectores populares, de sectores más favorecidos, solteras, en pareja, con hijos, sin hijos, mujeres pero también unos pocos hombres: la convocatoria reunió a muchos y a muchas. Liza Piñancela, de 37 años estaba ahí con Laura, su pequeña de 8 años, quién también era parte de la coreografía, utilizando una venda negra traslúcida sobre sus ojos y un pañuelo verde en su mano izquierda. Que ella tiene muchos años militando en esta lucha, dice Liza, y que su hija es su compañera en marchas, plantones y manifestaciones. “Ella sabe de feminismo, sabe sus derechos, está involucrada”, cuenta.
Camila, de tres años, dormía con los ojos vendados en los brazos de Paola León, su madre de 35 años. Para ellas es la primera vez juntas en una manifestación feminista pública. La joven se ató a la niña al cuerpo con una especie de tela larga como suelen hacerlo las mujeres indígenas y al vaivén de los pasos contagiosos de la coreografía la pequeña se quedó profundamente dormida.
Miguel Angel Carrillo tiene 20 años y dice que durante mucho tiempo su religión lo cegó ante el feminismo y sus causas. Luego de leer, estudiar y entender, se permite estar en eventos como este. “Me di cuenta de que existen muchas mujeres violadas que son obligadas a vivir con el producto de ese abuso, no es algo que ellas decidieron”. Merecen una voz que las libere, dice, y esa voz es el movimiento feminista. Cuenta que jamás se ha sentido rechazado por ser parte de las marchas por las integrantes de los colectivos. Todo lo contrario, siempre se ha sentido acogido y acompañado.
Lo mismo le pasa a Alex Cruz, de 22 años y estudiante de Artes Visuales. Él fue con su novia, y está allí por ella, por su mamá y por su hermana. “Mi papá siempre ha ejercido machismo en su contra. Ha abusado de ellas. Jamás he estado de acuerdo con su trato”, explica. A su alrededor, la gente comenzaba a movilizarse cantando consignas feministas hacia las Av. 9 de Octubre y Malecón, donde finalmente se realizaría esta intervención artística.
“Duerme tranquilo
el femicida
Sin preocuparle la policía,
que sus delitos
son perdonados
por la justicia y por el Estado”.
Andrea Peñaherrera, 26 años, es parte del colectivo La Cubeta y fue la responsable de adaptar la canción. Una de sus estrofas originales hace referencia al himno de los Carabineros de Chile y dice: “Duerme tranquila, niña inocente / sin preocuparte del bandolero / que por tu sueño dulce y sonriente / vela tu amante carabinero”. En el caso ecuatoriano, la letra hace referencia a lo que se vive en el país. “En Ecuador siguen ocurriendo feminicidios. Aún hay impunidad, el núcleo familiar muchas veces encubre a los violadores y por eso decimos que ellos pueden estar tranquilos, porque la justicia no procede como debería”, explica. Aunque en Guayaquil se mantuvo la palabra “paco” para referirse a policía, la acción en Quito utilizó la palabra “chapa”.
Esta noche, a diferencia de otros eventos feministas, las 12 integrantes de La Cubeta, no llevan con ellas sus instrumentos de percusión con los que caminan y bailan durante las marchas, cuando todos convergen en una especie de reunión energética tribal. Hoy, la consigna es otra.
“El violador eras tú.
El violador eres tú
Son los pacos
Los jueces
El estado
El presidente
El estado opresor es un macho violador...”
Que es muy radical decir eso, nos dicen, pero camino a la marcha, un grupo de hombres nos gritó “que viva el patriarcado”. Cinco hombres que caminaban por la Av. 9 de Octubre no tuvieron reparo en decir tonterías asquerosas a unas chicas que participaron de la coreografía. Esto, mientras un policía metropolitano tomaba fotos a una activista en sostén y otro, grababa toda la acción para “pasársela a su jefe”. Marcela Miranda, una aguerrida feminista de 67 años, tuvo el valor de repelerlo y evitar que siga grabando. “Estoy en esto desde los 18 años”, contó, mientras movía sus piernas al ritmo de “y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”. En redes, la violencia tampoco se detuvo: un usuario lamentó que el asesino serial de mujeres “El monstruo de los Andes” no esté vivo para que nos desaparezca. Otro, en cambio, dijo que este tipo de acciones ayudan a los violadores a discriminar a sus víctimas. Por feas, por supuesto. Somos demasiado feas como para que nos violen.
Es posible que si no se miran hacia adentro y se sienten acusados, quizá los violadores -de una u otra forma o de múltiples maneras- sí sean ustedes.