Helen Cook
Tacloban (Filipinas).- "Nadie quiere decir que está mal y todos insisten en que están bien, pero en el fondo la cuestión es que no pueden expresarlo", dice Rey Lauzon, de 54 años, frente a las miles de cruces blancas colocadas recientemente en uno de los cementerios de Tacloban en memoria de unas 2.700 víctimas del tifón Haiyan (también conocido como Yolanda).
"Los filipinos somos así, lo escondemos todo detrás de sonrisas y chistes, pero en realidad necesitamos ayuda para expresar nuestros sentimientos", añade Lauzon, que perdió su trabajo en un colegio tras la catástrofe y que acompaña a su mujer a dejar flores para honrar a su padre, fallecido en el desastre.
Entre las endebles cruces de madera, donde los familiares de las víctimas escriben el nombre de los fallecidos con un simple rotulador, decenas de filipinos encienden velas y rezan por sus seres queridos con gesto afligido, pero muy pocos admiten estar pasando por un mal momento.
"No, no hablamos entre nosotros de la tragedia. ¿Para qué?. Estamos bien, y además no serviría de nada", dice Conchita Gallardo, de 43 años, que perdió a sus padres en el desastre.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de 800.000 filipinos de las zonas afectadas por Haiyan han sufrido diferentes problemas mentales en este último año, de las que alrededor de 80.000 necesitarían tratamiento médico y apoyo psicológico.
Sin embargo, el sistema de atención mental de Filipinas, un país de 100 millones de habitantes que sufre constantes embistes de la madre naturaleza, es prácticamente inexistente, cuenta tan sólo con 490 médicos especializados en psiquiatría.
Esa es una de las razones por las que la atención al estado emocional de las víctimas fue nulo por parte del Gobierno de Filipinas después de la tragedia, que causó más de 8.000 muertos y desaparecidos.
Miles de cruces blancas en un cementerio de Tacloban recuerdan
a los fallecidos. Foto: REUTERS/Erik De Castro
"En Tacloban podemos decir que no hay ni un sólo especialista en apoyo psicosocial", afirma Nuria Díez, psicóloga de la ONG Acción Contra el Hambre.
Díez cuenta cómo fue sumamente complicado encontrar a profesionales filipinos que pudieran ayudar en sus proyectos de apoyo psicológico a mujeres y niños cuando Acción Contra el Hambre entró en Tacloban pocos días después del desastre.
"Antes del tifón, sólo teníamos a dos personas trabajando en salud mental de Tacloban", confiesa el jefe del Departamento de Salud de la ciudad, Javier Opinión.
Por eso, uno de los objetivos de la ONG en la región es tratar que el sistema sanitario de Filipinas desarrolle el departamento de salud mental para que pueda ser útil en próximos desastres.
"Estamos tratando de incorporar servicios psicosociales en los centros médicos primarios de Tacloban para mejorar la situación del sistema de salud mental", explica Díez, encargada de un proyecto de Acción Contra el Hambre que ha prestado apoyo emocional de forma continuada a cerca de 5.000 mujeres y a sus hijos en la provincia de Leyte.
Para la cooperante, los filipinos son reacios a admitir problemas mentales porque "en su cultura no está bien visto expresar sentimientos negativos".
"Que no hablen de las cosas puede ser positivo, porque en parte ayuda a los afectados a seguir hacia delante y que todo mejore muy rápido, pero a la vez las emociones negativas que quedan enquistadas, y eso no ayuda", aclara Díez. No obstante, a su juicio los filipinos están empezando a cambiar su percepción de la ayuda psicológica.
"El Gobierno está muy abierto a cambiar porque está viendo que después de una tragedia así, lo importante que es que se reciba este tipo de ayuda", opina la psicóloga.
"Por lo menos estas tragedias sirven para cambiar un sistema que antes no funcionaba", agrega Díez. EFE