¿Cuál es la principal diferencia entre Ecuador y Colombia?, me preguntan con frecuencia. La única, respondo, es que Ecuador no tiene una guerra interna. Y de esa existencia de la guerra uno es más consciente cuando está afuera. Porque a pesar de lo largo y duro que ha sido el conflicto con las FARC (52 años), Colombia ha tenido que creerse por momentos, que esa guerra no existe y que incluso debería intensificarse.
Por esa razón el proceso de negociación con la guerrilla más numerosa, antigua y letal del continente, estuvo lleno de controversia y por eso fue tan difícil para el gobierno y para los partidarios del SÍ, convencer a la mitad de los ciudadanos que votaron para que respaldaran un acuerdo que cesa definitivamente el fuego, desmoviliza a casi 15 mil guerrilleros y los obliga a dejar cerca de 20 mil armas en manos de las Naciones Unidas para que las funda y las convierta en tres monumentos a la paz.
El NO le ganó al SÍ por 53.894 votos. Y lo hizo con una participación de apenas un 30 por ciento de los votantes y sin lograr triunfar en la mayor parte del territorio. De hecho el SÍ ganó en 18 de los 32 departamentos.
¿Cómo puede la opción de poner fin a un conflicto por el que hay registradas hoy 8.190.451 víctimas dividir a un país? ¿Cómo explicar que los más partidarios de este acuerdo hayan sido las víctimas, los guerrilleros, los militares y policías, que son quienes más heridas han sufrido, y las poblaciones más golpeadas por la guerra? ¿Y que los mayores opositores se hayan concentrado en las grandes ciudades, en los jóvenes y en los estratos altos que han visto el dolor desde lejos?
Explicaciones aparecerán muchas, pero se pueden enmarcar en razones políticas, jurídicas, desinformación, desconocimiento y algunas innegables zonas grises en el acuerdo.
Encuentre el reportaje completo en la última edición de Revista Vistazo.