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El libro que todos tenemos que leer en cuarentena

lunes, 6 abril 2020 - 06:55
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Un día como hoy de 1643 se publicó El principito, la obra más famosa del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry.
 
Todos estamos en casa y queremos compartir momentos en familia. Hoy la lectura del Principito puede lograr este propósito.
 
Leer El Principito ayuda a conectar con el niño que todos llevamos dentro, haciéndolo totalmente compatible con nuestra, tan aburrida, vida de adultos. Es un libro con sabor a inocencia, positividad y buenas intenciones sin perder de vista la lógica y las responsabilidades.
 
Las metáforas que desarrolla son únicas en la literatura, y aunque parece un viaje astronómico, es en realidad un viaje a través de nuestros estereotipos.
 
Hoy más que nunca necesitamos que nos recuerden de dónde venimos, cómo veíamos el mundo antes de que la socialización nos convirtiera en fotocopias. 
 
Corra a leerlo; da igual si ya lo había leído o no, o cuantas veces lo haya hecho, esta es la oportunidad perfecta para leerlo.
 
A pesar de tener menos de 100 páginas, es uno de los libros más leídos de la Historia, junto a obras mundialmente conocidas como Don Quijote, La Biblia, Cien años de soledad o el Diario de Anna Frank.
 
Y no solo eso: sus enseñanzas no entienden de fronteras culturales, la prueba de ello está en que la obra ha sido traducida a más de 250 lenguas y dialectos, incluido el latín.
 
La obra fue publicada en abril de 1943, tanto en inglés como en francés, por la editorial estadounidense Reynal & Hitchcock, mientras que la editorial francesa Éditions Gallimard no pudo imprimir la obra hasta 1946, tras la liberación de Francia.
 
La obra se ha convertido en uno de los libros más vendidos de todos los tiempos, puesto que ha logrado vender más de 140 millones de copias en todo el mundo, con más de un millón de ventas por año. La novela fue traducida al español por Bonifacio del Carril y su primera publicación en dicho idioma fue realizada por la editorial argentina Emecé Editores en septiembre de 1951.
 
Desde entonces, diversos traductores y editoriales han realizado sus propias versiones.
 
Saint-Exupéry, ganador de varios de los principales premios literarios de Francia y piloto militar al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, escribió e ilustró el manuscrito mientras se encontraba exiliado en los Estados Unidos luego de la Batalla de Francia.
 
Ahí tenía la misión personal de persuadir al gobierno de dicho país para que le declarara la guerra a la Alemania nazi. En medio de una crisis personal y con la salud cada vez más deteriorada, produjo en su exilio casi la mitad de los escritos por los que sería recordado; entre ellos, El principito, un relato considerado como un libro infantil por la forma en la que está escrito pero en el que en realidad se tratan temas profundos como el sentido de la vida, la soledad, la amistad, el amor y la pérdida.
 
 
El principito es un cuento poético que viene acompañado de ilustraciones hechas con acuarelas por el mismo Saint-Exupéry.
 
En él, un piloto se encuentra perdido en el desierto del Sahara luego de que su avión sufriera una avería, pero para su sorpresa, es allí donde conoce a un pequeño príncipe proveniente de otro planeta. 
 
Dado que Saint-Exupéry murió antes de que pudiera ver el fruto de su obra, no pudo dar a conocer en qué se inspiró para crear El principito.
 
Pudo haberse inspirado en sí mismo cuando era joven al momento de crear el personaje del principito, ya que en su infancia sus amigos y familiares lo llamaban “le Roi-Soleil” —“El rey sol” en español— debido a su rizado cabello dorado.
 
En 1942, mientras estuvo residenciado con la familia del filósofo Charles De Koninck, en Quebec, Canadá, conoció al hijo de este, Thomas, un niño de ocho años de cabello rubio y con rizos, que también pudo haber sido de influencia para el autor.
 
Otra posible inspiración para la creación del principito pudo haber sido Land Morrow Lindbergh, también un joven de cabello dorado, hijo del pionero de la aviación estadounidense Charles Lindbergh y Anne Morrow, quienes no vivían muy lejos de Saint-Exupéry y con los cuales tuvo un breve encuentro durante su estadía en Long Island.
 
Las enseñanzas del Principito
 
“Lo esencial es invisible a la vista”
Es fácil saber si eres un niño o un adulto. En el siguiente dibujo encontrarás un sombrero o una boa devorando un elefante. Los niños son capaces de cosas geniales, como de ver un cordero donde otros sólo verían una caja con tres agujeritos, por ejemplo. Son capaces de ver lo verdaderamente importante de las cosas.
 
“Los baobabs antes de ser grandes, empiezan por ser pequeños”
Esto es doblemente esperanzador, nos recuerda que ninguna de las grandes cosas se hicieron de la noche a la mañana: todo puede lograrse creciendo un poquito cada día. Pero también funciona a la inversa: podemos arrancar de raíz los problemas antes de que se vuelvan tremendos dolores de cabeza.
 
¿Algo de tu vida pinta para volverse un enorme árbol de pesadillas? Sácalo desde la raíz cuando aún es un arbusto.
 
 
“Un día vi ponerse el sol 43 veces”
El Principito nos enseñó que también tenemos derecho a la tristeza y no hay mejor momento para estar triste que las puestas de sol.
 
Nosotros no podemos ver una con sólo arrimar nuestra silla pues no vivimos en un asteroide, pero podemos guardarla en nuestro pecho durante 24 horas o durante toda la vida, de ser necesario.
 
“Tendré que aguantar dos o tres orugas si quiero conocer las mariposas”
No, ni para las rosas la vida es sólo disfrute. Todos tendremos que lidiar con el dolor, porque para eso estamos diseñados. Pero seremos capaces de lograrlo. No hay mariposas sin orugas, no hay vuelo sin caídas inevitables ni relaciones sin la opresión en el pecho que causan las despedidas.
 
“Bebo para olvidar que me avergüenzo de beber”
Las personas mayores somos muy extrañas.
 
A veces caminamos en círculos y no nos damos cuenta de que vivimos encerrados en estos bucles absurdos hasta que ponemos las cosas en perspectiva. En ocasiones es necesario que un niño llegue a invadirnos con un torrente de preguntas para darnos cuenta de que lo que nos parecía tan claro en realidad no es tan evidente.
 
“No eres muy poderosa. ¡Ni siquiera tienes patas!”
Porque aprendimos que jamás hay que subestimar a una serpiente. Podrá no tener patas y arrastrase sobre su vientre, pero si te descuidas te puede llevar más lejos que cualquier navío, a ese lugar a donde todos inevitablemente nos dirigimos.
 
“Me creía único con una rosa ordinaria”
Aunque pueda haber jardines llenos de muchísimas rosas parecidas, es el tiempo que le has dedicado a una rosa, la tuya, la que lo vuelve irreemplazable.
 
Sí, puede que todas las rosas se parezcan, pero no se puede morir por una rosa que esta vacía.
 
“Por favor… ¡domestícame!"
Gracias al Principito y al zorro aprendimos que domesticar no es una relación de poder como pensábamos, sino “crear lazos”.
 
También aprendimos que los rituales son importantes. Si tenemos una cita con alguien a las cuatro de tarde, desde las tres comenzaremos a ser felices.
 
“Tú tendrás estrellas como nadie ha tenido”
Para aquél que alguna vez ha tenido un amigo, basta con levantar la cabeza para recordarlo a través de una noche estrellada.
 
“Para los que viajan, las estrellas son guías. Para otros no son más que lucecitas. Para los sabios son problemas que resolver”. Pero quien ha tenido un amigo, las estrellas son astros que ríen.
 
“Éste es para mí el paisaje más bello y más triste del mundo”
Todo aquél que haya tenido una persona especial en su vida experimentará alguna vez esa sensación de querer volver al lugar donde ocurrieron los momentos mágicos: “aquí fue nuestro primer beso”, “en esta escuela cursé la primaria”, “aquí vinimos a nuestro primer concierto”.
 
Y será el mismo lugar, físicamente, pero estará inevitablemente vacío y lleno al mismo tiempo.

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