Hay muchas razones por las que la toma del poder político por parte de los talibanes es un evento auténticamente trágico para la humanidad. En primer lugar, porque el talibán no es un partido político o una ideología, es un movimiento que tiene postulado tan sencillo como alarmante: la destrucción de los valores liberales y republicanos de la sociedad moderna. El talibán no debate, silencia. No tolera, impone. No acepta a las religiones judeo-cristianas ni, peor, al pensamiento disidente agnóstico, ateo, lo aniquila. De hecho, el talibán tiene como objetivo político su eliminación. Estamos, entonces, frente a un movimiento que representa un riesgo para todas las conquistas, más o menos desarrolladas, de esto que entendemos como los valores de la sociedad moderna: libertad de expresión y religión, autodeterminación, democracia.
El segundo aspecto que hace del talibán una preocupación mundial es la violencia contra la mujer o lo que, en mi opinión, es una práctica negación de su individualidad y libertad, una anulación total de la humanidad, la reducción de la mujer a un ente funcional a los intereses del discurso machista y religioso. Esto, es aún más trágico porque, contrario a lo que se pensaría, Afganistán fue una suerte de Estado modelo en la década de los 60 y 70. Las mujeres podían estudiar, votar, bailar, vivir, vestir, imaginar, incomodar, hablar. En ese entonces Kabul no era el polvorín y la prisión que hoy vemos en la prensa. Era, más bien, una metrópoli donde se podían ejercer libertades civiles. Afganistán, en definitiva, era una casa libre, en medio de un vecindario hostil.
Aunque podría parecer irrelevante frente a la crudeza de la situación actual, ese pasado liberal, esos años en los que la mujer era reconocida y respetada como un ser humano libre, hacen que la tragedia de hoy se magnifique y exija medidas urgentes que obviamente van desde una coordinación internacional, hasta la esfera más privada e íntima: la reflexión permanente sobre el olvidado valor de la libertad y lo que podemos hacer en nuestros círculos cercanos para consolidar la liberación definitiva de las mujeres, que es un objetivo aún lejano.