La política y la sociedad transitan por autopistas distintas. El correísmo y lo que el domingo 20 de agosto se configuró como el anticorreísmo (el 16 por ciento de Villavicencio-Zurita y el siete por ciento de Otto) van por un lado. Y los casi 2,3 millones de ecuatorianos que apoyaron a Daniel Noboa, por fuera de esa larga disputa, van por el otro camino a gran velocidad y sin ningún interés por converger.
Es claro que hay un Ecuador sub-35 nuevecito, que no quiere -porque no le interesa- torturarse con una disputa que lleva más de 16 años destrozando el tejido social. Pero que si no se politiza a su manera y de forma sostenida puede terminar desvaneciéndose, a riesgo de que las mañas de los viejos caudillos sigan aprovechándose del poder y el Estado.
¿Daniel Noboa está dispuesto a liderar esa generación y diseñar con ella un nuevo proyecto de país? Quizá la aritmética sea el menor de los problemas para el joven finalista, heredero de un apellido y un relato presente en los últimos 25 años. La ecuación resulta hilarante: a su padre, Álvaro Noboa, los ecuatorianos no le permitieron gobernar porque en su lugar prefirieron a Mahuad, Gutiérrez y Correa y ya ven cómo nos ha ido.
Y cuando el hijo invierte los papeles, porque ahora él es el nuevo y la Revolución Ciudadana, la partidocracia, su ADN se transforma en un poderoso imán al que fácilmente podría plegar el respaldo de todos aquellos que demandan un cambio por fuera de los tormentosos códigos (opacos y antidemocráticos) que la década ganada insiste en mantener.
Noboa puede ser presidente, ¿pero solo por 18 meses? La pregunta es fundamental cuando vemos que el correísmo mantendrá el control de la Asamblea y el Consejo de Participación Ciudadana, espacios más que suficientes para agotar -si es que se lo propone- al joven empresario y ‘rockstar’ y avanzar sin el menor obstáculo en su objetivo real, las elecciones de 2025, que ya están a la vuelta de la esquina.
Con un Lasso destruido, un Nebot funcional a la Revolución Ciudadana, con la izquierda de Yaku anulada y Villavicencio, vilmente asesinado, la oposición ha vuelto a jubilar a sus últimos líderes. Muchos pensarán que Daniel Noboa debe ser ese relevo. Y hasta sería un error suponerlo, pues su discurso, sus formas, sus intereses van por esa otra autopista de la que no se quiere bajar y que, por lo tanto, hará que las eventuales negociaciones que haga con Correa o con el movimiento de María Paula Romo, a la vez, no deriven en un escándalo nacional.
Noboa sabe que si gana la Presidencia tendrá menos tiempo que Lasso para entender el funcionamiento burocrático y político del sector público. Es lógico, así también lo tendrá en mente Luisa González si es que su candidatura es auténtica, que este es el primer paso para gobernar por cinco años y medio, porque los problemas del Ecuador necesitan de mentes y esfuerzos pensados hacia el largo plazo.
Noboa solo tiene seis semanas, con un debate de por medio, para entender lo más rancio de la política nacional e intentar construir sobre ella un nuevo paradigma. En este cometido, lo de menos es llegar a Carondelet, sino inaugurar un nuevo ciclo histórico libre de tantas taras.