Alfredo Pinoargote

Trípode

Los candidatos presidenciales ganadores se  proclaman presidente de todos los ciudadanos,  no solo de los que votaron por él. Está  escrito en la Constitución pero es letra muerta, en  la práctica terminan como presidente de su partido,  su familia, amigos y allegados. Especialmente si  arrasan en las urnas y llegan a sustituir a un viejo  régimen, decrépito, endeudado, corrupto, y desprestigiado,  aunque haya trazado un recorrido inaugural  aromatizado de cambios.
 
Lenín Moreno alcanzó el poder por una cabeza,  según sus adversarios con un fraude que nunca probaron,  y con una mesa servida de culebras venenosas  por su delirante antecesor que había mandado a  redactar un manual de tres tomos para entornillarlo  a una crisis económica, moral e institucional amamantada  por una década de abusos.
 
Para desentornillarse del patíbulo Lenín Moreno  recurre al resorte que puede convertirlo en presidente  de todos, la Consulta Popular. Prestamista  de última instancia que el modelo de dictadura  plebiscitaria había abandonado para inclinarse ante  la iluminación lunática de un caudillo. Por eso se da  la paradoja histórica que con el apoyo unánime de  la oposición convoca a un plebiscito para volver al  espíritu original del proyecto político de la Revolución  Ciudadana.
 
Lo cual finalmente comprendieron  en Alianza PAIS a la que devolvió la capacidad de  deliberar que habían cedido al gran timonel de la  década robada a la democracia, malbaratando la  estabilidad que la partidocracia tuvo secuestrada. La  única forma de volver a ese espíritu, que marcó un  hito de unidad nacional, es derogando el paquetazo  de enmiendas que lo tiene de rehén.
 
Cuatro pruebas tiene que pasar Lenín Moreno  para erigirse en presidente de todos los ecuatorianos  y sanear a la Revolución Ciudadana, exorcizando  los malos espíritus que encerraron en una vasija  al de Montecristi. La condena de Jorge Glas y su  destitución, volver a la reelección por una sola vez  aprobada en referéndum, ciudadanizar al Quinto  Poder de transparencia y control, y recuperar la  economía para el sector privado, que de 10 empleos  genera nueve, para apuntalar al Estado que perdió  la lotería petrolera.
 
El nuevo estilo del diálogo, inicialmente impugnado  por el extremismo correísta, se legitima con la  Consulta Popular devolviendo a la ciudadanía derechos  confiscados por el caudillismo. Para probar que  el caudillismo se archiva proclama la independencia  de las funciones del Estado, que puede derivar en un  lavamanos si no enmienda la Constitución y si los  dictados vociferantes de la tarima sabatina son solo
sustituidos por susurros telefónicos.
 
En el caso Glas  dentro de sus funciones tomó la única que le competía,  retirarlo del gobierno, que coloca al Fiscal y a  la Corte Nacional en el desfiladero de actuar frente a  las delaciones comprobadas de Odebrecht, así como  actuaron con el Contralor reelegido indefinidamente.  Y a la mesa servida de culebras la limpia con un  proyecto de ley de urgencia económica.

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