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Sesgo

martes, 28 abril 2020 - 08:32
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    Por Alfredo Pinoargote
     
    La tragedia colectiva del coronavirus extrae del alma de las gentes  bellos gestos de solidaridad social  que empiezan a aterrizar en campo baldío, cuando el estado pretende imposiciones a lo que generosa y voluntariamente sale del corazón.
     
    Antes del colapso estábamos mal  como sociedad, que durante 10 años se  tragó el cuento del país de las maravillas,  cuando simplemente la había refrescado  el auge del petróleo y las materias primas sobre la autopista de la dolarización. Especialmente trágico ha devenido  comprobar que la salud integral solo era  membrete de propaganda tapando una  turbia corrupción.
     
    Ese gran cuento de magia comiéndose reservas dejó a la sociedad desnuda y sin defensas contra el coronavirus.  Y aunque el sucesor designado por el tirano exhibe el mérito histórico de haber desnudado al más grande fraude de  la historia, sin embargo, sigue navegando por las mismas aguas rodeado de  una legión de quienes se ganaron el  apelativo de borregos.
     
    De allí que pese a las buenas intenciones, y a los cambios en el equipo, hasta ahora no se ha visto un paquete de urgencia económica que no  se incline, selectivamente a babor  o estribor, por timoneles emergentes de generación espontánea. Esto  nuevamente surge de forma patética en el proyecto de ley humanitario  y de reactivación productiva, nombrecito sobrenatural que garantiza  un final amargo.
     
    Gran impacto causó ver en televisión a 500 km del 70 por ciento del brote a un hospital de emergencia con decenas de camas vacías,  por si acaso llegaba el contagio,  mientras se veía desesperado al ministro de la salud en el sitio de mayor contagio sin camas suficientes,  con hospitales que enviaban a morir en casa a quienes no aparecían  con un certificado que los declaraba  enfermos. Y después a las morgues  saturadas porque no había quien  certifique que estaban muertos.
     
    El proyecto de ley aprovecha y  mata la solidaridad social esparcida voluntariamente en empresas y en  personas, y el estado se cura en salud transfiriendo la responsabilidad  de su administración cuando por  mandato legal no puede traspasarla a nadie. Sino que embolsica en la  cuenta única del tesoro nacional que  paga despilfarros de un fisco que no  reduce elefantiasis.
     
    Este sesgo aparecido en un documento oficial, revela el borde del suicida sálvese quien pueda, es una filtración que ya asomaba orejas y se  dejaba pasar porque la solidaridad  perdona errores, pero que debe ser  parado a raya. El estado por maltrecho que esté es el soberano que representa a todos y no puede buscar  vías de escape que van a ningún lado.
     
    Más bien su cabeza está convocada por la historia a soldar unión y solidaridad porque solo a un prófugo  de la justicia se ha oído querer sustituirla. Para el efecto debe desaparecer el rescoldo ideológico de creer que  la crisis causada por una peste y el latrocinio deben pagarla trabajadores y  empleadores del sector privado, que  necesitan liquidez para consumir y  producir como única forma de reactivación económica conocida. 

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