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Un poder en cuota

Las mujeres en política debemos ser como un martillo que derriba y construye, es por eso necesario dejar de romantizar lo reduccionista de las cuotas de participación.

Mirar el empoderamiento femenino en la política únicamente desde el prisma de la cuota de participación es hacernos un autogol a la profunda falta de representación y de liderazgos fracturados.

Si bien es importante que se contemple la participación de las mujeres desde la legalidad del Código de la Democracia, no debe ser este el peldaño final que nos configure como un país que afirme victorias en paridad de género en el poder político.

El empoderamiento de las mujeres en este ámbito debe ir mucho más allá de ocupar cargos políticos. Es como un martillo que no solo se limita a golpear clavos, sino que también es capaz de derribar barreras y romper estereotipos arraigados.

Por lo tanto, el papel de las representantes que actualmente ocupan cargos en el ámbito político es crucial para generar una imagen positiva de su desempeño en escenarios políticos y contribuir así al fortalecimiento de la democracia y a cambiar las percepciones afincadas.

De acuerdo con las disposiciones del Código de la Democracia vigentes en las elecciones del 5 de febrero, los partidos políticos tenían la obligación de cumplir con un 30% de participación de mujeres como cabezas de lista.

En 2018 solo 12 mujeres alcanzaron puestos en las prefecturas y alcaldías. En 2023, este número aumentó a 42, pero aquello no necesariamente significa que se hayan impulsado estructuras que efectivicen la profesionalización de las mujeres en política para que no solo sean rostro, número y obligación; sino también capacidad, dirección y liderazgo.

Aún así, cumpliéndose el 30% de esta cuota, se sigue votando principalmente por hombres. Y allí primero hay que identificar, de manera urgente, porqué el electorado se resiste a votar aún por mujeres y luego de eso, estructurar programas integrales de concienciación sin búsquedas de privilegios al género, pero sí de normalización en su participación.

Por ejemplo, en Cañar solo en una localidad ganó una mujer: Carla Idrovo en La Troncal y en Imbabura ocurrió lo mismo con Anabel Hermosa (Otavalo).

Sin embargo, la falta de participación y representación real no es excluyente a otras latitudes. Según ONU Mujeres, las cinco carteras más ocupadas por ministras son Mujer e Igualdad de Género, Familia e Infancia, Inclusión Social y Desarrollo, Protección Social y Seguridad Social, y Asuntos Indígenas y Minorías. Y aquello también compromete un marco de acción reduccionista en cuanto a los ámbitos de trabajo desde el rol político. Mujeres hablando de mujeres y minorías porque se toma al género como un condicionante de operación.

Sin embargo, como cantó Fito Páez “No todo está perdido”, existen casos exitosos como Ruanda, Bolivia, España, Colombia, Suecia. Su enfoque se basa en garantizar la igualdad de oportunidades y la conciliación entre la vida laboral y familiar.

Es necesario implementar políticas que contribuyan a un reparto más equitativo de las responsabilidades familiares.

Se debe promover la igualdad de género en los lugares de trabajo, para que las mujeres tengan acceso a puestos de liderazgo y cargos políticos. Además, generar espacios en puestos de toma de decisión, en los consejos de administración de empresas estatales y los partidos deben mejorar los mecanismos internos de formación y selección.

No se trata solo de cumplir una cuota numérica, sino de abordar las barreras sistémicas y estructurales que dificultan la participación plena de las mujeres en la toma de decisiones políticas.

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