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La eterna emergencia de la basura

jueves, 10 diciembre 2020 - 07:48
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Quito entierra 2.200 toneladas de basura cada día. Es una cifra que a simple vista no dice nada, pero representa la carga de 350 tráileres y es como si enterrásemos 22 mil quintales de arroz.
 
Es un problema que el capitalino no dimensiona hasta que se da una vuelta por el relleno sanitario El Inga, ubicado a 45 kilómetros de la ciudad, entre Pifo y Sangolquí, y aprecia la dimensión del botadero y los nauseabundos olores que de allí se desprenden y afectan a las comunidades aledañas.
 
Este relleno estuvo a punto de colapsar en junio pasado, cuando llegó a tope el “cubeto 9B”, que prácticamente es un hueco excavado en la tierra para enterrar la basura.
 
 
Para ese entonces debía estar construido el “cubeto 10”, pero todavía estaba en planos. Además, se acumularon 100 mil metros cúbicos de líquidos tóxicos generados por la descomposición de la basura, llamados lixiviados, que no recibían tratamiento desde diciembre de 2019 y, por tanto, no se podían utilizar para aspersión o descargar al río Inga.
 
Tras las respectivas acusaciones de los concejales al interior del Cabildo por no prever los problemas y remediarlos, la Empresa Pública Metropolitana de Gestión Integral de Residuos Sólidos (Emgirs), que administra el relleno, encontró “áreas aprovechables” entre los cubetos 9A y 9B y los 4 y 6, mientras se construye el nuevo hueco que estará listo para enero del 2021.
 
Para algunos especialistas en la materia, abrir nuevos espacios entre cubetos es antitécnico y los lixiviados constituyen un peligro para el río Inga. Pero la nueva gerente de la Emgirs, María Gabriela Dávila, dice que todo está respaldo con estudios y la licencia ambiental.
 
 
El relleno, si todo sale bien, tendrá una vida útil hasta 2024, porque se construirá un cubeto 11 y luego el “domo final” que igualará toda la superficie a una misma altura para sellar el botadero. Luego la ciudad deberá destinar otro lugar que deberá soportar los olores.
 
Aunque la situación de Quito parece ser la más crítica, el resto de municipios se enfrenta a desafíos en el aumento de la basura producida. Según el Inec, cada ecuatoriano producía 0,58 kilogramos de basura cada día en 2015.
 
En 2018, esa cifra se elevó a 0,86, que es el dato más actual. Esto hace que el país genere más de 13 mil toneladas diarias, que se entierran casi sin posibilidad de reciclar. Guayaquil encabeza el ranking con 3.419 toneladas diarias, le sigue Quito, luego están Santo Domingo, con 358, y Cuenca, con 331.
 
Quito sin alternativa
 
La situación sería distinta si los quiteños separasen la basura en sus hogares: en una funda, los desechos inorgánicos como plástico, cartón, que se reutilizan en la industria; y en otra, los inorgánicos, que prácticamente son los desperdicios de la cocina y sirven para producir abonos.
 
Cuenca, por ejemplo, desde hace algunos años aplica una iniciativa para recoger los desechos inorgánicos en una funda celeste que los camiones recolectores recogen en días específicos y los entregan a las asociaciones de recicladores, evitando que terminen en el botadero. Sin embargo, es opcional y todavía no aplicado por la mayoría de hogares.
 
 
“En promedio, los municipios de Ecuador gastan 50 dólares por enterrar cada tonelada de basura. Perfeccionar los sistemas de reciclaje en la fuente sería un ahorro importante de recursos y cuidado del ambiente”, explica José Solano Peláez, experto en gestión de desechos sólidos y docente investigador de la Universidad Católica de Cuenca. 
 
Quizá la experiencia más exitosa en el país es Loja: desde hace dos décadas, aplica la diferenciación de residuos en los hogares. Éstos son transportados a las plantas donde se recicla lo inorgánico y se composta lo orgánico. La venta de estos productos genera un ingreso para el Cabildo lojano. 
 
Pero para Quito no haber opción porque, adicional al relleno sanitario, tiene otro problema: carece de una adecuada flota de camiones recolectores y, la que adquirió recientemente está en un lío legal, lo que apenas garantiza el retiro de la basura de las calles, donde se mezcla todo en el mismo camión, así el ciudadano intente separar por fundas.
 
 
A finales de 2018, Emaseo, la empresa pública encargada de la recolección, contrató por régimen de emergencia la adquisición y mantenimiento por cinco años de una flota de camiones por 73 millones de dólares con el consorcio Recobaq, que no tenía experiencia en el tema de residuos sólidos.
 
La nueva gerente de Emaseo, Yolanda Gaete, terminó el contrato de manera unilateral porque la contratista no cumplió con los plazos. Además, el precio estaría inflado: los 40 nuevos camiones cuestan 14 millones de dólares y su mantenimiento anual cuesta 11 millones.
 
“Es casi como comprar una nueva flota cada año, cuando Emaseo puede hacer el mantenimiento por tres millones anuales”, dice Gaete. Mientras esto se resuelve en los juzgados y las cortes, Quito tendrá que cruzar los dedos para no sufrir otra crisis en la recolección de basura.
 
Un problema mal entendido
 
Quito parece ser un caso sintomático de lo que los expertos llaman “el fetiche por enterrar la basura”.
 
“El problema es ver la basura como un negocio que, mientras más se produzca, se recoja en los camiones y se entierre, más ganancias genera y ahí están los negociados, en lugar de buscar alternativas para el reciclaje y el consumo de menos plásticos”, dice Fernanda Solís, docente de la Universidad Andina Simón Bolívar (Uasb) y coordinadora de la Alianza Basura Cero.
 
Una investigación de varios académicos, coordinado por Solís, que está por publicarse en un libro titulado “Cartografía de los residuos sólidos en Ecuador 2020”, determina que apenas reciclamos el 6 por ciento de la basura, mientras el 94 por ciento se entierra en rellenos sanitarios, celdas emergentes y botaderos cielo abierto, ríos y quebradas. Los países de la Unión Europea reciclan el 45 por ciento de sus desperdicios.
 
“Para no ir tan lejos y demostrar que aquí también podemos mejorar: Colombia recupera el 40 por ciento de residuos inorgánicos”, dice Solís. ¿Cómo? A través de las asociaciones de recicladores que trabajan a pie de vereda, que están apoyados por los municipios con medios de transporte, remuneración y otros beneficios. Eso evita enviar miles de toneladas a los rellenos sanitarios.
 
En Ecuador hace falta reconocer el trabajo de los recicladores y sumar a la economía formal a las 52 asociaciones que existen, en lugar de excluirlos. Solís calcula que este gremio podría reciclar 210 mil toneladas, lo que significaría un ahorro para los municipios de más de 12 millones de dólares anuales, por la gestión de esos residuos.
 
Pero Ecuador va en contravía: el plan de desarrollo del país, el Plan Toda Una Vida, propone que para el 2021, el 80 por ciento de municipios deberán tener relleno sanitario, mientras dice que se debe promover el reciclaje inclusivo.
 
“En lugar de poner indicadores de reciclar, por ejemplo, cada año un cinco por ciento más, se habla solo de aumentar los rellenos sanitarios con la idea de enterrar más basura, lo que demuestra que vamos en el camino equivocado”, cuestiona José Solano Peláez.
 
El modelo que estamos viendo, dicen los expertos, hace que el ciudadano se desentienda de lo que pasa con la basura y obliga a los municipios a destinar más recursos en enterrarla.
 
Los municipios deben invertir en educar y fomentar la separación de residuos en los hogares, para luego procesarlos. Eso requiere de inversión, pero el mediano plazo será un ahorro en los gastos de gestión de los residuos y aumentará vida útil de los rellenos sanitarios. Al mismo tiempo, urge cambiar los hábitos del consumo y evitar al máximo los productos desechables.
 
Necesitamos limpiar el país
 
Un ejemplo de que al ecuatoriano le importa poco generar basura y dónde ésta termina, son las playas.
 
María Esther Britz dirige la Fundación Mingas por el Mar que, en 2019 hizo 167 mingas en el perfil costero, sobre todo en playas turísticas y recogió más de 10 mil kilogramos de desechos. En su mayoría, encontraron tapas de botellas, vasos plásticos, envolturas de comida, que dan cuenta de los nefastos hábitos de reciclaje y manejo del plástico.
 
 
En 2018, con la colaboración de algunas organizaciones y universidades, la Fundación hizo un estudio para determinar los niveles de residuos en 26 playas.
 
El caso más preocupante fue Isla Puná, donde encontraron un promedio de 6,67 ítems o artículos de basura por cada metro cuadrado, mientras el promedio en todos estos lugares estudiados fue de un ítem por metro cuadrado.
 
“Eso da una idea de cuánta basura estamos generado”, dice Britz.  La Fundación cuenta con más de 20 grupos en todo el país, incluso en Quito, donde se trabaja en los ríos, y en Imbabura, para limpiar la laguna de Yahuarcocha. 
 
Britz asegura que estas actividades sirven también para que la gente tome conciencia de que podemos utilizar un termo, en lugar de comprar botellas desechables de agua a cada instante, que quienes están acostumbrados a comer en la calle pueden empezar a llevar sus propios cubiertos y recipientes.
 
El país ya aprobó una ley para evitar los plásticos de un solo uso a inicios de noviembre. Aunque la Alianza Basura Cero, de la que es parte esta Fundación, tiene reparos por algunos artículos, considera un avance. El desafío será que se cumpla la ley.

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