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Arrebatadas

viernes, 8 marzo 2024 - 18:28
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Artículo de opinión de Solange Rodríguez Pappe, escritora y docente titular de la Universidad de las Artes de Guayaquil*

El arte de la minimización

A la belleza se la quiere lívida como un eccema, casi a punto de morir; estrangulada por el peso de una gargantilla; sin aire, o apretada por la cintura para que no se mueva. Se la quiere hambrienta hasta la anemia con cortes donde se la reduce, se la taja, se le quita o se le pone hembra donde falta. Pero lo que se añade al agujero no es mujer, es prótesis de sí misma. Se extiende en protuberancias el estereotipo femenino: uñas, pelo, tetas, nalgas, piernas largas, y pies vendados en mordaza. Encorsetada, es a la misma mujer a quien se le encomienda el arte de su propia minimización: pequeñita, doblada, sobre sí misma, silenciosa, casi lista para esconderse en su propio ataúd labrado por la historia. A las mujeres se las minimiza, porque desde siempre, una mujer grande ha dado miedo.

De por qué no me cepillo el pelo

Cuando finalmente me cepillo el pelo, es usual que de entre las hebras salgan volando polillas jóvenes que se quedan sin casa; se cae también una idea floja —va a dar, la pobre, al piso y se desparrama— y, además, alguna embarcación lejana se estrella contra las rocas mientras sus recios marineros se ahogan entre olas rizas y oscuras, densas como cabellos... Y piden piedad, piedad al vendaval que los sacude sin recibir ningún tipo de clemencia.

Calaveritas

Para tener algo de calor, en este agujero olvidado donde no pasa ni el viento, frotamos las tibias, las falanges y los tarsos.

Pegamos las mandíbulas y estrechamos lo que queda de los dientes. Ponemos uno contra otra las costillas y un vaivén maravilloso y antiguo de caderas.

De nuestros esqueletos apagados se hace la luz y, por breves instantes, amado mío, compartimos bajo tierra un día luminoso de verano.

La encantada

Esta mujer experta en perder llaves y en hallar puertas, cree ver moverse objetos en el aire en cuanto les quita la vista de encima; supone caballeros donde hay hombres de lata y ve castillos donde solo hay carpas de circo. También se cambia de habitación seguido en los hoteles y en las casas, porque le parece ver en ellas historias de fantasmas que no la dejan tranquila. Si va por las sombras de un pasillo halla un bosque; si va por un bosque halla pasillos; sin sospechar, pese a su gran imaginación, que ninguna de estas cosas corrientes está encantada: que ella es la encantada.

El arduo camino de la vagina

Toda mujer profunda sabe que si hurga un poco en su interior, puede llegar a encontrar en su vagina algunas conchillas de un mar de la infancia, dientes de leche, el anillo de matrimonio de cierto amante idiota, un tampón dejado con descuido, a su primer hijo (o ninguno), a las botas de algún conquistador español que decidió seguir explorando descalzo, los huesos de varios príncipes devorados junto con sus espadas, y a sí misma...

El placer de la lectura

Hay mujeres que leen las líneas de la mano. Yo tengo inclinación por las barbillas varoniles, las que tienen hendiduras, muescas, relieves, profundidades que pueden verse bajo una tenue barba crecida y áspera. Las leo, pero no miro en ellas el camino de los hombres ni la fatalidad, no me interesa, particularmente su destino. Leo el cuerpo masculino por eso que llaman «cultura general». Los leo por placer.

Búsqueda de oficio

—¿Por qué no puedo trabajar como ilusionista? —pregunta con persistencia la mujer al dueño del circo.

— Ya te he explicado cómo es la tradición— contesta, harto de sus necedades — ¡si eres mujer, la historia dice que sólo puedes ser bruja!

*Solange Rodríguez Pappe, nacida en 1976, es una escritora guayaquileña interesada en todas las formas narrativas del relato tanto clásico como contemporáneo y en las historias de corte fantástico. Es docente titular de la Universidad de las Artes de Guayaquil y dirige las jornadas "Es país para cuentistas" donde explora y donde difunde el género del cuento.

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