Nacional

Epidemia de abuso sexual en colegios

La valentía de una madre destapa el primero  de una avalancha de casos de violaciones en  escuelas y colegios públicos, son 882 en tres  años. El Ministerio de Educación ocultó  información y cambió de puesto a profesores  acusados, muchos casos nunca fueron  denunciados a la justicia.
 
“Yo de aquí no me muevo hasta saber el nombre de ese profesor. No me muevo”.  La madre se paró firme frente a la rectora del colegio réplica Aguirre Abad, Patricia Cuenca.
 
Dos semanas atrás la madre había reportado a la psicóloga del Departamento de Consejería Estudiantil de ese colegio que su hijo de siete años decía que un profesor había tocado las partes íntimas de un compañero en el baño y le obligaba a tocarlo. La psicóloga prometió avisar a los padres del niño, pero solo notificó a la rectora. La madre vuelve y pide hablar con la rectora, esta vez para contar que su  propio hijo le ha confesado ser víctima del mismo profesor, dice que se trata del maestro que estaba esa mañana en la puerta recibiendo a los alumnos, y que exige saber su nombre.
 
“¿Y tú qué vas a hacer con el nombre?”, le responde la rectora, según el relato que hace la madre en la oficina de su abogado, Hernán Ulloa. “Lo voy a denunciar en la Fiscalía”, le responde la madre. “Cuidadito señora, me dijo la rectora, que nada está verificado, no hay pruebas, le pueden poner una contrademanda por difamación y la que va presa es usted”. En ese momento, la madre dudó y tuvo miedo, pero pensó “¿y si hay más niños?”.
 
Por la obstinación de esta madre, una viuda de 39 años, con tres hijos, que trabaja en una guardería de La Prosperina en Guayaquil, la rectora permitió que el niño recorra las aulas para identificar a su agresor. Días después, el fiscal César Peña trepó la puerta del colegio con agentes de policía y logró capturar a dos maestros, otro fue apresado manejando una moto y un cuarto está prófugo: se ofrece una recompensa por información que permita la captura de Xavier Magallanes Benítez. El nombre que la rectora se negaba a dar hoy está en la lista de los más buscados.
 
Los maestros tenían celulares y una cámara de fotos con imágenes de pornografía infantil, presuntamente de los niños de la escuela. Diez niños y niñas de este colegio han presentado denuncias por violación, pero podrían ser muchos más. Una semana después de que este caso se hiciera público, estalló otro en Quito: 84 niños abusados en la escuela pública Mushuk Pakari. 
 
Se reportan otros 31 niños abusados sexualmente por maestros en Morona Santiago, 32 más en Cotopaxi, otros 15 casos en distintas escuelas de El Oro. El ministro de Educación, Fander Falconí dio cifras escalofriantes: Son 882 casos de abusos sexuales a alumnos entre 2014 y 2017, de estos 561 fueron violentados dentro de las escuelas. Solo 453 casos entraron al sistema de justicia, según un documento enviado a Vistazo por el Ministerio de Educación.
 
¿Nadie vio nada?
 
El colegio réplica Aguirre Abad, una de  las Escuelas del Milenio construidas en  el gobierno anterior para mil alumnos  en jornadas diurna y vespertina, ahora  está “intervenido” y tiene nuevo rector.  Brigadas de madres y padres hacen  turnos para resguardar los baños. Los  niños aún corren al salir al recreo, aún  hacen bulla y juegan, pero hay un ambiente  tenso, sobre todo entre maestros  y padres. “¿Cómo podemos volver a confiarles  a los niños?”, pregunta una mamá  mientras mira atenta a los baños.
 
El caso de abuso en este colegio es  emblemático por la cantidad de adultos  que callaron y encubrieron. Los testimonios  de las denuncias de los niños ante la  Fiscalía son de una crudeza difícil de leer.
 
El prófugo, Xavier Magallanes, de  43 años, profesor de Educación Física  de primaria, esperaba a los niños en el  baño y les daba caramelos de menta “que  sabían malo” y les hacían “ver borroso”.  Cuando los niños estaban bajo la influencia  de una sustancia que podría ser  un sedante, entraban otros tres maestros  de secundaria, Bryan M., 30 años,  de Matemáticas; Eduardo B., 46 años,  de Inglés; y Máximo M., de 45 años,  de Educación Física, se desnudaban y  desnudaban a los niños, y luego hacían  cosas que grababan en video.
 
“Xavier Magallanes sacó su pene y se  lo puso en la boca de un niño”. “También  se ha metido mi pipi a su boca”. “Nos  ahorcaba con una piola, nos orinaba en  las nalguitas, nos tocaba las partes íntimas”.  “Este señor Bryan M. me enseñó  una foto de nosotros, nos grabó un video  a los cuatro niños que estábamos ahí”.
 
Los niños dicen que un profesor tenía  “una pistola negra” y otro “un cuchillo”.  “Me dijo que si hablaba con mis  padres me iba a matar con un cuchillo,  que tenía una pistola para matar a mi  familia”. “Cuando salga de la cárcel te  mato” les decían a los niños.
 
Los padres de los niños añaden información  que los pequeños van soltando.  Dicen que en otras ocasiones, en una  rutina sádica, Magallanes caminaba por  las aulas de primaria preguntando a las  maestras “a ver, ¿qué niño se ha portado  mal hoy?”.
 
“Estaba buscando presas”, dice uno de  los padres. Según los niños, Magallanes  los tomaba de la mano y le decía a las  maestras que se los llevaba al Departamento  de Consejería Estudiantil, pero  en realidad los llevaba al baño. Por esto,  los niños pensaban que estaban siendo  castigados por mala conducta. “Mi hijo  pensaba que yo le iba a pegar, está tan  avergonzado”, dice una madre.
 
Todos los niños relatan que los obligaban  a beber orina y los  grababan. Esta práctica  aparece como un fetiche  popular entre pedófilos  que comparten imágenes  en grupos de Whatsapp y  Facebook.
 
“El profesor se desnudó  y se metió con (nombre  del niño) al baño y él gritaba  durísimo y lloraba”.
 
Todo esto sucedió al menos 10 veces,  en hora de recreo o de clases, con la puerta  del baño cerrada, con un inspector parado  a unos metros y varias maestras en  aulas cercanas. ¿Y nadie vio nada? ¿Nadie  escuchó los gritos?
 
Al final, los docentes les daban a los  niños una pastilla “para que se recuperen”.  Las madres empiezan a sospechar  porque los niños llegan a la casa con  vómito y muy agresivos.
 
Los exámenes médicos realizados a  los niños en la Fiscalía indican que no  hubo penetración. La instrucción fiscal,  en la que se pedirá testimonios a todos  los docentes terminará en enero, se investiga  el delito de violación con varios  agravantes. La pena máxima es de 22  años de prisión. 
 
Justicia paralela 
 
Un niño que parece Daniel  el Travieso, con pelo claro,  ojos color miel, pecas y gorra,  está junto a su abuelo  en la Fiscalía de La Merced,  en Guayaquil. Es uno de los  alumnos del réplica Aguirre  Abad, tiene siete años y  está inquieto porque le toca  hablar con una psicóloga.
 
El abuelo cuenta que ha criado al niño  desde que tenía un mes, que la madre  emigró a España, y que aún no encuentra  valor para contarle lo que le pasó en  la escuela. “Estos desgraciados lo amarraban  en el baño”, dice el abuelo. “Con  un cable y con cordones de zapatos”  completa el niño sin que le pregunten.
 
A unos metros, decenas de periodistas  con cámaras cubren la declaración  de la exrectora del colegio, destituida y  acusada de obstrucción a la justicia.
 
El abogado Hernán Ulloa pide la  palabra y hace una pregunta clave en  este caso: “¿Si usted conoció de primera  mano esas denuncias, por qué razón no  lo denunció directamente en Fiscalía?”.
 
“Se notificó al distrito”, respondió  la exrectora. “Informé y denuncié estos  supuestos hechos de abuso sexual a la  Directora Distrital de Educación”.
 
“Mi defendida es inocente”, aseguró  Diego Véjar, abogado de la exrectora.  “Su único error fue seguir las reglas del  Ministerio de Educación”.
 
En el sistema de educación ecuatoriano  funciona lo que puede describirse  como un régimen de justicia paralela,  con su propio proceso de denuncias,  audiencias y sanciones.
 
Una contradicción legal sustenta este sistema: aunque el Código Penal (artículo  422) obliga a los educadores a denunciar  un delito directamente en la Fiscalía, el  Reglamento de la Ley Orgánica de Educación  Intercultural, que rige desde 2011,  dice en su artículo 355 que los educadores  e incluso los estudiantes que sepan  de acoso sexual contra alumnos “tendrán  la obligación de denunciar al presunto  hostigador ante la Junta Distrital de  Resolución de Conflictos”. Es esa Junta  Distrital, que no es más que un grupo de  funcionarios que trabajan en la oficina  que coordina los colegios del distrito, la  que debe denunciar el caso a la Fiscalía,  según la Ley de Educación vigente.
 
En el caso del réplica Aguirre Abad, la  rectora recibió tres reportes sobre abuso  sexual acusando al mismo profesor, en  mayo, junio y octubre, y se vio obligada  a reportarlo cuando la madre fue personalmente  hasta el Distrito a preguntar  si sabían del tema. Pero la Directora  Distrital de Educación, hoy destituida,  devolvió el trámite al colegio.
 
Sybel Martínez, doctora en Jurisprudencia  y directora del Grupo Rescate  Escolar, está recabando casos en que  las Juntas Distritales de Educación, en  lugar de denunciar al docente a la justicia,  lo sancionan por su cuenta. En  La Maná, Cotopaxi, 14 niñas fueron  abusadas sexualmente por un profesor,  la Junta Distrital destituyó al docente  de la Unidad Educativa La Maná, pero  se inhibió de denunciar a la Fiscalía. Ese  docente sigue siendo “elegible” para el  magisterio, porque no tiene una sentencia  ejecutoriada en su contra.
 
En Machala, un directivo del colegio  Ismael Pérez Pazmiño fue denunciado  por acoso sexual. La Junta Distrital lo  suspende temporalmente de sus funciones  y mientras dura la investigación le  da un cargo administrativo en el mismo  colegio. La misma decisión toma la Junta  Distrital de Morona Santiago, reubica  a un profesor acusado de violación para  que trabaje en la oficina del Distrito.
 
La Junta Distrital tiene 90 días para sancionar al maestro y si no lo hace, se  declara vencido el trámite y el profesor  vuelve a su puesto. “Es un sistema que  permite total impunidad”, dice Martínez.  “La Junta Distrital de Resolución  de Conflictos debe resolver conflictos,  no delitos. Se han cometido casos atroces  en que la Junta Distrital llama la  atención verbalmente a un maestro por  abuso sexual”.
 
“Ningún reglamento educativo puede  estar por encima de la Ley”, dice Ulloa.  “Ha habido una doble normativa por un  desconocimiento total de la Ley y también  por el afán de proteger a ciertos servidores  que forman parte de una red intocable  que no podía exponerse a ningún  cuestionamiento en el gobierno anterior”.
 
La Red
 
La exrectora del réplica Aguirre Abad  admitió que consiguió ese puesto sin  pasar por un concurso de méritos. Ella  es parte de la Red de Maestros por la  Revolución Educativa, un movimiento  afín a Alianza PAIS, auspiciado por el  anterior gobierno como estrategia para  quitarle poder a la desaparecida Unión  Nacional de Educadores.
 
En el apuro de reemplazar a los maestros  afiliados a la UNE que fueron jubilados,  se contrataron a miles de personas  con nombramiento provisional, sin suficiente  calificación. “Son 1.800 docentes  sin título en el sistema educativo público,  es un dato que sabemos”, dice Martínez.
 
En los últimos años se instauró un  régimen de silencio. Un ‘Código de Ética’  que les prohíbe a los maestros hablar  con la prensa. Los sumarios administrativos,  es decir los registros de faltas  y sanciones de los maestros, son confidenciales.  La Ley de Educación pone una  mordaza a docentes y testigos y les prohíbe  divulgar las resoluciones adoptadas  en casos de acoso sexual.
 
“Al parecer el ocultamiento de información  era sistemático”, dice Rosa  María Torres, pedagoga y colaboradora  de Unesco. “Hay una falta de acción sobre  los abusadores, hay impunidad, hay  padres reclamando que sí denunciaron  pero que no pasó nada”.
 
La historia laboral de un maestro  tampoco es pública a menos que un  padre de familia haga un trámite en el  Distrito para obtenerla y tenga la suerte  de que le respondan.
 
Si el proceso de contratación de docentes  y su historia laboral fueran transparentes,  el ingreso de Xavier Magallanes  al colegio habría sido poco probable.  Magallanes, de 43 años, tenía un título  de “Tecnólogo Pedagógico en Ventas”, y  fue contratado como profesor de Educación  Física en mayo de 2013. Después de  dos años en el colegio registra una licenciatura  en Educación de la Universidad  de Guayaquil.
 
Y la contratación de Bryan M., quien  no registra títulos académicos, hubiera  sido imposible. En su historial debe  constar que en 2010 fue despedido del  colegio fiscal Dr. Luis Felipe Borja Pérez  por golpear a un alumno. El incidente  fue reportado por escrito a las autoridades  de educación de la zona. “Cuando yo  vi a Bryan M. en las noticias, arrestado,  no lo podía creer, yo pensé que ese hombre  nunca más iba a dar clases”, dice una  docente que trabajó con él.
 
El ministro Falconí ha anunciado  una campaña de “cero tolerancia” contra  el abuso sexual, y pide que de ahora  en adelante se denuncien en la Fiscalía  “todos los casos, sin excepción”. Pero  los archivos del Ministerio de Educación  con información de maestros que han  cometido abuso sexual y otros delitos,  permanecen en la sombra. El Código  Penal ordena proteger la identidad de las  víctimas, no de los acusados.
 
“Cualquier acto delictivo demanda  una reparación integral”, dice Ulloa. " Estudiamos  presentar una demanda al  Estado por estas negligencias y estas  normas contradictorias que vulneran la  seguridad jurídica de los ciudadanos”.
 
En el parte policial de captura, Bryan  M. reporta ser portador de VIH y estar  en tratamiento con antirretrovirales.  Las madres de los niños abusados lo  saben y algunas les han hecho exámenes  de sangre por su cuenta, pero esperan  que la Fiscalía ordene un examen completo  para descartar esta y otras enfermedades  de transmisión sexual.
 
“Es una pesadilla que no termina”,  dice la madre que denunció primero, y  recuerda cuánto le insistió la exrectora  que no haga escándalo. “Piensa en el  buen nombre del colegio”, le decía. La  madre, una mujer sencilla y lúcida, le  respondió “¿y qué es el colegio si no son  los niños?”.
 
 
 
 

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