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Correa no, Francisco tampoco

viernes, 17 julio 2015 - 08:30
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    Permítanme acogerme a la objeción de conciencia, y no contarme entre los críticos del gobierno que celebran las jaladitas de orejas públicas que Bergoglio le hizo al “sólo-ante-el-comunity-manager-de- Jehová” mansito cordero de Correa: si Dios es la esperanza de nuestra democracia, servidos estamos.

     

    Jorge Bergoglio, el papa Francisco, vino, vio y venció. Desde antes de su llegada al Ecuador sus encíclicas fueron encapsuladas por la Secretaría de Comunicación de la Presidencia como si su palabra, convenientemente descontextualizada, pudiera convertirse en el arma de destrucción masiva definitiva de un Gobierno que ha hecho de su propaganda un dogma de fe: con la ley y la represión en sus manos, lo que no se ajusta al Evangelio de spots y cadenas de Alianza PAIS es directamente un crimen, o para decirlo en los términos más exactamente correístas: una blasfemia, una herejía, un pecado.

    Pero la estrategia erró. Y no solamente porque el debate de fondo en torno a las leyes de herencia y plusvalía nunca fue el de la redistribución de la riqueza, sino el hartazgo contra el despotismo de un Estado oligopólico, voraz de recursos que le permita modernizar y perpetuar un sistema que sólo en el discurso dice condenar.

    La cuestión fue que, ante tal entendimiento medieval del poder, el hábil Estado Vaticano apareció durante la visita de Francisco como una fuerza mesurada y conciliadora, sobre todo en momentos en los que, ante la crisis de credibilidad y popularidad del catolicismo en el mundo, tanto por su corrupción como por el auge de la secularización y de las nuevas espiritualidades, el gobierno de Bergoglio consiste, desde la defenestración y exilio del anti carismático ultra conservador de Joseph Ratzinger, en una agresiva campaña, con piel de oveja, de maquillaje y remozamiento retórico y generacional. (Cualquier parecido con Alianza PAIS y sus vasos comunicantes con el neoliberalismo y la partidocracia NO ES una pura coincidencia.)

    Bergoglio sabe que su Iglesia, como la FIFA, está enferma de éxito, corrupción y apoltronamiento. Descartada la extirpación de la segunda, él actúa como un sensacional CEO de Silicon Valley: con tan poco que innovar en materia de salvación espiritual, se trata de captar el mayor mercado posible de aplicaciones y estuches. En el discurso y en la forma, él aparece como anti solemne, anti protocolario, humilde, abierto, casi progresista… Pero Bergoglio no es Juan XXIII, él no ha venido a poner en crisis y a cambiar su institución: él ha venido a defender y a garantizar su hegemonía y su economía, de almas y edificios. El perdón pedido por los crímenes católicos durante la llamada Conquista de América, justamente en Bolivia, sería un gesto más maquiavélico que cristiano, mucho menos relacionado con la culpa y la contrición que con el cálculo del beneficio, si no fuera porque Maquivelo fue la evolución pokémon renacentista del cristianismo: un negocio a plazo fijo, la conquista ya sea del poder o de los cielos.

    La foto en Bolivia de los descendientes de los indígenas ultrajados y asesinados ovacionando al Papa se delata a sí misma. Hasta antes de su transformación en Francisco, Bergoglio fue en su trabajo previo en Buenos Aires un durísimo crítico y contendor de los Kirchner, sobre todo por su política en materia de feminismo y diversidad; pero una vez ungido Papa, abierto su campo de influencia al mundo entero, encontró en el sinuoso socialismo del siglo XXI latinoamericano, el continente más uniformemente colonizado por su religión, a un aliado sensacional. Y Cristina Fernández, no sé si más inteligente que Correa, pero sí más limitado su mesianismo por una democracia más madura que la nuestra, firmó un armisticio. Y de declarada anti bergoglista se transformó en fanática franciscana, obstaculizando la investigación de la oscura participación de Bergoglio en los años de la dictadura militar fascista en su país.

    Así que permítanme acogerme a la objeción de conciencia, y no contarme entre los críticos del gobierno que celebran las jaladitas de orejas públicas que Bergoglio le hizo al “sólo-ante-el- comunitymanager- de-Jehová” mansito cordero de Correa: si Dios es la esperanza de nuestra democracia, servidos estamos.

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