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¿Que tal se siente, Rafael Vicente?

viernes, 8 diciembre 2017 - 01:41
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    ¿Qué tal se siente Rafael Vicente?  Volver al Ecuador despojado  del poder, caminar por la calle  con guardaespaldas entre amantes y odiadores.  –Oigo que tus enemigos te cantan “rata  inmunda de dos patas”; yo no llego a tanto.  Puedo decirte que te entiendo porque yo  también pasé por esos tragos, gracias precisamente  a ti, de alguna manera. Y digo esto  porque no es justo hacer leña del árbol caído.
     
    Lejos de mí está patearte en el suelo, pero sí  dialogar sentados ambos en la vereda, y a la  vera del camino de la historia, yo porque pertenezco  a una generación de salida, tú porque  te feriaste la oportunidad de tu vida para  dejar un legado pulcro y duradero. Para que  me entiendas, voy a explicar mi itinerario  antes de hacerte otras preguntas.
     
    Allá por el 2006 yo era vicario de Pastoral  Social de la Arquidiócesis de Cuenca y había  heredado algo del prestigio de monseñor  Luis Alberto Luna, con quien trabajé 20  años; por supuesto que también heredé sus  amigos y sus enemigos. Ilusionado, igual que  tú por hacer un Ecuador nuevo, me despojé  del poder eclesiástico para asumir la condición  de ciudadano y obrero de la Revolución  Ciudadana. A ti no te conocía, pero sí a  Alberto Acosta, compañero en la lucha por  los derechos de los migrantes en la “coalición  por las migraciones”. Con él nos embarcamos,  con ingenuidad, debo reconocerlo ahora,  en el sueño de una patria diferente, para  todos. Confiamos en ti.
     
    Claro que dejar la peana de lo sagrado implicó  para mí algunas renuncias, entre ellas exponer  mi vida privada a la luz pública, someterme  al escrutinio severo que se suele hacer  con las debilidades humanas de los curas. Sin  embargo, también debo reconocerlo, que la  propaganda de PAIS, de contar con un “cura  revolucionario” afín a la “teología de la liberación”  alagó y compensó esa vanidad y narcicismo  que siempre nos acompaña –de eso tú sabes  bastante. A la ola de tu popularidad aporté  la mía, y logramos poner en la Constituyente  cinco asambleístas por el Azuay con la votación  récord de todo el territorio nacional. El  triunfo nos embargaba y nos embriagaba, reconocerlo  es de varones.
     
    Sin embargo, la popularidad del “cura  asambleísta” duró poco –los ocho meses de  la Asamblea. Pronto me di cuenta de algunas  mentiras, como esa de “la asamblea de plenos  poderes”, y pude percibir tu talante autoritario  y antidemocrático. Diferencias sobre  el texto constitucional donde impusiste tu  voluntad, como en el caso de la “consulta previa”  a los pueblos y nacionalidades para implantar,  como lo hiciste luego, el extractivismo  y la minería; tu machismo patriarcal que  puso coto, desde tu discurso inaugural en la  Asamblea, a las aspiraciones de los derechos  de las mujeres y otras cosas, me hicieron merecedor  del calificativo que diste a quienes se  atrevían a cuestionarte, ya entonces: “infiltrados”.  “Que les vaya bonito”.
     
    Me jugué mi futuro en la Iglesia en la  campaña por el Sí a la Constitución. Aunque  tenía todo el derecho de quedarme en  el “congresillo”, me tragué mis sueños e intenté  volver a las trincheras pastorales. A  consecuencia de ello ya era, en la boca de  tu propaganda descalificadora, “el cura expulsado  de la Iglesia”, y cuando me opuse a  la consulta del 2011 para meterle la mano  en la justicia –no olvides que fui presidente  de la mesa de Justicia y Anticorrupción  y que el principio de la independencia de la  justicia era un pilar fundamental de la nueva  justicia que decíamos querer construir–  sufrí la muerte civil que has aplicado a todo  disidente.
     
    “Resentido, malagradecido” me  decían muchos de tus fieles seguidores. Jamás  mi opinión volvió a escucharse en los  medios púbicos –Que los diga el Lasso de  “Palabra Suelta”, si no es verdad.
     
    Debo decir que tienes un concepto lamentable  de la lealtad. Para ti la lealtad es la  del embudo, todo para ti, nada para la patria  –muy al contrario de la frase del Viejo Luchador  al que invocabas. A quienes utilizaste  como peldaños para encaramarte en la monarquía  de la majestad del poder, cuando ya  no te eran funcionales los desechaste, los linchaste  mediáticamente, políticamente y jurídicamente  –no olvides que tu contralor Pólit  me sentó junto a Isabel Robalino y otros octogenarios  en el banquillo de los calumniadores,  en cumplimiento de tus órdenes sabatinas.  Te deshiciste de quienes buscaban  el bien mayor de la Patria para rodearte de  aduladores sumisos y de pícaros interesados.
     
    He pagado caro y he purgado mi responsabilidad  de haberte apoyado en los inicios,  pero me queda la paz de haber sido coherente  con las aspiraciones de quienes defraudaste.  Con la fe que me queda, pedí a Dios,  con todas mis fuerzas, que no te presentaras  a la reelección por la que tanto te empeñaste,  hasta lograr que la Asamblea  borreguil te allanara el camino. La  carta de tu padrino Francois Houtart,  que en paz descanse, un hombre  del cual no tenías por qué temer  mala voluntad ni pudieras acusarle  de pretender un “golpe blando”,  te dijo con todas sus letras: “Rafael,  el proyecto no va más, ni política  ni económicamente”.  Hiciste caso  y te fuiste a Bélgica dejando huérfanos  y huérfanas de liderazgo a las  “pames” que te querían presidente  para siempre.
     
     
    Sabes muy bien que no te querías  hacer cargo de esa “cualquier  pendejada a la que llaman Revolución  Ciudadana y la Década Ganada”  –Lenín Moreno, palabras más,  palabras menos– porque ni lograste  siquiera construir un movimiento  político de base y llevaste la economía  del Estado a la quiebra. Hoy  todo lo bueno que pudiste haber  hecho o no hiciste está empañado  por la corrupción, la ineficiencia y  el cinismo. Y entonces, como bien se interpretó  a si mismo Lenín Moreno, llamaste  a “otro tonto” para que se hiciera cargo del  muerto, con la condición de que “protegiera  a los compañeritos”, y para que su previsible  fracaso alfombrara tu regreso para el  2021.  Pero mira, el “tontito” te salió respondón  y está empeñado en que la amenaza de  tu regreso no se cumpla. Eso de utilizar a las  personas tarde o temprano pasa la factura. 
     
     
    Me suena la canción Zamba para Olvidarte,  de otras décadas más gloriosas, en boca  de Mercedes Sosa: “No sé para qué volviste,  si ya empezaba a olvidar… qué mal hace recordar…  no sé si tú lo sabrás muchos lloraron  cuando te fuiste… para qué vamos a hablar  de cosas que ya no existen… no sé para que  volviste… que pena me da saber que de ese  amor ya no queda nada… ya ves que es mejor  no hablar… solo una triste canción da vueltas  por mi guitarra”. Ya ves que ninguna de tus  patentes funciona, ni esa de “prohibido olvidar”.  Pero ya que has vuelto y antes de que te  vayas de nuevo, quiero hacerte otra pregunta  –por qué robó un poco de mi vida… pero  eso es de Perales. Mejor son varias preguntas.
     
    ¿Qué tal se siente estar en el ático, solo y encadenado a las redes sociales, sin las sabatinas,  sin el púlpito donde pontificabas?  Yo lo sé, frente a mi computadora y lejos de  la parroquia. ¿Qué tal se siente cuando tienes  que ingresar al Ecuador como Vicente;  –razón tienen los que vislumbran en ti una  crisis de identidad; furtivamente, tener que  dejar el aeropuerto por una puerta trasera;  escuchar a unas decenas que te vitorean y a  centenas que se desgañitan “Fuera Correa  fuera”. Con razón te remuerdes las muelas  y no puedes ocultar ese rictus facial de dureza  pétrea que fuiste tallando  en los últimos años de tu  despotismo e intolerancia.
     
    ¿Qué tal la cosecha?  ¿Qué tal se siente andar  como ciudadano de a  pié, mendigando una entrevista  en la “prensa corrupta”  porque ya nadie te para  bola en los medios oficiales  que responden a otro señor?  ¿Qué tal es cuando te vacunan  con la propia medicina  que inventaste –no hay mejor cuña que la  del mismo palo y con la misma lana del perro  se cura la mordida, dice el refranero popular.  ¿Qué tal es que te roben, o mejor que  otros recojan el Movimiento PAIS del que te  adueñaste y que has abandonado y perdido  por tu propia estulticia y tozudez? ¿Qué tal  es que te cierren las puertas de Esmeraldas  cuando intentabas hacer tu famosa “convención  nacional” con los que te siguen sin  fiambre? –Hay que reconocerles cierto valor  ya que se han jugado todo por ti, a diferencia  de todos los que te han abandonado.
     
    No sé si te has dado cuenta que ahora tú  eres la oposición a la revolución ciudadana  oficial. No sé si te has dado cuenta que ahora  eres tú el de los “golpes blandos” y el “desestabilizador”.  No te das cuenta de que el  pueblo sanduchero que antes llenaba la plaza  para los cambios de guardia ahora aclama  al nuevo señor de Carondelet que se mofa  de tu museo tan amorosamente construido  para perpetuar tu memoria. ¿No te das  cuenta que el Pueblo te ha jubilado? –Alguna  vez tú mismo dijiste que tras el domingo  de Ramos viene la crucifixión ¡Por qué olvidaste  ese destello de sabiduría!– ¿Por qué  olvidaste tan pronto tus propias palabras  que “necesitabas descansar de los ecuatorianos  y que los ecuatorianos necesitaban descansar  de ti? ¡¡¡Por qué carajo has venido a  seguir jodiendo!!!
     
    No sé si te has dado cuenta que ahora  tú encarnas el discurso de la oposición ciega  y perversa que antes condenabas en la vieja  partidocracia. Ahora tú, tú denuncias que  hay una dictadura, tú dices que no hay independencia  de poderes, tú dices que no hay  libertad de expresión, tú dices que la justicia  está intervenida, tú dices que la corrupción  se ha instalado en Carondelet,  tú, tú, siempre tú. ¡Cara  dura! Deja que el Ecuador se  distienda, se desempalague  de tu pretendida dulzura, deja  que, ¡por fin! los ecuatorianos  intenten pensar sin ti, vivir sin  ti; deja que intentemos ser ciudadanos;  deja que intentemos  construir democracia. Deja que  surjan nuevos liderazgos políticos  que no pueden crecer bajo  tu sombra omnipotente. Parafraseando  a tu colega el monarca español:  ¡¡¡Por qué no te callas!!!
     
    Hace unos días, para terminar, a los  casi 10 años de haber iniciado ese sueño  que ha terminado en pesadilla, unos reporteros  de Televisión Pública se me acercaron  a entrevistarme. Les dije ¡Qué bien,  me siento resucitado, que existo!, –porque  durante tu reinado toda disidencia o discrepancia  fue sepultada en el cementerio  del olvido. Les dije que me sentía rehabilitado  de alguna manera, que volvía a ser  ciudadano de a pie, que lo que opinara podría  ser de algún interés, que podía aportar  algo.
     
    Por supuesto que dije que si ponemos  en la balanza los bienes que hiciste y los  males que causaste, los males pesan mucho  más, y dije también que si los ciudadanos  no nos sacudimos y participamos, con  Moreno tendremos, otra vez, la revolución  ciudadana, parte dos. Mucho ruido y pocas  nueces. Y dije que necesitaremos muchos  años de austeridad para salir de la quiebra  política, económica y moral que nos dejó  tu década… desperdiciada. Como sé que te  gusta cantar. “¡Discúlpame si te hago otra  pregunta…”! ¡Ojalá entiendas y aprendas,  para que tu dolor no sea inútil!

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